Corre, lee y dile
Germán Martinez Aceves
El escritor colombino Pablo Montoya (Colombia, 1963) profesionalmente tiene dos amores: la literatura y la música. A través de la Editorial de la Universidad Veracruzana (UV) hemos conocido su narrativa con su novela Los derrotados y su libro de ensayos Traducción y literatura: fecundo diálogo. Por su prolífica obra, mayoritariamente publicada en Colombia, obtuvo en el 2016 el Premio Iberoamericano de Letras José Donoso.
De nueva cuenta, bajo el sello universitario veracruzano, Pablo Montoya nos presenta ahora Pequeño libro de instrumentos musicales, una serie de 38 breves descripciones poéticas en la que podemos apreciar el cariño y fascinación que tiene por los instrumentos de diversos materiales que hacen posible la magia de la música, la conexión del espíritu y el talento que confeccionan los sonidos en arte.
Su gusto no es casual. De acuerdo con datos de Wikipedia, su padre, José Montoya, era médico cirujano y quería que su hijo tomara el mismo camino, pero el joven Pablo no era llamado por esa vocación. Abandonó la carrera de Medicina entre conflictos familiares y se fue a estudiar música, filosofía y letras.
Particularmente en la música estudió flauta, su perseverancia y su dedicación lo llevaron a ser integrante de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Colombia y de la Orquesta Filarmónica de Medellín.
De hecho, sus primeras publicaciones giraron en torno de la música con las notas que escribió para los programas de conciertos del Festival Internacional de la Cultura de Boyacá, así como algunos cuentos con el tema de la música que circularon en revistas de Tunja y de Medellín.
En Pequeño libro de instrumentos musicales, Pablo Montoya descifra la abstracción de la música que se genera en sonidos. Es un ejercicio poético a la manera del Bestiario de Juan José Arreola y la brevedad sustanciosa de Augusto Monterroso, pero con instrumentos musicales.
El libro está dedicado a su hija Eloísa, quien estudiaba violín a los ocho años. Primero pensó escribir sobre los instrumentos de una orquesta sinfónica y después agregó otros que son populares.
Sin llevar precisamente un orden o una jerarquía y conociendo las minucias de la música se puso a escribir las pequeñas prosas a través de evocaciones e impresiones que le han causado los instrumentos musicales a lo largo de su vida.
Así podemos leer lo que Pablo Montoya interpreta y le provocan: el tambor, el piano, la tuba, la viola, el triángulo, el flautín, la guitarra, el órgano, la trompeta, el fagot, las castañuelas, la trompa o corno, el arpa, el violonchelo, la flauta, las claves, el laúd, la pandereta, el violín, el clavicémbalo, las maracas, el oboe, la celesta, el contrabajo, la siringa, el charango, los timbales, el trombón, el clarinete, la marimba, el saxofón, los platillos, el güiro, el acordeón, el gong, la quena, las campanas tubulares y la voz humana.
Vale la pena destacar que la publicación tiene un cuidado especial con imágenes realizadas por Millo Sketch (Emilio Aguirre), tratadas a color por Verónica García Herrera y diagramadas por Enriqueta López Andrade “Queta” que, unidas a la poética de Pablo Montoya, convierten al libro en entrañable.
En conjunto se logra un texto que reivindica el placer de la lectura, el gusto por la música y el disfrute de las imágenes. Son ficciones breves impregnadas de poesía, filosofía y sensibilidad que forman parte del gran universo musical.
Estos son unos ejemplos:
“La flauta.
Todavía imita al pájaro y al viento. Adormece a las bestias de la rabia. Y nos convence de que primero fue ella y no los acentos de la lluvia, ni el estropicio de los cauces ni el grito primero de los dioses. Cada vez que su secreto se revela, el universo cambia y es como si el sonido de la flauta fuera solo epifanía. Una doble faz, en todo caso, la hace acechante. Como posee la esbeltez del falo, la profundidad de la grieta femenina urde el entramado de su voz”.
“El arpa.
Al inicio fue una tripa seca tensada entre dos palos. Allí se ponía no la flecha sino el sonido. Desde entonces el arpa ha sido capaz de construir en la imaginación lo que la escritura, el habla o el dibujo apenas pueden esbozar. Los perros del infierno caen dóciles, una y otra vez, ante su voz. Un rey, que es todos los reyes de la historia, se olvidaba de su muerte cuando ella le murmuraba versos sin palabras. Vista de perfil es un trozo insignificante de madera. Pero cuando suena una sola de sus cuerdas, somos capaces de sortear todos los abismos”.
“Las maracas.
Somos dos mangos de madera unidos a frutos ahuecados. Una más aguda y ligera que la otra. Una negra y la otra indígena. Ambas llenas de semillas secas. O de insectos de alas endurecidas. Porque somos agua, fuego, tierra y aire. Y nos enlazamos a las manos del chamán solo para estimular la vida. Y vencer, por un instante, a la poderosa muerte”.
Pequeño libro de instrumentos musicales, de Pablo Montoya, 84 páginas, 2024, Editorial de la Universidad Veracruzana. Para adquirirlo consulta: