Utopía
Eduardo Ibarra Aguirre
La movilización del 8 de marzo en la capital mexicana, la única multitudinaria entre las realizadas en decenas de ciudades, arroja mensajes que para algunas protagonistas podrían establecer “un antes y un después”, algunas le denominan “parteaguas”, “cambios en la narrativa”, dicen otras.
El nombre es lo de menos, importante es que los feminismos en la Ciudad de México mostraron durante siete horas, entre otras, una notable capacidad para aislar la presencia de mujeres violentas, apoyadas por hombres al final de la marcha en el Zócalo para derribar las vallas de acero que protegían Palacio Nacional y que hacia las 21 horas se rindieron porque no lograron su preciado objetivo, materializado con éxito en Monterrey (Nuevo León), Morelia (Michoacán), Tlaxcala (Tlaxcala) y Chihuahua (Chihuahua).
El visible acotamiento de los grupos que practican la acción directa, “anarquistas” o Bloque de Negro, para no llamarlas vándalas, tuvo que ver con medidas preventivas de las autoridades, como alertar de los preparativos que aquellas emprendían, advertencia que estuvo a cargo en tres ocasiones del presidente Andrés Manuel desde las mañaneras, el decomiso de cargamentos de armas punzocortantes desde antes del comienzo de la plural, festiva y familiar marcha significada por la abundante presencia de jóvenes, a diferencia –dicen veteranas, como Martha Lamas–, de la efectuada en 2020 y en la que el segmento de mujeres de clase media alta fue notable y enarbolaron consignas contra López Obrador.
O como lo reseñó Arturo Cano, “no hay, ni en las consignas, ni en las mantas ni en los carteles una sola alusión al Presidente de la República. La marcha feminista insiste, aunque no sea escuchada en Palacio. Y parece decir: Presidente, esto no se trata de usted.” Siempre hay excepciones, una manta que cuelgan los diputados opositores en la sede del Congreso de la ciudad es, al mismo tiempo, ruda y omisa: “La 4T y sus 3 mil feminicidios”. El cinismo que olvida los cadáveres en el closet azul (7 mil sólo en los primeros tres años de Felipe Calderón).
La jornada casi blanca de las más de 75 mil manifestantes de los diversos feminismos capitalinos –diversidad que encierra su mayor fortaleza y también una de sus limitaciones–, sería inexplicable sin el despliegue masivo de policías que tenían indicaciones de evitar la confrontación, cero armas, armarse de paciencia, extintores y no detener a las portadoras de armas blancas; existen testimonios de marchistas con martillo en mano al lado de las féminas vestidas de azul que, como nunca, convivieron con las protestantes, recibieron aplausos, flores, abrazos y hasta besos en la mano. Harto pertinentes fueron las reuniones que sostuvieron dirigentes y activistas de colectivos feministas con sus pares de uniforme azul.
Sin duda funcionaron los ajustes y cambios operados después de 39 meses de coexistencia entre autoridades federales y capitalinas y mujeres en movimiento. Los dirigentes opositores, partidistas y empresariales, intelectuales y opinantes desde oligopolio mediático, pierden terreno con el cual presionar a la 4T con su lugar común de la falta de empatía entre ésta y AMLO con los feminismos. Parcialmente así es con los grupos feministas que influyen y estimulan. En efecto, en los feminismos caben todas las dispuestas a luchar contra las múltiples desigualdades que padecen las mujeres en el México actual. Suponer, como lo expresa Obrador, que sólo pueden y quieren hacerlo las izquierdas, constituye un error.
Acuse de recibo
Del periodista Moisés Edwin Barreda: “Mi estimado Ibarra, pienso, como tú, que sería sumamente importante llevar a la práctica la propuesta del Maestro (merecida la mayúscula) Pablo González Casanova en el sentido de vincular las actividades de la UNAM con las del gobierno de la 4T, pero creo que seguramente habría feroz oposición del cártel de la bata blanca, del que, según muchos que saben, Juan Ramón de la Fuente es miembro prominente y manipulador de la Junta de Gobierno de la institución”… Alejandra Frausto, secretaria de Cultura, exhibe al gobierno de Enrique Peña: “No dejaron ni un vaso para tomar agua” en Los Pinos. Y cuando preguntamos si había alguna vajilla, la respuesta fue “¡No! Pero todavía alcanzan al Buen Fin”… Irene Vallejo, brillante escritora: “Quién nos iba a decir que en tiempos de la gran Revolución Digital volvería a tomar fuerza la antigua idea aristocrática de la cultura como pasatiempo de aficionados. El viejo estribillo suena otra vez, repitiendo que si escritores, dramaturgos, músicos, actores, cineastas quieren comer deberían buscarse un oficio serio y dejar el arte para los ratos libres. En el nuevo marco neoliberal y el mundo en red –curiosamente, como en la Roma patricia y esclavista–, el trabajo creativo se reclama que sea gratuito.” (El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, Penguin Random House Grupo Editorial, 2021, p. 281).
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