Javier Peñalosa Castro
Cuando aún falta una semana para que tome posesión como presidente de Estados Unidos, Donald Trump ha demostrado, sin lugar a dudas, que la ignorancia es atrevida, y en su afán por refrendar el favor de quienes se animaron a votar por él ha tomado una serie de decisiones erráticas —por decir lo menos— que no auguran un buen panorama para México, pero ni siquiera para su propio país.
Los despropósitos del hombre del tupé y la bravuconada parecen no tener límite. En los pocos días que van del año, ya sentenció a muerte el programa de salud instituido por Barak Obama (Obamacare), obligó a Ford a cancelar la construcción de una planta en San Luis Potosí, amenazó al resto de las automotrices estadounidenses e incluso a las japonesas con imponerles aranceles e impuestos especiales si no dejan de invertir en México y ofreció que será “el presidente del empleo” en su país.
Lo que no sabe es que las automotrices que tienen inversiones industriales en México pagan aquí salarios mucho más bajos que en su país, que generalmente reciben generosos subsidios y facilidades por parte de los tres órdenes de gobierno y que pagan poco o ningún impuesto por sus ganancias. Además, las utilidades que obtienen aquí, regresan a Estados Unidos, y por su cuantía contribuyen al florecimiento de la economía de nuestro vecino.
A eso hay que agregar que el principal estandarte de Estados Unidos es el libre mercado, y que el intervencionismo grosero de Trump está muy lejos del “dejar hacer, dejar pasar”. Eso, los capitalistas más ortodoxos lo saben bien, lleva al mercantilismo, que es una suerte de capitalismo degradado en el que pocos ganan.
En lo que concierne al muro que está empeñado a levantar en la frontera entre México y Estados Unidos, el único beneficio que puede vislumbrarse para su país es la creación de empleos temporales, pues esta obra demandará abundante mano de obra.
Además, todos, excepto Trump, saben que no hay muro capaz de detener las migraciones cuando por un lado existe necesidad de trabajo, y por otro se requiere mano de obra.
En el terreno de las relaciones exteriores (la diplomacia no la conoce ni de oídas), ha amenazado a varios de sus socios comerciales (México y Japón, especialmente) y ha forjado una relación que no pinta para nada bueno con Vladimir Putin, ese viejo lobo de mar, ex director de la temida KGB soviética, con quien, por más que lo niegue, pactó un boicot a la campaña de Hillary Clinton a cambio de alguna lista de inconfesables favores, que su “amigo” Putin se encargará de cobrarle con réditos propios de agiotista.
Trump también se ha encargado de bravuconear con China, país con el que Estados Unidos a tenido una relación medianamente tersa durante cerca de 30 años, a través de su candidato a Secretario de Estado. Los chinos no se andan con miramientos, y han respondido con toda energía, y con amenazas de tono tanto a más subido que las del palurdo que llegará en breve a ocupar la Casa Blanca.
Buen momento para abandonar la “vocación” maquiladora
En su ignorancia el próximo presidente de Estados Unidos equipara a México con potencias económicas como China y Japón y ha anticipado que dirigirá sus baterías cintra nuestro país para cancelar lo que considera “privilegios” de la relación comercial y diplomática que se ha construido a duras penas y a jalones entre las dos naciones.
Sin duda, este es un buen momento para dejar de voltear a un mercado en el que no somos bien recibidos y dirigir nuestras fuerzas a la construcción de un mercado interno sólido, tal como han hecho países con un potencial similar al del nuestro, como Brasil, la India y Corea, entre otros.
Tenemos el talento, la capacidad y el capital humano necesario para hacerlo. Faltan la decisión y la voluntad de emprender este camino, y decidirnos a invertir en lo que, a ojos vistas, resulta más rentable en el mediano y el largo plazo. La educación y el desarrollo científico y tecnológico.
Es tiempo de hacer un inventario de lo que nos dejó el desmantelamiento del Estado propiciado por los llamados neoliberales y empezar a construir un país más próspero, en el que se genere riqueza y ésta se distribuya de manera justa.
Ciertamente habrá que mantener una relación lo menos ríspida posible con Trump y sus lugartenientes, pero no será la primera vez en la historia. Por lo pronto, habrá que defender, más allá de las declaraciones y los buenos deseos, a nuestros connacionales amenazados con la deportación. Vigilar que el nuevo gobierno se mantenga alejado de las remesas que envían a sus familias.
Asimismo, habrá que formar un grupo de especialistas dedicado a litigar contra las medidas proteccionistas que se pretenda imponer arbitrariamente y diversificar las fuentes de inversión en nuestro país de una vez y para siempre.
Esperemos que, en el tiempo que le quede, este gobierno logre mantener la nave a flote, y que el que lo suceda se proponga como prioridad subsanar los más graves problemas que nos deje la era Trump.