Eduardo Sadot
Cuando en una invasión de casas o terrenos en la ciudad de México los invasores le gritan a la ciudadanía que le hablarán a la guardia nacional y ésta llega a cuidarlos a ellos, en lugar de cuidar a los ciudadanos, cuando durante 24 horas están apostados cuidando a los delincuentes semanas, el contubernio es evidente, cuando con cualquier pretexto la autoridad niega el derecho a los ciudadanos y vecinos con el falas argumento de que no tienen personalidad jurídica y reconoce fraudulentamente la personalidad del delincuente, el estado de Derecho se ha perdido.
El ciudadano está excluido de los equilibrios de poder, frente a la creación de una nueva clase política y surgida, sí del sustrato social menos favorecido, pero fuertemente resentido y mayoritariamente de poca escolaridad y cultura.
Arribó completa la clase marginal vinculada a la delincuencia y acostumbrada a resolver sus diferencias a golpes, lo que dio origen a una mezcla violentamente explosiva, esa que de pronto amaneció empoderada y rica sin imaginarlo, aprendieron – o creyeron haber aprendido la lección de que ser político es ser ratero con inmunidad – porque sus escasos conocimientos no les alcanzaron para ver los mecanismos de control que en gobiernos anteriores, tuvieron la precaución de sortear – aunque no siempre con éxito – y así actúan, seguros de que sus abusos gozan de impunidad eterna, el gobierno mexicano ha recurrido al respaldo de “la corte de los milagros a la mexicana” con el apoyo del narco.
En México, estamos consolidando al poder militar, pero con otro disfraz, desapareciendo a las fuerzas armadas para sustituirlas por la guardia nacional, como lo hizo Hugo Chávez, vamos a regresar a un gobierno militar pero con militares vestidos de guardia nacional, cuya ventaja es no manchar la esencia de las fuerzas armadas – en eso están trabajando – uno de los temas delicados son los señalamientos de contubernio con la delincuencia organizada, que tiene que ver con la desaparición de organismos autónomos constitucionales que propiciaban la participación ciudadana y servían como freno a los abusos de la autoridad y como actor de equilibrio de poder .
La confusión de la fuerza pública con la delincuencia, ese contubernio ha hecho perder la confianza en nobles instituciones, tradicionalmente admiradas y si a esto se suma la liquidación del Poder Judicial, ya no hay mucho que decir.
Hoy acudir – al menos en la ciudad de México – en busca de protección de la autoridad judicial o a la guardia nacional es igual que someterse al juicio de los jefes de plaza y quizá peor que eso.
Recorrer los barrios bravos de la capital del país, o en las grandes ciudades de México, basta para ver a la policía en todas sus manifestaciones patrullando y cuidando ¡a la delincuencia! No al ciudadano.
Vemos con cinismo cómo se defiende la reforma judicial fundada y legitimada en pasos sucesivos de inconsistencia legales, una reforma plagada de vicios y corrupción, compra cínica de votos para completar los requisitos para reformar la constitución la construcción de una mayoría “calificada” fraudulenta, encubierta con una falsa diversidad de partidos que en el fondo son uno solo, para imponer reformas, no puede haber mayoría calificada por un solo partido, por eso se dividieron en otros partidos cuando todos sabemos que en el fondo son lo mismo, así, con vicios de origen como cuando Hitler desapareció la constitución de Weimar en 1933.
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