Joel Hernández Santiago
Ya se ve que a la señora Rosario Piedra Ibarra, presidente de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México (CNDH) las críticas y objeciones a su gestión por parte de la mayoría de los mexicanos ni le van ni le vienen. Es cosa de aguantar mientras tenga los apoyos políticos que requiere para mantenerse en el puesto.
Desde hace mucho los mexicanos han perdido la esperanza de contar con una CNDH que trabaje por sus derechos humanos; que se empeñe y entregue el alma misma por garantizar que nada ni nadie toque la dignidad y el respeto a la persona y al patrimonio de los mexicanos en abusos de poder o abusos de fuerza.
Y no es que la Institución no cuente con personal capacitado, dotado y capaz para llevar a cabo una tarea de tanta capacidad y de tan alta responsabilidad. Muchos de los que trabajan ahí cuentan con las credenciales para hacer una buena tarea. No es problema estructural, sí es un problema de liderazgo y de falta de sensibilidad humana para defender los derechos humanos de los mexicanos.
La CNDH que creó en 1990, a través de un decreto presidencial para promover y vigilar que las instituciones gubernamentales cumplieran con sus obligaciones de defender y respetar los derechos humanos. Y desde su nacimiento esta institución contó con sus presidentes dignos del cargo, entregados a las causas humanas y sus derechos en México.
Durante mucho tiempo las recomendaciones que hacía la Institución a dependencias de gobierno eran respetadas y atendidas. De hecho muchos procuraban no tener que vérselas con la CNDH para evitar conflictos legales e institucionales.
Así, durante mucho tiempo aquella CNDH era ejemplo de gallardía, de responsabilidad, de conocimiento en materia de los derechos humanos, legal y de justicia. Y esto porque cuidaba puntualmente los objetivos que le daban sentido:
“La protección de los derechos humanos; llevar a cabo la observancia, promoción, estudio y divulgación de los derechos humanos; recibir quejas de presuntas violaciones a derechos humanos;
conocer e investigar presuntas violaciones de derechos humanos, por acciones u omisiones de las autoridades administrativas de carácter federal, o por la tolerancia o anuencia de la autoridad de conductas ilícitas que realicen particulares o agentes sociales.
“Formular recomendaciones públicas, denuncias y quejas ante las autoridades respectivas, cuando se decida en última instancia las inconformidades que se presenten respecto de las recomendaciones y acuerdos de los organismos de derechos humanos de las Entidades Federativas; así como por insuficiencia en el cumplimiento de las recomendaciones de éstos por parte de las autoridades locales; presentar acciones de inconstitucionalidad ante la SCJN, cuando exista una ley o tratado que se estime que vulnera derechos humanos; coordinar las acciones del Mecanismo Nacional de Prevención en ejercicio de las facultades que establece el Protocolo Facultativo de la Convención contra la Tortura y otros tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes…”.
Si. Pero no.
Desde que llegó la señora Piedra en noviembre de 2019, impuesta en el cargo por capricho del ex presidente López Obrador, su gestión se ha caracterizado por prácticamente desaparecer a la CNDH. La ha degradado al punto que los mexicanos están indefensos, toda vez que la presidenta se muestra cuidadosa defensora del gobierno de la 4-T-Morena y no de los mexicanos que lo requieran.
Ha hecho caso omiso de temas tan delicados como la violencia generalizada, y en la que con alguna frecuencia participa gente de gobierno, federal, estatal o municipal. Ha hecho caso omiso a las agrupaciones de madres buscadoras de desaparecidos en México. Las desapariciones en el país no existen para la CNDH o por lo menos no está en su agenda prioritaria.
Ya desde que comenzó su primera gestión comenzó a haber quejas por omisiones evidentes. Por mirar hacia otro lado frente a abusos de poder.
Por ejemplo cuando se debatió la pérdida de autonomía del organismo en apoyo de la presidencia y de la 4-T, o como cuando anunció que no interpondrían una acción de inconstitucionalidad en contra de la polémica reforma judicial aprobada por Morena, porque se trata de “un triunfo del pueblo”, según dijo en un comunicado. Y fue como la CNDH se desdibujó y pasó a ser parte del aparato de gobierno y no de todos los mexicanos, siempre con la señora Piedra a la cabeza.
Luego, en la madrugada del 28 de febrero de 2024 en una votación altamente controvertida en el Senado de la República, la señora Piedra fue reelecta para el mismo puesto por otros cinco años.
No reelecta por voluntad de los mexicanos y mucho menos por la mayoría de los legisladores como tampoco por voluntad de la presidente de México, Claudia Sheinbaum. De hecho, la mandataria propuso para el cargo a Nashieli Ramírez, su ex titular de Derechos Humanos en la Ciudad de México.
Pero por encima de todas voluntades y sólo por capricho, se impuso de nueva cuenta la voluntad del ex presidente López Obrador desde su lejano resguardo. A través de Adán Augusto López la señora Piedra volvió a ser presidente de una Institución que gracias a ella no cumple con la encomienda urgente de la CNDH
La señora se sirve a sí misma como funcionaria, sirve a un régimen que tampoco la quiere, sirve a un legislativo que la ve con desdén y ella desde su inicua posición desdeña el trabajo heroico de las madres buscadores de sus seres queridos, desaparecidos.
Hoy muchos claman por su renuncia a ese cargo. Hoy muchos claman porque la CNDH recupere la autonomía, la dignidad y el respeto que tenía antes de 2019 cuando ella llegó y dejo a un lado los Derechos Humanos, para ser ferviente servidora del poder político del momento. ¿Cuánto tiempo más?