HOMO POLÍTICUS
PAVE SOBERANES
- Política y Comunicación: el Peso y Prestigio de la Palabra
El coordinador de prensa de la campaña del candidato a la gubernatura de Morelos, Arturo Serrano —reponiéndose de doble intervención quirúrgica a que fue sometido ayer—, buscó al columnista de Excélsior que había criticado al candidato Antonio Riva-Palacio.
Lo buscó, encontró y esperó casi dos horas a que terminara de escribir sus leídas entregas del día. —Soy Arturo Serrano, coordinador de prensa del candidato Antonio Riva Palacio…. «Espérame, estoy escribiendo», respondió atento, casi uniendo los dedos índice y pulgar. Después de conversar, no reclamar, sino convencer, nunca más el periodista hizo mención negativa de Don Antonio. El peso y prestigio de la palabra. 1988-1994 d. C., no se necesitaban mensajería instantánea verde ni redes sociales blanco y negro, y azul, para mantener cercanía, tener presencia y control narrativo.
La figura de Antonio Riva-Palacio sigue proyectando sombra larga sobre la política morelense por cómo ejerció política y comunicación: con presencia, con discurso, con códigos compartidos, y con una convicción casi ceremonial. Dejó escuela política, pero los discípulos salieron malísimos… La política rivapalacista era un arte performático, pero no vacío.
«¿Qué haciendo, jóvenes?», preguntó una tarde el gobernador a su llegada, junto a su número 2 —cuando los números 2 lo eran—, Alfredo de la Torre [†], a Palacio de Gobierno de Cuernavaca. «Aquí, señor, sosteniendo las instituciones», respondió su interlocutor, un individuo que vestía de blanco, acompañado del fotógrafo Damián Jiménez [†], compadre de Riva-Palacio. Casi me mean de la risa. «¿Y están bien sostenidas?», amplió la guasa sin dejar de reír hasta las lágrimas. «Hasta el último minuto», despidiéndose manotazo al hombro de por medio. ¿Cuándo el hombre de blanco —como el columnista de Excélsior— escribió en contra de Don Antonio? Nunca.
En la Octava Columna de Palacio de Gobierno, de norte a sur, donde siempre veía pasar la vida ese hombre de blanco, llegó el tesorero Alfonso Martínez. «A usted lo quería ver», extendió la mano. «Ya me está viendo», retó el flaco y melenudo de ropa almidonada. Dijo venir de su acuerdo diario en la residencia oficial, donde fuera de agenda financiera, le mostró al gobernador una columna titulada Los Apóstoles del Gobernador, publicada en el semanario Crucero de Jorge Martín Dorantes [†]. La leyó como debe leerse una columna: con método para no fallar en comprensión lectora, de ser necesario regresar líneas arriba, poniendo cuidado en los entrelineados. «Así es, Alfonso», respondió Don Antonio doblando cuidadosamente el periódico de ocho páginas. De los 12, sólo quedaron tres apóstoles políticos, al final, los únicos leales: De la Torre, Serrano y el propio Martínez.
En su comida de despedida, en Leyva 1,111, del gremio periodístico sólo Geraldine Tellitud y el cronista de blanco, asistieron. Estaban todos con el nuevo sol, Carrillo Olea, festejando su entronización.
Sigo en el banco de datos cognitivo-neuronal: Riva-Palacio murió hace 11 años, y con él, fondo y forma de hacer y ejercer la política. No por algo fue el primer mexicano en ser secretario y presidente de las cámaras de Senadores y Diputados. «El caballero de la política», le decían en espacios de opinión publicada, como se les llama a las columnas de análisis político, tan indispensables ayer y hoy para conocer las letras chiquitas de poder, gobierno y sociedad, de la vida misma.
El gobernador no improvisaba, articulaba. Don Antonio era lo que comunicaba, hasta con lenguaje no verbal. Terminados sus tiempos, no faltaba a lustrarse el calzado en el quisco del jardín a Juárez, con su amigo Alberto Corripio [†], caminar el centro de Cuernavaca, romper el ayuno en el Vienés con chilaquiles y cecina, como antes de sus tiempos de mandatario, no mandante.
Por ello enfrentó la ira de habitantes de la cabecera municipal de Jonacatepec, siendo agredido por la turba con palos y piedras, a causa de los excesos de agentes de la Policía Judicial que habían vejado a lugareños. Vaya representación de su forma de hacer política: se podía fallar, pero no esconder. No buscó culpables. Tampoco endosó los problemas. Frente al horror, se aparecía. No se culpaba a otros niveles de gobierno ni se redactaban boletines: se daba la cara. Arturo Serrano convenció al columnista de «Uno de los 10 mejores periódicos del mundo», o «El periódico de la bebida nacional», como bromeaban mujeres y hombres de la redacción, en una cantina cercana.
El rivapalacismo recuerda que no hay instituciones fuertes sin actores que las sostengan con dignidad, discurso y límites, elementos en peligro de extinción. Tenía —tiene— razón el hombrecito de blanco: «Sosteniendo las instituciones […] Hasta el último minuto». No es nostalgia: es método.