Luis Alberto García / San Petersburgo
*Con reglas establecidas jugaban en Orekhovo y Zuyevo, cerca de San Petersburgo.
*En el Cáucaso, los indómitos cosacos tenían un extraño arbitraje: a caballo.
*Spartak, Lokomótiv y Dínamo, los primeros clubes de la Unión Soviética.
*Stalin quiso dos campeonatos porque le desagradaba el frío de Moscú.
Con el lejanísimo antecedente del “lapti” jugado con rudimentarias pelotas de cuero rellenas de plumas de ave o paja por los siervos empobrecidos por las autocracias zaristas, los boyardos y otros terratenientes en el siglo XVII, hacia fines de la década de 1880 dos hermanos británicos de apellido Charnock introdujeron el futbol en Rusia, reglamentado dos décadas atrás en su país.
Ya entonces lo practicaban los obreros de fábricas de tejidos de las localidades de Orekhovo y Zuyevo, cercanas a San Petersburgo -entonces capital de todas las Rusias por mandato del zar Pedro el Grande- de donde llegó a Moscú a factorías propiedad de británicos y alemanes en su mayor parte.
Lo que ambos hermanos no imaginaron es que en el Cáucaso –al sur de Rusia- iban a inventarse sus propias, modernas y poco ortodoxas normas, como patear una pelota el doble de tamaño que la reglamentaria, además de permitir que los árbitros dirigieran los encuentros montados ¡a caballo!.
Como lo muestra un grabado de 1894 -año de la asunción del zar Nicolás II al poder-, se ve a varios cosacos disputando un enorme balón, y el juez-jinete haciendo señas, seguramente marcando alguna falta; sin embargo, no fue sino entre 1900 y 1910 cuando los encuentros, especialmente en Moscú, alcanzaron enorme popularidad.
Según documentación resguardada por la Unión de Futbol de Rusia, fue a principios del siglo pasado cuando hubo el primer partido internacional de una selección que debutó discretamente con un derrota en los Juegos Olímpicos de Estocolmo en 1912: el cuadro fue despedido con entusiasmo por el autócrata, los popes y el pueblo, en medio de una festividad pocas veces vistas.
La representación rusa perdió (2-1) con Finlandia en el juego inaugural y, en posterior partido de “consolación” ante una eliminación directa y fulminante, fue nuevamente derrotada, esta vez por Alemania, que le impuso un 16-0 humillante que enfureció al zar, quien no pagó a los futbolistas los boletos de vuelta a una patria humillada y ofendida.
Manipulando y capitalizando la popularidad de un deporte que resultaba apasionante, los dirigentes de la Revolución de 1917 impulsaron la creación de los primeros clubes de futbol en la Unión Soviética, y el primero de ellos fue en MSK, que cambiaría de nombre para convertirse en el legendario Spartak de Moscú, eterno rival del poderoso Dínamo de la misma capital.
Siguió el Lokomotiv, fundado en 1936, y después el Dínamo de Kiev, el primero no moscovita admitido por la Unión de Futbol de Rusia, que ha utilizado siempre los mismos colores de su homónimo capitalino: azul y blanco, con una D mayúscula del lado izquierdo de la camisa; pero no están juntos ni revueltos, ya han producido grandes futbolistas, entre ellos Lev Yashin y Oleg Blokhin.
Curiosamente, en la enorme nación hay otro Dínamo, el de Minsk, capital de Bielorrusia, cuya fundación data de 1927, tres años después de que la Revolución se consolidara con la llegada de Iósif Stalin al poder y a la muerte de Nicolás Ilich Ulianov, Lenin.
En un proceso que duró diez años –entre 1925 y 1935- se estructuró una sistema de campeonatos por zonas geográficas, así como otros de carácter menor, que finalizaron con la creación de dos torneos oficiales partir de 1938, como ocurrió en Brasil años después, ante la enormidad territorial de la nación sudamericana, aunque menor que la rusa, que tenía una superficie original de 22 millones de kilómetros cuadrados, actualmente reducida a 17.4 millones.
Las entonces repúblicas autónomas de Estonia, Letonia y Lituania participaron por separado en la fase eliminatoria europea del Campeonato Mundial de 1934 en Italia, ganado por el cuadro anfitrión por órdenes del dictador Benito Mussolini, quien amenazó de muerte al entrenador Vittorio Pozzo, sirviéndose del gran triunfador del evento para confirmar su alianza con la Alemania nazi.
Los italianos vencieron a un cuadro del Este de Europa –Checoslovaquia- por 2-1, con goles de Orsi y Schiavio, quien anotó su gol en el minuto 95, en un encuentro prolongado a propósito, que concluyó diez segundos después de la anotación dedicada al Duce, mediante un robo sin ocultamientos, cuyo recuerdo siempre ha prevalecido.
“Viva l´Italia que nunca muore”, vociferó Mussolini al entregar la Copa Jules Rimet a Pozzo, quien así salvó la vida y el empleo, para repetir la hazaña en París, en 1938, cuando en Rusia ya tomaba forma el primer Campeonato Nacional de Liga, llamado así desde ese año por decreto inapelable y caprichoso de Stalin.
Debido a que el dictador aborrecía el frío –nació en la templada Georgia- su gobierno ordenó desde el Kremlin que, el ya de por sí complicado torneo, se dividiera en dos: el de primavera, ganado por vez primera por el Dínamo de Moscú, y el de verano, por el Spartak de la misma capital como monarca.
También se retomó la idea de construir un estadio monumental que llevaría el nombre de Lenin, rebautizado como Luzhnikí en 1992 –escenario de los Juegos Olímpicos de 1980 con un cupo para 80 mil espectadores, en el cual se han jugado más de tres mil encuentros oficiales, además de ser usado para espectáculos artísticos y culturales.
Será sede de los partidos entre Alemania y México; Portugal y Marruecos; Dinamarca y Francia, el inaugural de la XXI Copa FIFA entre Rusia y Arabia Saudita, el 14 de junio de 2018, y la gran final un mes después, cuando medio planeta se detenga, el día en que la pelota descanse, al haber cumplido su rol de protagonista número uno de esa gran fiesta universal.
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