Historias para armar la Historia
Ramsés Ancira
Andrés Manuel López Obrador no inventó el presidencialismo, pero le fascina.
Dentro de todas las enormes virtudes con las que cuenta el presidente Andrés Manuel López Obrador y entre las que destaca su visión de una sociedad más igualitaria de la sociedad, hereda también un defecto que tuvieron mandatarios como Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría: su exagerado amor por el presidencialismo y el culto a la personalidad.
Una cosa es que en muchas organizaciones autónomas se hayan dado presupuestos inconmensurables; que los consejeros electorales, magistrados y otros funcionarios se asignaran salarios, aguinaldos y prestaciones inconcebibles en un país con más de la mitad de la población en situación de penuria económica, mientras que instituciones como el Consejo Nacional para la Evaluación de la Pobreza hayan gastado más en rentas de inmuebles que en estudios para combatirla.
Otra, muy distinta, es que López Obrador pretenda tener el control de todo, respaldado en su innegable fuerza moral entre una cantidad apreciable de ciudadanos.
No hay mucha diferencia entre la definición que se daba a sí mismo el rey Luis XIV, cuando decía “El Estado soy yo” y la que transmite Andrés Manuel López Obrador cuando dice “Yo soy el responsable del resultado final, soy quien decide y no son en este caso, (porque ante la nación soy el presidente) no son los secretarios los responsables de decisiones, tiene que ser el presidente”.
Sí hay una diferencia sustancial sin embargo entre el monarca de París, también conocido como “El Rey Sol” con el presidente López Obrador, y esta es que en las actas del Parlamento de París no consta que Luis XIV haya pronunciado esas palabras; en cambio las del mandatario mexicano quedaron registradas por escrito y en medios electrónicos en la conferencia matutina del 6 de agosto de 2020.
¿De dónde proviene la historia que atribuye al monarca francés, la mencionada frase “El Estado soy yo”? De la sesión del parlamento del 13 de abril de 1655, cuando Luis XIV decretó 17 edictos para aumentar la recaudación fiscal, con lo cual consiguió que esta se incrementara prácticamente en 30 millones de libras durante el siguiente año. Así lo consignó el escritor y periodista Adolphe Laurent Joanne.
¿Y a cuento de que vino la declaración de López Obrador en la que parafrasea la legendaria frase de “¡El Estado soy yo!” A la muy apreciable observación que hizo el titular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Víctor M. Toledo, en el sentido de que estaba ganando la agroindustria, la visión de las grandes corporaciones, por encima de la agricultura ambiental y ecológica.
La semana pasada decidí suspender la publicación de esta columna debido a que estaba pendiente de resolver si López Obrador optaba por seguir el consejo de Toledo, en el sentido de que se suspendiera el uso de glifosato, un herbicida inventado por Monsanto, al que se atribuyen efectos tóxicos, o se decidía por la opción de Alfonso Romo, su jefe de gabinete, que también es uno de los agroindustriales más destacados del país.
En el año 2015 la Organización Mundial de la Salud consideró que probablemente el producto era carcinógeno para los seres humanos. La Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer, lo confirmó. A partir de 2017, se prohibió su uso para todo tipo de cultivos, en California, Estados Unidos. Tampoco se les permite a los agricultores en Francia.
¿Sabrá López Obrador que, en Argentina, antes de tomar decisiones al respecto la entonces presidenta (y ahora vicepresidenta) Cristina Kirchner creó en 2009 una Comisión Nacional de Investigación para estudiar el glifosfato? Cuatro meses después un estudio concluyó que este producto puede producir “malformaciones neuronales, intestinales y cardíacas en los embriones humanos”.
Además, existen antecedentes de fraudes en investigaciones científicas que aseguraban falsamente que el glifosato era seguro para los mamíferos. Incluso se llegó a la extrema ridiculez de afirmar qué basados en el estudio de células extraídas “del útero de conejos machos”, se podía afirmar que el pesticida no era peligroso. Permítame redundar, para que no haya ningún margen de error, Industry Biotest Laboratories entregó un reporte “científico” que aseguraba que el glifosfato es un producto seguro, basado en el estudio de “células de úteros de conejos machos”.
¿Acaso se trataba de una pregunta capciosa para estudiantes de secundarias urbanas que podrían ignoran que los machos no tienen útero? Pues no, el Consejo de Defensa de Recursos Naturales de Estados Unidos y al menos otros dos organismos ambientales acusaron trampas en las investigaciones de Industry Biotest Laboratories para favorecer a Monsanto.
Finalmente, lo que López Obrador determinó es que el glifosfato no se utilizará en el programa “Sembrando vida”, pero tampoco se le prohibiría en el uso agroindustrial, de tal manera que pudo dejar a gusto tanto al biólogo Toledo como al jefe de gabinete Romo.
¿Pero esto es suficiente? El glifosfato también aumenta la cantidad de azúcar en la caña ¿No que queremos reducir la diabetes? También se le usa para secar la amapola, y los cultivos de marihuana. Muy bien ¿pero que nos dice que no afecte otros cultivos comestibles si gran parte de los códigos genéticos del reino vegetal son compartidos.
Si los productos envasados llevan una advertencia de que son altos en azúcar o en grasas ¿no sería bueno que también en los vegetales advirtieran si en su cultivo se emplearon glifosfatos.
El punto es que el presidente, como cualquier ser humano, no puede saberlo todo. El problema es que México cuenta no solo con científicos, químicos, biólogos, sociólogos, médicos, juristas, historiadores y expertos en todas las materias a los que no consulta. No los hace sentirse parte de la solución, sino del problema, como cuando compara a los que estudiaron posgrados en el extranjero con hijos de mafiosos. ¿Es López Obrador un mafioso porque su hijo José Ramón López obtuvo un postgrado en Constitucionalismo del Estado Social, impartido por la Universidad de Castilla, La Mancha?
Mientras tanto México es uno de los países con mayor número de personal de salud con muertes por Covid-19. No está bajando la cifra de muertes diarias, lo que sucede es que aumentan en la India. El miércoles 19 de agosto México superó por primera vez a Estados Unidos en la cifra oficial de muertos diarios por COVID, 751 al Sur del Río Bravo, 740 al Norte. ¿Ayudaría en algo si se trabajara más en equipo y menos con presidencialismo?