Enrique López Contla
Miguel Melchor López Azuara (1934-2022) falleció el pasado28 de septiembre en su natal Tuxpan, Veracruz. El siguiente, un testimonio de Enrique en torno a la fructífera existencia de su padre. Carlos Duayhe
Miguel López Azuara no lo sabía, pero nació con el gusanito del periodismo metido en el tuétano, Él llegó al mundo como regalo del Día de Reyes de 1934, en Tuxpan, en plena huasteca veracruzana, a la orilla de un hermoso y ancho río que cruzaba a nado con sus amigos, para calmar el intenso calor veraniego y a unos cuantos kilómetros de una barra interminable que hay por playa. Su primer regalo de Día de Reyes fue tener a Melchor, como segundo nombre.
Al poco tiempo de terminar la preparatoria se fue con algunos amigos a la Ciudad de México, la gran capital.
Su intención era continuar una aventura que habían comenzado en Tuxpan, cuando Javier Santos Llorente, un amigo mayor que ellos, los invitó, más que a trabajar, a participar en un pequeño periódico local llamado El Sol de La Huasteca, financiado por el radiodifusor Calixto Almazán.
Eso bastó para poner al periodismo en el centro de la atención de Miguel y de sus amigos de toda la vida.
A la capital se fue primero con Eduardo Deschamps Rosas, un hombre de mente brillante, bueno para las matemáticas y hambriento de temas culturales. Más tarde, se les unió Manuel Arvizu Maraboto, cuyo talento estaba más enfocado en las formas y el diseño
Al final, los tres terminaron trabajando y forjándose en las páginas de las diferentes publicaciones de Excélsior, dirigido entonces por don Rodrigo del Llano.
La historia de López Azuara en el diario comenzó el lunes 5 de septiembre de 1955, en la avenida Paseo de la Reforma #18, sede de “El Periódico de la Vida Nacional”, periódico fundado el 18 de marzo de 1917 por Rafael Alducín, un joven poblano que incursionó en el periodismo en los últimos días del periodo revolucionario.
En los años 50 no había escuelas de periodismo ni facultades de comunicación. El oficio se aprendía en las redacciones, que eran amplios salones llenos de escritorios, sillas, teléfonos y máquinas de escribir mecánicas. Los aspirantes aprendían viendo y leyendo a los reporteros experimentados, oyendo los consejos y las reprimendas de los jefes de redacción y de información.
Comenzaban por ser “hueso” en la redacción. Los “huesos” eran ayudantes generales que lo mismo iban por el café y los refrescos, que llevaban las notas de los escritorios de los reporteros a las mesas de los jefes. En esa época, las notas se escribían sobre papel revolución con dos copias hechas con papel carbón. Los textos se escribían a doble renglón, para que los correctores de estilo y redacción tuvieran espacio donde plasmar sus anotaciones.
En el camino, los “huesos” iban ascendiendo en la escala jerárquica. Lo que seguía era ser “ayudante de redacción”, lo que implicaba el privilegio, o la responsabilidad, de tomar el teléfono, sentarse a la máquina de escribir y recibir las notas que los reporteros dictaban apresuradamente cuando estaban fuera de la ciudad o cuando sabían que no llegarían a tiempo para cumplir con el cierre de las ediciones que, en el caso de Excélsior, eran tres al día. Primero la matutina, que era la principal. A mediodía, Últimas Noticias, que estaba en las calles como a la una de la tarde y, por último, La Extra, que salía a circulación antes de las 17 horas.
El trabajo no terminaba ahí. Seguía la preparación de la edición matutina del día siguiente y el ritmo de trabajo implicaba que después de que las notas eran entregadas, corregidas y aceptadas, tenían que encontrar su acomodo en las páginas del periódico, tarea que, bajo la guía de los jefes de información, correspondía a los diagramadores, quienes debían considerar tanto la extensión de los textos como la disponibilidad de materiales fotográficos y el “peso” que tenía cada información, ubicarla en tal o cual plana y su posición en la misma.
Después seguía todo el proceso de talleres, linotipos e impresión, para llegar con los responsables de la distribución, quienes, durante la madrugada, coordinaban el envío de suscripciones, la entrega a voceadores, a otros distribuidores locales cerrados, así como los envíos foráneos a las principales ciudades del país. Unos paquetes se iban en autobuses de pasajeros y otros viajaban por avión.
Con la práctica de tomar dictados, poco a poco, los ayudantes de redacción aprendían los secretos de las notas periodísticas y, casi sin darse cuenta, también de los diferentes géneros periodísticos. Cuando los jefes lo consideraban oportuno empezaban a mandar a los ayudantes a reportear a la calle, a veces con algún reportero, a veces solos.
En su camino por ese sendero, López Azuara cubrió diversas fuentes informativas. Según la tradición, los principiantes comenzaban reporteando en la fuente policíaca, lo cual implicaba hacer contactos en las delegaciones de policía, en las Procuradurías de Justicia, tanto la federal como la local. Incluía cubrir las actividades de los bomberos y de otros servicios de emergencia de la ciudad. Ese paso era importante, en muchos también efímero.
A falta de grabadoras de bolsillo, los reporteros utilizaban libretas de taquigrafía en las que garabateaban algunos datos, otros los registraban en su memoria y en su habilidad para observar lo que ocurría en el entorno. Los datos que lograran registrar serían los ingredientes de las notas que escribirían más tarde. Todo sin olvidar que sus textos debían ser claros, concisos y objetivos, sin adornos literarios y sin juicios ni comentarios personales. Todo lo que incluyeran estaba sujeto a comprobación y validación.
Relaciones Exteriores, fue otra de las fuentes que cubrió López Azuara. Además del aprendizaje sobre el mundo, el lenguaje y las formas de la diplomacia, ese tiempo le dejó experiencia y amigos entrañables, entre ellos, Manuel Buendía, que en esa época era reportero de La Prensa. Años después, Buendía se convertiría en uno de los periodistas más destacados del país, por su columna política Red Privada, que por años se publicó en la primera plana de Excélsior (antes también en los periódicos El Día y en El Universal).
A la muerte de Don Manuel Becerra Acosta, en 1968, los cooperativistas eligieron Julio Scherer García como nuevo director general de Excélsior. Su mancuerna fue Don Hero Rodríguez Toro, un personaje de inteligencia excepcional que se hizo cargo de la gerencia general, cuya contribución excedió, por mucho, su mera función administrativa.
Excélsior, agencia informativa
Scherer y su equipo vieron la oportunidad de ampliar los alcances de la información que el periódico generaba.
Al final de los años 60, se encomendó a López Azuara la creación de una red de corresponsables nacionales. Viajó por todo el país para encontrar y entrevistarse con los mejores periodistas de las principales ciudades. Les invitaba a sumarse y les compartía el estilo y los ideales del periódico. Con este paso, además de la circulación y la venta de publicidad de los diarios y revistas que Excélsior editaba, se abrieron las puertas de nuevas opciones de ingresos de la Cooperativa, al vender, como agencia de noticias, servicios informativos así como entrevistas exclusivas o reportajes especiales a periódicos locales y regionales de todo el país.
Con la información de Excélsior a su disposición, los medios locales lograban ofrecer a sus lectores notas nacionales a primera hora de la mañana, ya que, gracias a la red de télex que Excélsior instaló, fue posible enviar oportunamente información nacional e internacional a su red de suscriptores. A la vez, el periódico obtuvo más y mejor de información de lo que ocurría fuera de la capital del país.
Los Migueles
El equipo de Scherer buscó imprimir un sello editorial diferente al diario. Ya que la agencia informativa estaba en marcha, López Azuara participó activamente en el objetivo de construir una línea editorial que incluyera opiniones, información y puntos de vista de actores políticos, económicos, académicos, científicos, artísticos, literarios, sociales.
“El chiste, decía López Azuara, es que los editorialistas que publiquen tengan información poco conocida o que aporten -con bases- nuevos enfoques a los temas de siempre y del mundo cambiante. Queríamos plumas de personajes ilustrados, serios, comprometidos…”
La subdirección editorial requería ayuda. En la redacción del periódico un joven hidalguense destacaba por la pulcritud y la rigurosidad de los materiales que publicaba. Así llegó Miguel Ángel Granados Chapa, quien por invitación de Miguel López Azuara, se sumó al área y así ambos conformaron en la subdirección editorial, el equipo al que la gente de Excélsior bautizó como Los Migueles.
El manejo informativo, su efectiva presencia nacional y las opiniones publicadas en las páginas editoriales colocaron al diario en un lugar de privilegio en la opinión pública, en los círculos políticos, empresariales y académicos y sociales.
Pensamientos y corrientes diferentes o francamente opuestas encontraban espacios que nunca habían tenido en un medio de comunicación en México.
La estancia de López Azuara en esta gran aventura en ese gran Excélsior concluyó en julio de 1976, un final infame ejecutado desde el interior, con aliento y respaldo vil del autoritario gobierno en turno.
PROCESO
“El golpe contra Excélsior -reflexionaba López Azuara- como suele suceder, lejos de lograr acallar a las voces que ahí se expresaban impulsó el surgimiento de muchos periódicos y revistas que ejercían, de manera más amplia y plena, el derecho a la libertad de expresión. Medios que destacan o destacaron en su momento por el profesionalismo de sus equipos y la claridad de sus objetivos.”
La salida de él y alrededor de otras 300 personas de Excélsior dio pie al surgimiento de ideas y proyectos alternativos.
López Azuara siguió el proyecto que encabezaba Scherer. Con la experiencia y los contactos de la agencia que habían creado dentro de Excélsior, tres semanas después de su salida del periódico el grupo fundó el 2 de agosto de ese mismo año, la agencia de noticias CISA (Comunicación e Información S. A.) y retomaron el servicio que daban a suscriptores que, de esta manera, expresaban su solidaridad con el grupo.
El objetivo, sin embargo, era más ambicioso.
El 1 de diciembre siguiente el autor intelectual del golpe a Excélsior, Luis Echeverría, entregaría la Presidencia de la República a José López Portillo.
No podían, no querían permitir que Echeverría se fuera pensando que había amordazado a los periodistas y editorialistas que osaban señalar sus errores y omisiones, que opinaran de manera diferente y que cuestionaran o que no aplaudieran sus acciones.
Por eso el propósito era lanzar en circulación un medio impreso antes del fin del sexenio. No daba tiempo -opinaba el grupo- de crear un nuevo diario. Su mejor opción fue diseñar y editar una revista de circulación semanal. Así, el 6 de noviembre de 1976, nació PROCESO, tres semanas antes del final del régimen echeverrista. Ese día, los propios personajes que crearon la revista salieron a las calles a venderla o a entregar las suscripciones que habían logrado vender a amigos y simpatizantes.
Otro grupo, encabezado por Manuel Becerra Acosta hijo, creó el periódico UNOMÁSUNO que empezó a circular el 14 de noviembre de 1977.
En PROCESO, López Azuara comenzó a escribir la columna “Elenco Político”. El nombre lo dice todo, una pasarela de actores y de sucesos políticos que se engarzaban o separaban según el momento y su conveniencia política. La publicó hasta su salida de la revista, en 1978, cuando Miguel Ángel, que también había iniciado otros caminos, lo invitó a dirigir el área de noticias de Radio Educación, estación que dirigía con gran entusiasmo.
Este paso abrió un nuevo horizonte para el tuxpeño quien, como funcionario público, encontró que, desde el gobierno, había cosas importantes que aportar a la sociedad con sentido periodístico: información, datos y razones desde las diferentes oficinas oficiales en las que colaboró.
En Relaciones Exteriores
Como director de Comunicación Social de la Secretaría de Relaciones Exteriores a cargo de Jorge Castañeda de la Rosa como secretario, fue responsable del manejo de prensa de dos reuniones Cumbre Norte-Sur, que México organizó en Cancún en 1981.
La primera, fue con los secretarios y cancilleres de la política exterior de sus países.
La segunda, fue con los presidentes, primeros ministros o líderes de 22 países, entre ellos: Ronald Reagan, de Estados Unidos; Margaret Tatcher, del Reino Unido; Francois Mitterrand, de Francia; el Príncipe Fahd, de Arabia Saudita; Pierre Elliot Trudeau, de Canadá; Zhao Ziyan, de China, entre otros relevantes mandatarios.
En la encomienda le acompañaron profesionales de lujo como son Carlos Ferreyra Carrasco y Agustín Gutiérrez Canet, quien terminó abrazando la carrera diplomática con una espléndida trayectoria. En algún momento se incorporaron también Hero Rodríguez Neumann y las hermanas Marcela y Rossana Fuentes Berain.
Notimex
López Azuara fungió después como director general de Notimex, agencia estatal de noticias desde donde volvió a abrir espacios para diversas corrientes de pensamiento: “Esta, dijo, es la mejor manera de dar credibilidad a las acciones de gobierno”.
Notimex producía un noticiario de radio que diariamente era transmitido por más de 160 estaciones del país y tenía un amplio abanico de colaboradores que enriquecía el panorama informativo. Ahí, el equipo de trabajo incluyó a Carlos Ferreyra, a Armando López Becerra, a Roberto Galindo y a Joel Hernández Santiago, entre otros.
100 Lecturas Mexicanas
La vuelta de página la dio Don Jesús Reyes Heroles, secretario de Educación Pública, cuando lo invitó a trabajar con él en el cargo de director general de Publicaciones y Bibliotecas. Un nuevo y maravilloso reto.
De ese paso destaca la invaluable serie de 100 Lecturas Mexicanas; una colección de títulos esenciales en nuestra cultura que contaba entre sus múltiples atributos precios muy accesibles al público y que forman parte aún de muchas bibliotecas públicas y privadas en el país. Gracias a un convenio firmado con el Fondo de Cultura Económica, cada ejemplar tenía un precio de venta al público de diez pesos. Además, los autores recibían sus regalías desde que los libros se iban a la imprenta, algo inusitado en el mercado.
El autor del primer título que publicó la serie fue Carlos Fuentes.
El tiraje promedio de libros en México en aquel entonces era de mil a cinco mil ejemplares. Cada título de Lecturas Mexicanas tuvo un tiraje de 40 mil a 100 mil ejemplares. Recuerdo que cada miércoles aparecía un nuevo título y estaba disponible al mismo tiempo y en todo el país.
Un reportaje, firmado por Patricia Vega, publicado por la revista Letras Libres, el 1 de julio de 2019, titulado: “De visita a las colecciones de lectura en México”, dice, a propósito de esta colección:
El secretario también notó este último aspecto y, en algún acuerdo de trabajo, mirándolo fijamente le dijo: “A ver Don Miguel, dígame cómo le hace, porque no me lo cuentan, yo lo he visto. Todos los miércoles está el nuevo libro lo mismo en Tijuana que en Chiapas”. –“Muy fácil, respondió López Azuara, lo distribuimos igual que como se distribuyen los periódicos, sólo que enviamos antes los ejemplares para que le dé tiempo a la gente de los kioskos”.
Al fin y al cabo, periodista.
Diseñaron otras muchas colecciones. Hubo una en la que se pidió a escritores que prepararán textos infantiles.
Muchos aceptaron con gran entusiasmo, sobre todo cuando se enteraban de que reconocidos artistas plásticos, como Vicente Rojo y José Luis Cuevas estarían a cargo de las ilustraciones.
Para cada título era un escritor por un artista plástico.
Hubo colecciones de Historia de México, Historia Universal, Clásicos del mundo, arte.
“Para Juan Domingo Argüelles, uno de los promotores de la lectura más meritorios de nuestro país, la primera serie de ‘Lecturas Mexicanas’ es la verdadera joya de la corona. ‘No ha habido en México ninguna colección de divulgación popular de la cultura mexicana más importante que esta (…) <sus ejemplares> se pusieron a la venta en puestos de periódicos, en ediciones bien cuidadas, con hermosas portadas de Rafael López Castro y a un precio tan económico que uno compraba varios ejemplares con el propósito de obsequiarlos (…) gracias al apoyo de la SEP, pudo imprimirse en tirajes masivos que tenían el objetivo de reforzar la cultura del lector común, porque lo mismo incluía literatura, ensayo filosóficos, literatura infantil, música, cultura prehispánica, diferentes ciencias. Su éxito radicó, según Argüelles, en ‘su falta de cuatismo’. (…) El libro inicial fue ‘La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes; le siguieron El Llano en llamas, de Juan Rulfo; Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, de Miguel León Portilla; Libertad bajo palabra, de Octavio Paz y así, hasta llegar a los cien títulos”.
Igual que en otros medios, entre los escritores e investigadores hay grupos que representan diferentes perspectivas, preferencias e intereses; e invariablemente, hay diferencias o disputas entre ellos.
Esto también llamó la atención del secretario, quien no había recibido quejas de nadie al respecto.
-¿Cómo lo resolvió?- preguntó.
-Pues mire usted, cada grupo tenía su propuesta y su idea. Nosotros pensamos que no había necesidad de elegir entre unos u otros, así que a cada uno le propusimos que diseñara una serie editorial con sus propuestas. Las revisamos, las ajustamos y las editamos. Todos quedaron satisfechos, porque, además, participaron en todo el proceso.
Crear cinco mil Bibliotecas Públicas
Las bibliotecas, la otra parte de la dirección que encabezaba, fueron tema aparte porque había pocas bibliotecas públicas en proporción con el número de habitantes y la extensión del país.
Este tema le importaba al presidente Miguel de la Madrid.
Con la doctora Ana María Magaloni diseñaron un proyecto que llevaría una biblioteca pública al menos a cada cabecera municipal de México.
Un programa ambicioso que significaba abrir alrededor de cinco mil bibliotecas públicas durante el sexenio.
No recuerdo los detalles, pero con el programa cada municipio aportaría el inmueble. No tenía que ser nuevo ni mucho menos. Muchos tenían casonas o edificios desocupados o con espacio suficiente para instalar una biblioteca.
La SEP aportaría el acervo bibliográfico con una base de cultura general y otro dirigido a las particularidades y ubicación de los municipios. Esto incluía el mobiliario y el equipo de oficina, así como fotocopiadoras con el fin de evitar la mutilación de los libros.
Un equipo del área de bibliotecas acudiría al montaje y permanecería durante algunas semanas para capacitar al personal municipal que quedaría definitivamente al frente de la operación.
En ese tiempo, les enseñaban a clasificar y a acomodar los libros, cómo ubicarlos rápidamente y cómo manejar los que periódicamente recibirían. Aprendían también a organizar actividades propias de esos centros de cultura y aprendizaje.
Antes del final del sexenio la muerte sorprendió al secretario Reyes Heroles, pero el programa de Publicaciones y Bibliotecas ya registraba un avance significativo.
Presidencia y Veracruz
Durante algún tiempo Miguel López Azuara fue el representante de la Asociación de Editores de los Estados, en la Ciudad de México y luego se incorporó al Comité Ejecutivo Nacional del PRI, como secretario de Información y Propaganda, cargo de desempeñó durante la campaña de Carlos Salinas de Gortari y después con Luis Donaldo Colosio.
Cuando Carlos Salinas tomó posesión, hizo equipo con Otto Granados Roldán en la Dirección de Comunicación Social de la Presidencia, en el cargo de director de Información.
Ahí se mantuvo hasta que recibió la invitación de Patricio Chirinos en su campaña como aspirante a la gubernatura de Veracruz. Chirinos ganó y López Azuara fue su Coordinador de Comunicación durante los seis años de su gobierno. Ahí lo acompañaron Manuel Miranda, Arnulfo Pancardo, Bulmaro Bazaldúa, Miguel Reneaum, Carlos Duayhe, Hero Rodríguez y Héctor Cervera, entre muchos otros. Fueron años que gozó intensamente recorriendo todos los rincones de su amado Veracruz.
Al gobierno de Veracruz siguieron otras actividades.
Fue vocero de Aeropuertos y Servicios Auxiliares; y editor de la revista EXAMEN, del CEN del PRI, durante la presidencia de Beatriz Paredes.
Luego fue director de Comunicación de la H. Cámara de Diputados, donde, entre otras acciones, creó la revista CÁMARA; modernizó totalmente la sala de prensa, la màs moderna hasta la fecha en el país; organizó el seminario Los Periodistas y el Poder con la participación de connotados investigadores del CIDE y la UNAM; y mantuvo excelentes relaciones públicas y de difusión e información en torno a las actividades legislativas con los diferentes medios de comunicación, gobierno, academias, partidos y organizaciones sociales. Ahí, entre sus colaboradores, su paisana Ana Cristina Peláez estaba a cargo de las Relaciones Públicas y Emilio Cahwagi al frente de la revista Cámara.
Durante algún tiempo escribió el editorial de El Universal. Para su gusto, Rossana Fuentes Berain, antigua discípula, fue entonces su jefa.
La vida
El camino, sin duda, le ha resultado divertido y placentero. Conocer, aprender, viajar, leer, escribir, junto a su familia y amigos, sus grandes pasiones. Ha vivido a su manera. Primero en Tuxpan, con sus padres, Miguel y Enriqueta, y sus cuatro hermanas, Enriqueta (La Negra), Chefina, Melín y La Chata. Vivió en México hasta 1992, cuando se fue a Xalapa y ahora está de nuevo en Tuxpan, su refugio natural.
Motivo
Mi intención al escribir este texto es decirle a mi papá cuanto lo quiero, lo admiro y lo respeto.
Obviamente me hice comunicador por su influencia.
En mis escasos recuerdos infantiles, en la casa y en las vacaciones, siempre había periódicos, revistas y periodistas. Las conversaciones tenían que ver con los sucesos del momento.
Para él, por las mañanas, primero era el periódico y después el café. Abría los ojos y con una mano buscaba sus anteojos en la mesita de noche y con la otra jalaba el periódico o los periódicos, porque con frecuencia había más de uno.
Este vistazo a una parte de su trayectoria, está lejos de ser precisa.
Sólo es un manojo de recuerdos de cosas suyas que claramente me impresionan todo el tiempo.
Recuerdo, por ejemplo, un día, cuándo él trabajaba en Xalapa comenzaban a llegar las primeras computadoras personales, eran la novedad en oficinas públicas y privadas. Una vez fui a visitarlo y, para recibirme interrumpió su clase de computación. Estaba aprendiendo a usar la computadora que le asignaron y a navegar en Internet. Siempre dispuesto a actualizarse, no a rezagarse.
Hoy, esto puede sonar ñoño o bobo, pero recordemos que él nació en 1934. Había periódicos y revistas, pero las transmisiones radiofónicas apenas empezaban en México y la televisión llegó hasta mediados de la década de 1950, con la transmisión de un Informe de Miguel Alemán. Cuarenta años después llegaron las computadoras y el internet.
En ese tiempo su jornada laboral era muy larga, pero aun así se las arreglaba para tomar clases de inglés y de italiano (con su amigo Mauro de la Rosa) y, cuando en los fines de semana no había gira del gobernador, se las arregló para convertirse en novel estudiante de piano,
Hace dos o tres de años me llamó por teléfono y me dijo: “Oye, ¿ya viste Duolingo? Está bueno para aprender idiomas. Yo estoy tomando clases de alemán… deberías entrarle…”.
En fin, de antemano me disculpo con muchas personas, amigos, compañeros o colaboradores que le acompañaron en distintos momentos, pero que no menciono. Imposible nombrarlos a todos. Conozco o conocí a algunos, pero no a la mayoría. Perdón también por omisiones, desde luego, involuntarias o por cualquier otro error.
Como dije, es sólo un manojo de recuerdos. Un “te quiero papá” porque eres y serás siempre una figura esencial en mi vida.
Gracias.
Monterrey, N. L., septiembre de 2022