Corre, lee y dile
Germán Martínez Aceves
No es necesario morir para imaginar que tal vez existe el infierno, no basta con pensar en ciertas bondades para suponer que ganamos el cielo. Simplemente nuestra realidad, nuestra cotidianidad, nos sitúa en los territorios que nos conducen a los abismos de la condición humana. A veces pensamos que vivimos en sociedades avanzadas, pero en realidad pareciera que sobrevivimos en la ley de la selva, la que no deja opción a concesiones, sobre todo, tratándose de mujeres.
La escritora cubana Elaine Vilar Madruga (La Habana, 1989) con una narrativa excelente, nos sumerge en un ambiente distópico en medio de la selva, ese territorio que preña a sus creaturas, que las devora, que las mata.
Elefanta Editorial y la Editorial de la Universidad Veracruzana dan a conocer la novela El cielo de la selva, obra ganadora del Premio Nollegiu de Cataluña que el reconocido suplemento cultural Babelia del periódico El País, la consideró entre los mejores diez libros del 2023.
Elaine Vilar Madruga nos presenta una historia dura, sórdida, donde la maternidad es el vértice en el que surgen personajes como La Abuela, Santa, Ananda o Romina que tienen el deber de parir y criar a sus hijos para alimentar a la selva y sobrevivir en un entorno de cultura patriarcal que de transmite de generación en generación, que no da mayor opción en medio de una realidad que se enreda en la maraña de la brutalidad.
La autora crea sus personajes femeninos dramáticos moldeados con la arcilla del dolor, tienen un paralelismo con la vida de las mujeres de nuestros días que pueden ser abuelas, madres, tías e hijas. La historia es sobre maternidades en un contexto macabro que se mezcla con la realidad de tal manera que la violencia es un acto normal.
Habitantes de una hacienda en medio de la selva, las protagonistas son mujeres furiosas que cargan con la rabia del silencio surgida en la soledad, en el acoso, en el abuso. La selva es el monstruo en el que habitan, es un espejo de la realidad con luces y sombras, es un canto de sobrevivencia construida sobre sacrificios, sangre y fuego.
Dos colores predominan en esta selva: el rojo de la locura, de la ira, del dolor, del encierro, del sacrificio de niños y, el verde, que simboliza la paz, la tranquilidad que existe cuando todo está bien. Cromatismo de emociones intensas y de acciones extremas.
La novela es una exposición de experiencias macabras y crueles donde la selva es un dios que mastica y pudre todo a su alrededor, que controla la vida de sus habitantes por más padrenuestros que recen. Así como puede ofrecer alimentos y una hacienda que podría ser una protección también exige que las mujeres no paren de parir y sacrifiquen a los niños como una forma de tributo, como es el caso de Ifigenia, de 11 años, que observa los desvaríos de su abuela, la primera habitante de la selva, y odia a Santa, su madre, que no atina a decirle que es hija de Lázaro o de uno de los extranjeros que llegan a la selva.
Y así deambulan algunas mujeres como Santa que no para de parir, que le da lo mismo matar gallinas, ratas, gatos o hijos con tal de que la selva las deje en paz; Ananda, una perra jíbara huérfana envuelta en la locura; Copita, que llega del reino de las muertas donde matan a mujeres como si “fueran mala hierba”.
Los hombres son viajantes de la selva como Cangrejo que solo entiende las relaciones a cuchilladas o Lázaro que intentan ser bueno padre y trata de recordar a todos sus hijos. Al fin de cuentas también son víctimas de la selva, de un sistema social, religioso y político que los moldea.
En los referentes de la novela, Elaine Vilar Madruga acude a los mitos de Ifigenia que es sacrificada para que el viento sople y empuje las velas de los barcos o Medea, que asesina a sus hijos porque finalmente vivirían infelices.