Eduardo Sadot
Las abuelitas decían, “en arca abierta, hasta el justo peca” era una manera de explicar la confirmación de otro dicho de ellas “tanto va el cántaro a la olla, hasta que se queda adentro” filosofía popular vigente y sabia.
La gran virtud de las Fuerzas Armadas (FA) ha sido, que no son elitistas, que sus miembros en su gran mayoría o todas son de extracción popular, la mayoría, jóvenes que en su formación veían con dificultad su evolución en la escala social, que visualizaron que su futuro en la burocracia o en el trabajo del servicio privado o empresarial tendrían un pobre sueldo y una profesionalización deficiente, donde las alternativas de superación son limitadas, dedicar largos años a estudiar una carrera, para terminar de subempleado o burócrata.
Cuando es una carrera novedosa en la familia y no se tienen las relaciones o el talento inmediato para destacar, los lanza a otras opciones como la emigración dentro de su patria o fuera de su país o, ingresar a las FA como tropa o como estudiante de una escuela militar, ésta última opción ha sido desde la época independentista una opción viable de remontar la escala social, de capitalizarse y diversificar inversiones o actividades para el futuro familiar.
La movilidad territorial en las FA ha evitado el arraigo y la posibilidad de relaciones negativas delincuenciales, que faciliten amafiarse, ello había sido garantía institucional. Otra virtud – a diferencia de las FA en otros países – había sido mantener alejados a los miembros castrenses del ámbito de los grandes y millonarios negocios que pudieran hacerse fundados en la naturaleza de su formación castrense, pues la cantidad de personal facilita la utilización de los servicios en beneficio propio. Sí hubo casos donde se usaba la fuerza de la tropa – especialmente técnicos – a los que recurrían los mando para hacer pequeñas cosas como arreglos eléctricos, carpintería o cosas menores que se entendían y a veces se justificaban al servicio de los miembros del alto mando, de Generales y Almirantes o secretarios pero eso eran pequeñeces que otorgaba la vida castrense, que terminado el cargo, en la jubilación, era pálidamente mantenido, a través de un proceso natural de sustitución de antigüedades, que nunca llegaban a despertar la ambición de pasar a ser poderosos empresarios – si hubo casos en los primeros años de la posrevolución, pero casos menores e irrelevantes comparados con el número de miembros del alto mando – ello garantizó la proscripción de conductas ambiciosas.
En el futuro cercano de las Fuerzas Armadas no se vislumbra la posibilidad de que vean los negocios desde las fuerzas armadas y su naturaleza, como fuente de poder y dinero. Pero en el largo plazo no podría asegurarlo pues la formación de nuevos cuadros no es ciega y puede estarse gestando el cimiento de la perversión de las FA. Un ejemplo ha sido lo que sucedió con el aeropuerto de Santa Lucia antes Aeropuerto Internacional de las Fuerzas Armadas o de la Fuerza Aérea cambiando el final del nombre por el de Felipe Ángeles por las siglas iguales.
Como ejemplo, en la construcción se contrataba los mismos militares, para cobrar como albañiles externos y compartían sus salarios adicionales con sus jefes, sin contar el daño a los particulares que no fueron contratados disminuyendo las fuentes de empleo y la consecuente derrama económica.
Involucrar a las Fuerzas Armadas en “negocios” tradicionalmente de particulares, distrayéndoles de su función principal de seguridad nacional, es un llamado al riesgo de perversión de instituciones tradicionalmente limpias, el daño será irreversible, si no se corrige en el próximo gobierno, el efecto nocivo lo veremos con el tiempo.
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