RODOLFO VILLARREAL RÍOS
Hace un par de semanas efectuábamos nuestra visita usual al mercado en donde acostumbramos a realizar las compras de frutas y verduras. Bueno, esa es una forma elegante de decir que en realidad íbamos en calidad de acompañantes camino a convertirnos en tamemes. Al llegar al puesto en donde regularmente se adquieren los productos mencionados que se consumen en casa, encontramos una gran abundancia de ellos. Sorprendidos, preguntamos al encargado del sitio el porque de aquello. Su respuesta fue “voy a tener que bajar los precios, nadie está comprando. Todo les parece caro…”.
Sí, ya sabemos que eso sucede a quienes se empeñan en no adquirir sus víveres en los establecimientos operados por BANXICO e INEGI en donde los precios nunca suben de manera estratosférica, pero a esos sitios no se tiene acceso cuando se trata de un mortal simple. La imagen se nos quedó grabada y, durante estos quince días, anduvo revoloteando en nuestra mente. Así, mientras buscábamos tema para esta colaboración, más por curiosidad que por hacer comparativo alguno, decidimos explorar como se comportaban los precios de los bienes y servicios en el México de hace más de un siglo y esto fue lo que encontramos se comentaba en dos de las ciudades principales del país, Guadalajara y Monterrey.
Eran los meses finales de 1918, principios de 1919, cuando el país apenas entraba en la etapa institucional que nos habría de llevar a la instauración del Estado Mexicano Moderno que en ese momento no era sino lo que estaba planteado en el papel gracias al diseño del Estadista Venustiano Carranza Garza. Mucho había por hacer, pero en el diario vivir se querían ver resultados positivos inmediatos, mismos que habrían de tardar algún tiempo en llegar. En medio de esa desesperación, en su edición del 30 de octubre de 1918, diario tapatío El Informador indicaba que “desde hace unos años, la vida se ha vuelto un angustioso problema para la clase media de nuestra sociedad”.
¿En donde habremos escuchado algo similar? Y continuaba: “Los precios de todos los artículos de primera necesidad han subido de una manera que da miedo y en cambio los sueldos de los empleados continúan tan bajos como en 1912”. Acto seguido, con el fin de sustentar sus dichos, el redactor de la pieza indicaba que el kilogramo de arroz valía 46 centavos o más; el de manteca $1.75; el maíz ha llegado a estar a $18.00 “cuando hace cuatro o cinco años los precios de estos artículos no pasaban de $0.30, $0.90 y $7.00 respectivamente. Afirmaba que, en la época de la prevalencia de los bilimbiques, un empleado ganaba el equivalente a $100.00, asumimos que mensuales. En 1918, sin embargo, una familia en Guadalajara no podía subsistir con esa cantidad. Para sustentar su aseveración, procedió a dar ejemplos no sin considerar una óptica muy peculiar.
Acorde con su perspectiva, el costo de la vida se había incrementado en 60 porciento, algo que no ocurría con los salarios. “Los obreros y artesanos [aun cuando] tienen salarios más altos [apenas] les permiten vivir con las mismas estrecheces que antaño. Un peón no gana menos de un peso; así que soporta pagar el maíz a $14.00 o a $18.00 puesto que antes ganaba $0.50 y hasta $0.37”. Al parecer, el autor de la pieza tenía una percepción muy peculiar de lo que era vivir bien, pues con esas cantidades de ingresos y precios nadie podía aspirar a vivir con comodidad alguna. Para él, sin embargo, las víctimas reales del costo de la vida elevado eran los miembros de la clase media.
Partía del supuesto de que un jefe de una familia, compuesta por al menos cinco o seis personas, pudiera tener un ingreso mensual de doscientos pesos. En ese contexto, mostraba cuales serían los gastos que debería de realizar cada mes. Para empezar, el costo de la renta de una vivienda, de modesta para abajo, sería de 30 pesos. El sitio no podría tener menos de cinco focos, lo cual implicaba un gasto de $8.50. Dado que la señora de la casa estaría muy ocupada atendiendo chamacos, requería de apoyos. Uno era de la cocinera a quien habría que asignarle $5.00, otro el de la lavandera cuyos servicios se cubrirían a un costo de S12.00 y un tercero era el de la planchadora de camisas a la que irían $4.00. en el caso del jefe de familia, requería al menos $10.00 para sus gastos de tranvías, cigarros y demás.
Considerando que en todo hogar con niños “constantemente están necesitados de jarabes y polvos”, les asignaba $4.00 para tal fin. Calificaba de gastos menores a la compra de escobas, trapeadores, sacudidores, etc., a los cuales les asignaba $2.00. Para ropa y calzado estarían destinados $10.00, aun cuando aclaraba que los precios de los zapatos alcanzaban, en algunos casos, entre siete y diez pesos. La suma de los montos mencionados daba $85.30 con lo cual quedaban disponibles $114.70. A partir de ahí, planteaba cuan insuficiente era lo que quedaba.
En promedio, se disponía de $3.823 diarios con los cuales se debería de cubrir la adquisición de alimentos tales como la leche que andaba alrededor de $0.24 el litro; el kilo de frijol rondando los $0.20 y el de la carne $0.60. Ante eso, se preguntaba: “¿Con tal cantidad puede obtenerse, no digo una rica alimentación, sino siquiera una abundante y sana?” Aunado a ello, recalcaba que eso era simplemente subsistencia, no se tomaba en cuenta “señalar un centavo para diversiones, para comprar un libro, para hacer un obsequio, para juguetes de los pequeños (si los hay), para nada de las pequeñeces que tan necesarias son para hacer la vida un poco más agradable a quien no sea un pedazo de bárbaro, sin más ilusión que comer y dormir.
Para gastos de la educacion de los hijos, tampoco”. Para concluir, se apuntaba que eso era un panorama hasta cierto punto optimista, no quería ni pensar que sucedía en aquellos casos en que los miembros de una familia llegaban a diez y el salario fluctuaba entre los cien y ciento cincuenta pesos. Por ello, demandaba que los patrones repensaran sus políticas de sueldos y salarios tomando en cuenta esas circunstancias. Ni duda cabe, era una visión limitada, aumentos del pago al trabajo per se, nunca corregirá al costo de la vida alto, el nombre de la solución se llama elevar la productividad, pero esa no era parte de la ecuación entonces. Pero, no solamente en Guadalajara se resentían los precios altos, veamos lo que desde Monterrey se reportaba.
Si en el occidente se apreciaba un panorama poco claro para las familias de clase media, desde el noreste la situación se planteaba en tonalidades oscuras para todos. El diario El Porvenir, en su edición del 31 de enero de 1919 bajo la dirección y propiedad de Ricardo Arenales, publicaba que “la situación de las gentes que no tienen capital y que viven tan solo de su salario diario, o de industrias de rendimiento muy limitado, es en la actualidad tan difícil y dolorosa como quizá no lo había sido jamás. La verdadera situación del pueblo trabajador es esta: gana casi lo mismo, o muy poco más, que lo que ganaba hace doce, diez y aun cinco años; y necesita el doble y hasta el triple de dinero que entonces necesitaba para alimentarse y vestirse”.
Si bien como consuelo (¿?) era mencionado que esta situación no era privativa de México, sino que, en gran parte era, también consecuencia de la Primera Guerra Mundial cuyos efectos sentían aun en los EUA. Por ello, aseguraba que el hecho de que nuestro país no hubiera intervenido en el conflicto y “la asombrosa fertilidad de nuestro territorio, ha hecho que aquí la crisis sea menos grave”. Ello, no implicaba que se resintieran las consecuencias.
Las razones eran simples, “…una gran parte de los elementos que necesitamos para alimentarnos, vestirnos y mover nuestras industrias, proceden de los Estados Unidos y los Estados Unidos se vieron en la necesidad de prohibir las exportaciones, y de enviar a Europa los objetos y los comestibles que antes nos vendían”. Como se observa eso de nuestra dependencia no nace a raíz de la firma de Tratado alguno. Independientemente de eso, era requerido revisar como andaban los precios en México.
Recalcaba que “antes de los trastornos que han afligido a México y al mundo, un cuarterón [115 gramos] de maíz costaba ocho o diez centavos; hoy cuesta veinticinco. Un kilo de manteca costaba cuarenta centavos; hoy cuesta un peso y cincuenta centavos, y ha llegado a costar hasta dos pesos. La carne se adquiría a quince o veinte centavos el kilo; hoy no se consigue con menos de ochenta centavos. Los huevos tienen un precio tan alto, que hay muchas personas de las clases modestas que no los compran ni los comen desde hace ya bastante tiempo. Igual carestía se advierte en el café, azúcar, pan, etc.” Dado que alimentarse nunca ha sido la preocupación única del ser humano, se daba un repaso breve a los costos de la vestimenta y la vivienda.
En el caso del vestido, se mencionaba que “la ropa de trabajo (no digamos la ropa fina, que está por las nubes) no es menor la carestía. Un pantalón de cotonada se compraba por un peso y veinte centavos y hoy no se compra con menos de tres y medio. Unos zapatos de regular calidad que antaño valían ocho pesos valen hoy veinte, veinticinco y aun más”. En lo concerniente al costo de la morada, “hace diez años un tejabán de madera en los alrededores o en los barrios de la ciudad, pagaba al mes dos pesos o tres; cuatro siendo muy grande; hoy paga una renta de ocho y hasta diez pesos. Una casita de cuatro piezas renta hoy treinta y cinco y cuarenta pesos, y antes solo pagaba quince o veinte”. Apuntaba que, si bien todos esperaban que una vez concluido el conflicto mundial, “la situación se normalizaría sin tardanza… Europa está en ruinas, millones de hombres se mueren de hambre, la agricultura de medio mundo aun no reanuda sus labores normales y la escasez se prolongara por u año, cuando menos”.
Esto no le impedía al redactor llenarse de optimismo y vaticinar que una vez que “la normalidad se reestablezca en los Estados Unidos y sea posible mandar a aquella rica nación, y traer de ella hacia la nuestra, los artículos que constituyen el mutuo comercio, las clases pobres tornaran, no sólo a obtener los artículos de primera necesidad a los precios antiguos, sino quizá a precios mas favorables”. Al parecer al redactor regiomontano no le habían avisado lo bien que iba la agricultura mexicana.
Desde el 5 de enero de 1919, en El Pueblo, se anunció que la agricultura mexicana vivía momentos de resurgimiento. Acorde con la nota, la producción de maíz y frijol alcanzó niveles tales que serían suficientes no solamente para cubrir las necesidades de consumo nacional, sino para exportar. Asimismo, las cosechas de garbanzo batieron récords, en Sonora (174,865 sacos) y en Sinaloa (134,99 sacos 9), esto representa a 30.98 toneladas del producto. Sin embargo, en el caso del trigo y el azúcar, las heladas hicieron estragos y afectaron los niveles de producción, lo cual no impediría satisfacer la demanda de los habitantes de la república.
Como puede observarse, nadie negaba que hubiera problemas con los niveles de precios.
Aquello, sin embargo, se daba en medio de un proceso que se encaminaba hacia edificación del Estado Mexicano Moderno. Muchas cosas deberían de suceder antes de que el inmueble fuera terminado, el costo no fue bajo, ni para quienes lo erigieron, ni para la población en general que hubo de sufrir las consecuencias de vivir estreches y pagar precios altos por los bienes y servicios.
Aquel proceso, sin embargo, tenía miras de ir hacia adelante y no de retrasar el reloj de la historia. Nadie vendía fantasías, ni ocultaba los problemas, mucho menos se buscaba hacer creer que el costo de la vida no era alto. Claro que entonces el gobierno mexicano no contaba con esos centros de expedición de artículos en los cuales jamás los precios se disparan, aun no existían ni el BANXICO, ni el INEGI para administrarlos y decirnos mes a mes que la inflación estaba bajo control. Eso que usted enfrenta, los precios altos, cada vez que va a comprar sus víveres es porque no los adquiere en el sitio adecuado (¡!)
vimarisch53@hotmail.com
Añadido (24.03.09) Aun cuando parece que el guisado ya está listo, quienes saben de asuntos gastronómicos insisten en que es solamente una apariencia. Desde su perspectiva, el caldillo carece de sazón y la carne sigue dura, le falta cocción, amén de que los ingredientes lucen incompletos. En una palabra, que al probarlo aquello sabe a nada. Así, no habrá comensal que se anime a comerlo cuando se lo sirvan en el plato. Ya se verá si el cocinero entiende eso o continúa creyendo que ha preparado un guiso sin igual. De persistir con su testarudes, se puede quedar con la vasija llena y los convidados prefieran irse a ingerir un platillo que de perdida sepa a algo… aunque se lo ofrezcan en una bandeja de peltre.
Añadido (24.03.10) Simplemente como un recuerdo. Entre 1995 y 2000, el PIB del país creció a una tasa promedio anual de 5.47 por ciento. En 1996 y 1997, la tasa fue de 6.8 por ciento en ambos años, desde entonces no hemos vuelto a ver nada igual. No olvidamos la crisis de 1994-1995, pero cuando se sabe cómo manejar la economía es posible superar esas dificultades. Claro que para ello hay que ir a la escuela y aprender lo que se enseña en las aulas.
Añadido (24.03.11) Interesante lo realizado en España con respecto al uso del celular en las aulas. Se determinó que “en educación infantil y primaria no es necesario el uso del teléfono, mientras que en la secundaria solo se usaría cuando el profesor o el tutor lo indique porque su proyecto educativo lo necesite”. Por ello, la restricción para utilizar el aparatejo prevalecerá “durante todo el horario escolar: Desde que entran hasta que salen; lo que es también horarios de recreos y del comedor”. Hasta que alguien se atreve a hacer algo para evitar seguir creando autómatas. ¿Osarían las autoridades en México implantar medidas similares?