Joel Hernández Santiago
En 1951 se estrenó la película estadounidense de ciencia ficción: “El día que paralizaron la tierra”, de Robert Wise. La trama trata de la llegada de extraterrestres a la tierra y cómo su llegada trastorna la vida del planeta…
… Todo se trastoca, todo se detiene; lo extraordinario saca a la humanidad de su espacio de confort y ésta pierde el control de su propia vida y sus relaciones humanas. La ciencia estaba ahí, dispuesta a confrontar a la inteligencia humana: la superioridad tecnológica contra la racionalidad del hombre que la produjo pero que se le salió de control.
Aquella película causó conmoción y los espectadores del mundo la vieron como una apuesta por lo catastrófico.
Pero nada, no podía ser, decían, no estamos en esa tesitura y la humanidad no tiene por qué temer a lo descocido si cuenta con su propia inteligencia y voluntad de paz. Porque la película es un llamado a la concordia y la paz entre los humanos. Legado que dejan los extraterrestres a los terrestres cuando vuelven al infinito sideral según el film premiado con el Globo de Oro ese año.
Y así como aquella película, ha habido muchas otras películas que advierten del exceso en el uso de la tecnología, lo cibernético, internet, las redes sociales.
No hace mucho se estrenó otra advertencia extraña: un ser humano (Joaquim Phoenix) que solitario él, establece comunicación con un ente a través de la inteligencia artificial, la cual –porque es una ella- le contesta a sus preguntas y sus conflictos de soledad. Establecen una comunicación prácticamente humana, el personaje –él- termina enamorándose de ese ente cibernético y con ello cava su perdición vital: la razón. La película futurista se llama “Her” y es de Spike Jonze.
No. No se trata de demonizar los avances tecnológicos y científicos que sí, en efecto, son la aportación de esta generación al desarrollo humano. La ciencia y la tecnología puestas a disposición del bienestar humano; puestos a disposición de facilitar la comunicación y la intercomunicación, la salud y la vida.
La vitalidad de la cibernética está en cada uno de nuestros movimientos en la tierra y minuto a minuto, como el Gran Hermano de Orwell estamos siendo servidos, pero también vigilados. Algo que parecía terrorífico en la obra del británico George Orwell en su obra “1984”.
En ella presenta un futuro en el que una dictadura totalitaria interfiere hasta tal punto en la vida privada de los ciudadanos que resulta imposible escapar a su control. Hoy lo vivimos y es parte de nuestra cotidianeidad.
Y aun así no deja de sorprendernos el grado de dependencia tecnológica, científica, cibernética al que estamos sometidos los humanos. Muchas pruebas de ello han ocurrido en años recientes. Caídas de sistemas. Caídas de internet. Ciberataques. Virus cibernéticos. Ciberdelincuencia…
Todo ello pone a prueba la inteligencia humana y la capacidad de controlar sus propios descubrimientos e inventos que parecen superar su propia inteligencia.
La caída mundial de los sistemas de codificación tecnológica ocurrida el viernes 19 de julio, cuando hubo una falla al tratar de poner un parche de seguridad a sistemas Windows de Microsoft, provocó el caos en la aeronáutica mundial.
Todo comenzó cuando millones de usuarios de Microsoft, incluyendo empresas, bancos, aerolíneas, hospitales, hoteles y hasta las bolsas de valores, reportaron “pantallas de la muerte”, que es cuando los monitores se ponen azules y marcan que existe un error en la conexión y que necesitaban reiniciarse para operar con normalidad. Si. Pero no. Porque no se normalizaba nada.
Según los reportes de agencias de noticias y medios internacionales, la interrupción tecnológica provocó que en aeropuertos de Estados Unidos, Alemania, Australia, España, Países Bajos, México, Corea del Sur, Emiratos Árabes y otros países, fallaran los servicios, pero también hubo casos de pasajeros con crisis nerviosas ante las demoras y cancelaciones.
Pero, sobre todo, lo ocurrido mostró la extrema vulnerabilidad del ser humano sometido a los designios de la tecnología y el ciberespacio. Lo que transforma su forma de vida y sus tiempos.
Sin duda, este tipo de ciberparálisis dan muestra de que esa vulnerabilidad puede ser utilizada para efectos dañinos, de guerra, de contención, de agresión, de control y de ciberdelitos masivos.
¿Y a quién reclamar? ¿Y a quién culpar? A todos y a nadie. A todos porque todos hemos forjado el uso este nuevo mundo asimismo valioso como también peligroso cuando se sale de control.
A nadie porque ocurre que, por ejemplo, cuando uno llama a alguna empresa para buscar una solución, –Telmex, por ejemplo–, contesta una grabación que manda a otra grabación y a otra grabación sin poder contactar a un ser humano, no sólo para reclamar, sino para desahogar la soledad, la tristeza y la marginación a la que nos someten día a día.
Lo ocurrido este viernes debe poner alerta a los gobiernos de todo el mundo para diseñar estrategias de solución y diversos escenarios de control en casos de crisis explosivas.
No sólo contar con el Plan A, existente, tener planes diversos, “B”, “C”, “D”… los necesarios para no alterar la vida que ya estamos viviendo y que nos hace depender de la tecnología sin elementos para defendernos en lo individual.
La ciencia y la tecnología están a tal grado avanzadas que parece que han construido “Un mundo feliz”, según la obra de Aldous Huxley en 1932, en la que advertía un futuro en el que el desarrollo en tecnología reproductiva, cultivos humanos y manejo de las emociones por medio de drogas que, combinadas, cambiarían radicalmente a la sociedad.
Pero también esa misma ciencia y tecnología deben entregarnos el antídoto a estas crisis devastadoras. Es tiempo de prepararlas. Es tiempo de conseguir la vacuna asimismo cibernética. Y los gobiernos deben promover su creación porque serán ellos los responsables de lo que pudiera ocurrir.