José Luis Parra
Ni bien desempacó el traje de gala para entregar cartas credenciales, Ronald Douglas Johnson, nuevo embajador de Estados Unidos en México, ya estaba armando alboroto. Militar de carrera, espía entrenado, y ahora diplomático en la tierra de las suspicacias, Johnson irrumpió en la arena mexicana como si estuviera en zona hostil: sin previo aviso, sin protocolo y con un comunicado que encendió todas las alarmas en Palacio Nacional.
En la era de las guerras informativas, el embajador debutó con un misil.
ICE en acción: ¿Colaboración o provocación?
El primer golpe llegó en forma de comunicado: la embajada de EE.UU. anunciaba que agentes del ICE participaron en la destrucción de narcolaboratorios en territorio mexicano. Sin especificar cuándo, dónde ni cómo. Así, como quien deja caer una frase al pasar… y observa el caos desde su oficina climatizada.
La reacción en México fue inmediata: No tenemos registro de eso, dijo la presidenta Claudia Sheinbaum con tono coloquial, como en charla de café. Como quien se da cuenta de que el juego geopolítico ya empezó, y no le avisaron.
Desinformación: el nuevo uniforme de combate
Ronald Douglas Johnson, exgeneral camuflado de embajador, no necesitó soldados ni helicópteros. Bastó un comunicado ambiguo para sacudir a la administración mexicana. En tiempos modernos, la desinformación no es error: es estrategia. Una probadita de lo que vendrá. Una advertencia de que en la relación bilateral ya no hay espacio para cortesías inútiles.
Y cuando el avispero ya estaba alborotado, la embajada emitió un segundo comunicado: No hay tropas estadounidenses en México, aclaró. Lo que hay, dijo, son tareas de certificación y colaboración. Suena menos agresivo, pero igual huele a injerencia.
Claudia responde con tono de mando… pero sin margen
Sheinbaum no pudo escurrir el bulto. Su respuesta fue sobria, institucional, y enfática: en México no operan tropas extranjeras sin autorización. Pero la simple necesidad de aclarar lo obvio muestra debilidad, o por lo menos descontrol narrativo.
Johnson ganó su primer pulso: obligó a la presidenta a hablar de narcos y soberanía en sus propios términos.
¿Embajada o centro de operaciones?
Mientras tanto, la violencia sigue su curso en el país real. Las balaceras no piden credenciales diplomáticas. Y el crimen organizado no se inmuta por comunicados. Pero Johnson ya marcó su territorio: vino a operar, no a saludar.
Este embajador no será un Ken Salazar de sombrero y selfies. Es un operador de inteligencia, con manual de guerra y visión táctica. A México no lo ve como socio: lo ve como frente.
Y así, antes de entregar sus cartas credenciales, ya dejó claro que la guerra —la suya— ya empezó.