La participación ciudadana es uno de los pilares fundamentales de una sociedad democrática. En su mejor versión, se traduce en organización vecinal genuina, diálogo entre actores diversos, y defensa activa del bienestar común. Sin embargo, no todo lo que se presenta como “movimiento ciudadano” lo es realmente.
En muchos casos, detrás de pancartas aparentemente comunitarias se ocultan intereses particulares que distorsionan el sentido de lo colectivo.
Este fenómeno tiene nombre, y aunque su origen es anglosajón, su práctica se ha vuelto cada vez más común en nuestro contexto local: astroturfing. El término, acuñado en Estados Unidos, hace referencia a la fabricación artificial de movimientos ciudadanos que, en apariencia, surgen desde la base social (grassroots), pero que en realidad están impulsados por intereses privados, políticos o corporativos que se esconden detrás de una fachada de activismo.
En México, y en particular en zonas urbanas como Naucalpan o Atizapán, comienzan a aparecer señales claras de esta práctica. Asociaciones vecinales que operan con membretes ciudadanos, pero cuyas decisiones se toman sin consulta, con estructuras cerradas, sin transparencia en sus procesos y, lo más preocupante, con una agenda que poco o nada responde al interés general.
Bajo el discurso de la defensa ambiental o del orden urbano, se articulan acciones que no buscan el beneficio colectivo, sino el posicionamiento de determinados personajes, la protección de privilegios, o incluso el condicionamiento de decisiones públicas. Se simula un respaldo social que en realidad no existe o que ha sido manipulado, y se recurre a tácticas de presión mediática o jurídica para imponer una visión que no ha sido consensuada.
Lo más grave es que este tipo de simulación erosiona la confianza pública en las verdaderas formas de participación. Cuando un vecino ve que su asociación actúa sin consultarlo, cuando se entera de que se han tomado decisiones a su nombre sin su conocimiento, o cuando se da cuenta de que hay una agenda paralela disfrazada de causa colectiva, el resultado es el desencanto y la desmovilización.
El astroturfing no solo es una forma de simulación, es una estrategia de control. Permite influir en decisiones públicas, detener procesos, presionar autoridades o negociar en lo privado, todo bajo el disfraz de “representación vecinal”. Por eso, es urgente revisar con lupa la manera en que operan ciertas asociaciones.
¿Cómo se eligen sus representantes? ¿Quién define su agenda? ¿Cuáles son los mecanismos de consulta y rendición de cuentas?
La ciudadanía auténtica no se impone ni se fabrica. Se construye con diálogo, con procesos abiertos, con transparencia y, sobre todo, con legitimidad. Y esa legitimidad no se obtiene con sellos, membretes ni comunicados, sino con el respaldo real de la comunidad.
Porque cuando lo ciudadano deja de ser auténtico, deja también de ser útil. Y entonces lo que se presenta como participación se convierte en manipulación.