Luis Farías Mackey
“Quien no sabe obedecerse a sí mismo, es gobernado por otro”.
Nietzsche
Aquiles se enfrentó a quedarse a luchar en Troya sin retornar a casa, pero con una gloria imperecedera, o regresar sin gloria, pero con larga vida. Escogió la muerte gloriosa. En el mismo tenor, Sócrates preguntó a Alcibíades que prefería. “morir hoy o seguir llevando una vida sin brillo”. Alcibíades contestó que prefería morir en ese momento.
El joven griego desconocía las máximas que sobre el pórtico del templo en Delfos advertían a quien fuera a consultar al oráculo: meden agan (nada en exceso), es decir, sólo pregunta lo necesario y útil; mejor conocida entre nosotros como cuida lo que deseas; seguida de eggue (las cauciones), no te comprometas a aquello que no puedes honrar ni cumplir y, finalmente, gnothi seauton, presta atención a ti mismo: conócete a ti mismo. Cuida las preguntas que vas a hacer, lo que de ellas esperas y quieres hacer, y, como sujeto, de lo que realmente eres.
Alcibíades era un joven bellamente dotado, de basta fortuna y destinado por cuna al gobierno de Atenas, por sobre todo ello Sócrates le cuestiona qué quiere hacer. Gobernar, contesta.
Bien, le dice Sócrates, en ese caso tendrás tres grandes rivales: los internos, pues no eres el único que quiere gobernar la ciudad; los externos, en su caso los persas y espartanos, con más recursos que Atenas y mejor preparados en sabiduría, justicia, templanza y valor. Sócrates le recuerda a Alcibíades que mientras que él era huérfano de padre y madre, criado bajo la tutoría del gran Pericles, quien lo confió a un esclavo sin mayores luces, los hijos de nobles en Esparta y Persia eran preparados para el gobierno y la guerra desde pequeños por maestros especializados. Finalmente se enfrentaría el tercer rival, el peor de todos, Alcibíades mismo.
Imposible era que cuando este diálogo tomaba vida, se supiera que Alcibíades traicionaría por igual a atenienses, espartanos y persas, y que, si bien es otra historia, la del Peloponeso, nos confirma que el bello joven no aprendió nada del filósofo.
Sócrates empieza por preguntarle: y ya que quieres gobernar Atenas, ¿en qué consiste el buen gobierno de la ciudad? Cuestionamiento que Alcibíades no puede contestar. Le responde Sócrates: la ciudad está bien gobernada cuando la concordia reina entre los ciudadanos. A eso se reduce el gobierno, a la concordia entre los hombres.
Pero, qué es la concordia, le pregunta ahora al joven: “ni yo mismo sé lo que digo. En verdad, es muy posible que haya vivido desde hace mucho en un estado de ignorancia vergonzosa, sin advertirlo siquiera”, responde Alcibíades, refiriéndose a la ignorancia de quien ignora qué ignora.
Sócrates le dice entonces, no te preocupes, cuando en realidad le dice, preocúpate: cómo quieres cuidar de los demás si no puedes cuidar de ti mismo, si eres incapaz de ser objeto de tus desvelos, la preocupación de ti mismo.
Detengámonos un momento aquí, porque Sócrates junta el ejercicio del poder con la preocupación de sí mismo. Quien quiera gobernar bien, no lo podrá hacer si antes no se conoce a sí mismo.
Regresemos por un momento al argumento de los rivales persas y espartanos, mejor preparados para gobernar, porque liga el conocerse a sí mismo a una condición política, pero también a una pedagógica. Y regresemos también a la educación de Alcibíades a cargo de un esclavo de pocas luces, a diferencia de otros de amplio conocimiento. Quitemos la condición de esclavitud para que no nos haga ruido y quedémonos con la de las luces y el conocimiento. Y, ahora sí, preguntemos qué les espera a los niños educados por la CNTE o aprobados de año escolar sin conocimientos adquiridos para privilegiar sobre la preparación la “continuidad” burocrática educativa. Quien se ocupa de sí, vence la ignorancia de sí mismo, como decía el propio Alcibíades, la ignorancia de su propia ignorancia.
Pero regresemos a Sócrates y Alcibíades: quien se ocupa de sí mismo lo hace sobre su bienestar y concordia interna, y sólo así podrá hacerlo luego con el bienestar y concordia de los hombres en la ciudad.
Es Foucault, sin embargo, quien nos hace ver que cuando Sócrates habla de gobernar (a sí o a los otros), en realidad habla de “ser gobernado”: sólo quien se sabe gobernar, puede gobernar a otros, el gobierno empieza en uno mismo, por eso el poder suele desbocar todo lo malo que pueda haber en el gobernante; imposible encontrar un hombre en el que no coexistan el bien y el mal, no así, encontrar a alguien que haya desarrollado la capacidad de refrenar en él lo malo, como producto de conocerse a sí mismo y saberse gobernar. Nietzsche decía que “incluso cuando se manda a sí mismo, también ahí tendrá que rendir cuentas su mandar. Debe convertirse en juez y vengador y víctima de su propia ley”.
Finalmente, regresemos a las dos últimas máximas délfica, conócete a ti mismo para gobernarte en desear solo aquello de lo que eres capaz de honrar y cumplir. Conócete a ti mismo para conocer tus límites y no desgobernarte. Conócete ante ti, ante los demás y ante tus limitaciones.
Alcibíades no se ocupó de sí, pero desarrolló un gran apetito de poder y capacidad de engaño y simulación. Famosa es la anécdota de la cola de su perro, misma que cortó para que el pueblo discutiera sobre el apéndice cercenado en vez que sobre los problemas de su cotidiano existir. Pues bien, su sin gobierno de sí, llevó a Grecia a la guerra del Peloponeso, a la que traicionó, primero para combatir del lado de los espartanos, a los que también traicionó para sumarse, luego, a los persas contra Atenas y Esparta. Jamás pudo gobernar a su mayor rival, a sí mismo. Llevó a Grecia a su ocaso.
Y bien, y todo esto a qué viene. A algo muy sencillo, en lugar de estar perdiendo el tiempo en quién será el nuevo prócer que nos salve de la situación actual, preocupémonos por nosotros mismos, sepamos que queremos, que somos capaces de honrar y hasta dónde podemos.
Por sobre todo, ignoremos las colas de los perros.