José Luis Parra
A veces la historia se repite como tragedia, otras como farsa. En Tabasco, la 4T decidió hacer ambas.
La designación de Hernán Bermúdez Requena como secretario de Seguridad Pública durante el gobierno de Adán Augusto López Hernández no fue un desliz, sino una estrategia reciclada, y bastante rancia, de esos manuales de poder que deberían estar archivados en el basurero del sistema priista. Ya lo dijo el consultor David Saucedo con todas sus letras: se trató de repetir la fórmula Durazo. Sí, ese Durazo, el Negro, el de López Portillo, el que convirtió la seguridad pública en su feudo y a la policía en su banda.
Solo que ahora el “Negro” es tabasqueño, y la jungla ya no es la del Ajusco sino las tierras calientes donde florece “La Barredora”, el grupo criminal que se expandió gracias a los favores oficiales y que operaba con videovigilancia, patrullas y radios troncales del Estado. Todo el parque tecnológico al servicio del crimen. ¿Ficción? No. Me lo dijo Adela.
Hernán Bermúdez no cayó del cielo. Venía de abajo, sí, pero no como historia de superación, sino como guion de ascenso criminal. Extorsionador, cobrador de piso, ladrón de transportistas… un delincuente hecho y derecho que encontró en el gobierno una rampa de lanzamiento. Desde ahí consolidó un pacto con el Cártel Jalisco Nueva Generación y armó una red que convirtió a “La Barredora” en el músculo armado de la impunidad institucional.
¿El responsable político de ese Frankenstein? Adán Augusto, el ahora flamante coordinador de los senadores morenistas. Esos mismos que deberían legislar para impedir estas aberraciones, no para cubrirlas con el manto de la complicidad partidista.
Pero ojo: esto no es solo Tabasco. Saucedo afirma que esta lógica fallida —poner a un hampón para controlar a los otros hampones— ha sido adoptada en Michoacán, Zacatecas, Morelos, Sinaloa.
Lo irónico del caso es que ahora, desde Palacio Nacional, se busca castigar el mismo monstruo que ayudaron a parir. Javier May, actual gobernador de Tabasco, promueve investigaciones contra Bermúdez con el aval de la presidencia y con el guiño de la embajada de Estados Unidos. La historia es tan retorcida que hasta parece escrita por Kafka, asesorado por Netflix y musicalizada por Peso Pluma.
Y como si todo esto fuera poco, el delincuente de uniforme sigue prófugo. Nadie lo encuentra, aunque lo conocen muy bien. La pregunta no es dónde está Bermúdez, sino a quién podría arrastrar si decide hablar. Porque si el Negro Durazo tuvo su mansión de las mil y una excentricidades, Bermúdez tenía el Estado entero como casa chica de la delincuencia organizada.
La apuesta de Adán Augusto fue clara: poner a alguien que hable el lenguaje del crimen para tenerlo a raya. Solo que, como en toda buena narconovela, el control se invierte y el monstruo termina devorando a su creador. En la 4T eso le llaman estrategia. Otros le decimos suicidio institucional.
Ah, y no es lucha de titanes ni cruzada moral. Es simple y llano fuego amigo dentro de Morena. Las purgas ya no se hacen en los tribunales partidistas, sino en las fiscalías y con órdenes de aprehensión. Hoy le tocó a Bermúdez. Mañana, quién sabe.
La historia juzga. Pero a veces solo nos repite el veredicto con distinta escenografía.