José Luis Parra
Donald Trump no necesita un muro de ladrillos ni fierros oxidados para separar a México de Estados Unidos. Le basta con un arancel del 30% y una frase bien colocada en CBS para levantar otro tipo de muralla: una económica, cargada de prejuicio y con fines meramente electorales.
Howard Lutnick, su secretario de Comercio —y nuevo heraldo del trumpismo económico— fue clarito: “el Presidente va a renegociar el T-MEC, absolutamente”. ¿Por qué? Porque “no queremos carros construidos en Canadá o México”.
Así, sin rubor. Como si los tratados internacionales fueran papel higiénico. Como si las inversiones que han llegado a México durante décadas pudieran reorientarse con una firma y un berrinche.
El T-MEC, ese acuerdo que costó años de diplomacia, toneladas de saliva y promesas de prosperidad compartida, ahora está en la mira porque Trump quiere proteger empleos en Michigan y Ohio. ¿Y los de Puebla, Sonora, Guanajuato, Aguascalientes, Coahuila, San Luis Potosí? Que se aguanten.
Porque si algo va a provocar este nuevo muro comercial trumpista es desempleo masivo. Miles de trabajadores mexicanos dependen directamente de las plantas de autopartes y ensamblaje que abastecen al mercado estadounidense. Y si esas exportaciones reciben un arancel del 30%, muchas cerrarán. Otras reducirán producción. Y todas lo pensarán dos veces antes de invertir un solo dólar más en este lado del río Bravo.
El golpe económico será brutal, no solo para los trabajadores de la industria automotriz. También para proveedores, transportistas, comercios, municipios enteros que viven del engranaje exportador. Y eso, claro, tendrá consecuencias políticas.
¿Y México? ¿Va a seguir cruzado de brazos mientras Trump prende fuego al acuerdo comercial más importante del país? ¿Alguien en la 4T tiene un plan? ¿O están demasiado ocupados reformando el Poder Judicial, militarizando el país y borrando organismos autónomos como el INE?
Trump amenaza con destruir lo poco que aún funciona. Y lo hará, si nadie le pone un alto.
El T-MEC pende de un hilo.
Y con él, decenas de miles de empleos.
Pero, claro, siempre hay quienes prefieren ondear la bandera de la soberanía antes que defender los intereses de su gente.
Y mientras Trump amenaza con dinamitar el T-MEC, Morena juega a la omertá.
Ahí está el caso Adán Augusto. Presente en el Consejo Nacional del partido como mueble incómodo, señalado sin nombre por su “posible” vínculo con la corrupción y la criminalidad vía su exsecretario de Seguridad —hoy prófugo—, nadie se atrevió a decirle nada. Nadie lo confrontó. Solo aplausos tibios y el típico grito coreografiado de “¡No estás solo!” que más pareció epitafio político que respaldo real.
Luisa María Alcalde se esforzó en no mencionarlo. Alfonso Durazo lo saludó por compromiso. Javier May, su paisano, ni lo miró. Y Adán, con cara de mártir y discurso defensivo, pidió cerrar filas en torno a la Presidenta.
A ver si eso detiene los escándalos.
La 4T, tan vocal contra sus adversarios, tan obsesionada con el pasado de Calderón y García Luna, se vuelve de pronto sorda, ciega y muda cuando la peste sale de casa.
Así que Trump amenaza desde afuera. Y Adán incomoda desde adentro.
Uno levanta un muro económico. El otro, un muro de silencio.
Y los dos, por distintos caminos, empujan a México al precipicio.