José Luis Parra
Un país que trafica con su pobreza está condenado a pudrirse desde la médula. Y México no solo la trafica: la administra, la organiza, la maquilla y la estafa. La última entrega de este festín delictivo lleva el nombre de la Beneficencia Pública, esa institución que nació para salvar al desprotegido y terminó siendo la alcancía de unos pillos de cuello blanco y sonrisa de broker.
La Fiscalía General de la República acaba de denunciar un desvío de mil 350 millones de pesos del presupuesto de la Beneficencia, supuestamente destinados a comprar papel bursátil. Papel, porque de bonos no tenían ni la decencia. La operación, ejecutada en dos tiempos y en horario de oficina, fue orquestada con el entusiasmo de un festival de Ponzi. Y lo mejor: el principal funcionario involucrado, Execatl Gutiérrez Ramírez, no solo no fue denunciado… ¡sino que siguió cobrando su quincena hasta 2023!
El mecanismo es digno de Wall Street, pero versión Tepito: empresas fantasma, fideicomisos trampa, promesas de rendimientos milagrosos y una red de complicidades entre empresarios, casas de bolsa y funcionarios que venden su firma como quien ofrece agua en el desierto. Y como en toda estafa Ponzi, el último paga la cuenta. En este caso, pagaron los más pobres entre los pobres. Esa es la parte “novedosa” del crimen: no se robaron dinero de un banco, sino de quienes no tienen ni para abrir una cuenta.
El patrón se repite
¿Les suena Segalmex? Pues es el mismo guión. Misma pluma, mismos actores, diferente escenario. El fraude bursátil ya ha tocado universidades, fiscalías, fondos de pensiones y cuotas del Seguro Social. ¿Siguiente parada? Quizá el Banco de México, si no es que ya pasó por ahí y nosotros felices sin enterarnos. El país vive atrapado en un looping financiero donde lo que se recicla no es el dinero, sino la impunidad.
René Dávila y Roberto Guzmán, los nuevos genios del crimen bursátil, ya fueron denunciados. También lo fue toda la estructura que les permitió mover millones como si fueran fichas de dominó. La FGR asegura que no tenían autorización para captar recursos, pero eso no impidió que lo hicieran como si fueran el Banco Mundial. Todo esto mientras el Estado mexicano intenta rescatar lo perdido, con la esperanza de que al menos los intereses de la pobreza regresen a casa.
Los silencios hablan
Llama la atención el discurso oficial. Según la Secretaría de Salud, todo ocurrió “en la pasada Administración”, como si eso eximiera a los actuales de responsabilidad. Como si la corrupción tuviera fecha de caducidad o fuera una herencia que se puede devolver sin abrirla. La realidad es otra: los desfalcos siguen, los desvíos no se detienen y los cómplices están —o estuvieron— en nómina.
Mientras tanto, seguimos debatiendo si en el próximo sexenio se militarizará el país, si se eliminarán organismos autónomos, si el Banco de México sobrevivirá. Todo eso está muy bien para los libros de historia. Pero el presente sangra. Y sangra por las manos de quienes prometieron un cambio, pero terminaron replicando el mismo virus con otro eslogan.
El negocio de la miseria
La pobreza en México es una industria. Con departamentos de mercadotecnia, áreas de inversión, operadores financieros y jefes de plaza. Es tan rentable que se permite el lujo de hacer inversiones ilegales y ofrecer rendimientos estratosféricos. Y claro, como todo negocio en este país, está ligado al poder. Porque si no tienes un padrino en la oficina de finanzas, simplemente no existes.
Y mientras los tecnócratas de la 4T se entretienen con cambios constitucionales, los tecnofraudes siguen su curso. Ya ni siquiera se trata de robar, sino de profesionalizar el saqueo. Que parezca inversión. Que luzca sofisticado. Que tenga su portafolio de PowerPoint y un plan de retorno del 13%. El crimen también evoluciona. El Estado, en cambio, solo simula.
El límite
Ya no hay inocencia que valga. Ya no podemos seguir culpando a los de antes cuando los de ahora ya aprendieron todos los trucos y les metieron turbo. Y peor aún, ya no hay institución intocable. Si la Beneficencia Pública —esa que debía cuidar a los más vulnerables— fue asaltada con complicidad interna, ¿qué queda para lo demás?
México se está vaciando por dentro. Y lo está haciendo en silencio, con la firma de los que juraron salvarlo.