Octavio Campos Ortiz
La complicada relación bilateral con los Estados Unidos de América sirvió de gran distractor de la opinión pública, y no porque la política internacional del republicano sea algo menor en la agenda doméstica y sus efectos en la vida económica y social de los mexicanos, sino porque el discurso patriotero de la narrativa oficial logró que la comentocracia dedique tinta, redes y espacios electrónicos para criticar las consecuencias negativas de las decisiones de la Casa Blanca en temas comerciales, migratorios y de narcotráfico que afectan la seguridad nacional de los norteamericanos y sus repercusiones para ambos países.
Los opinadores victimizan a la inquilina de Palacio Nacional para arremeter contra el populismo de derecha del neoyorquino que, desde la persepectiva de los analistas, representa un balazo en el pie del propio Donald Trump.
Las nuevas relaciones comerciales impuestas al mundo por el presidente americano tendrán un impacto negativo en el consumidor de aquella nación, pero fortalecerán la industria local y ofertarán empleos para sus gobernados, sobre todo fuentes de trabajo especializadas que hoy ocupan universitarios migrantes.
Solo quedarán vacantes de pintores, jadineros o plomeros. El proteccionismo del republicano, como todo populismo, apela a las emociones y a las promesas de un rápido bienestar.
Tan malo es el populismo de derecha como el populismo setentero que padecemos ahora. La alta aceptación de la mandataria, su víctimización frente al grandulón y las victorias pírricas logradas hicieron que los opinadores se volcaran en críticas a las acciones de la Casa Blanca y los efectos nocivos para el ciudadano allende nuestras fronteras. Olvidaron que aquí, la inexistencia de un plan sexenal, la falta de políticas públicas en materia económica, social y de seguridad nos tienen sumidos en el retroceso más que por los embates del multimillonario.
Las equivocadas o inexistentes estrategias del populismo trasnochado han provocado la falta de crecimiento y la depresión financiera, el desempleo, un sisterma de salud colapsado y 35 millones de mexicanos sin acceso a servicios de salubridad, desabasto de medicamentos, el esquema educativo ideologizado que lejos de ofrecer educación de calidad prepara mano de obra barata y una inalcanzable autosuficiencia alimentaria.
En las mediciones internacionales estamos reprobados en casi todos los renglones. Somos de los países más corruptos, de los que menor desarrollo económico tiene, no llegamos ni a la media mundial en materia educativa, la salud no es como Dinamarca y en gobernabilidad y Estado de Derecho nos catalogan como régimen híbrido cercano al totalitarismo.
El populismo setentero nos ha llevado a la pérdida de la democracia y de la gobernanza. Los caprichos y sed de venganza de un tlatoani que quiso imponer una presidencia imperial posibilitaron la desaparición de la divisón de poderes, la extinción de los contrapesos constitucionales y la cooptación del árbitro electoral.
Al mismo tiempo, la connivencia con el crimen organizado permitió la pérdida de la gobernabilidad en la mayor parte del territorio nacional y que los mafiosos convirtieran a México en el país más violento del orbe. Sin democracia, sin gobernanza y sin certeza jurídica se derrumba todo Estado de Derecho. La difícil construcción de un país con niveles aceptables de participación ciudadana, un sistema de justicia razonablemente funcional aunque perfectible y una de las 15 economías más importantes del planeta se esfumó en solo siete años.
Debiéramos estar agradecidos con las draconianas medidas instrumentadas por Trump para atender sus problemas de seguridad nacional, ya que ello obligó a las autoridades mexicanas a recuperar la gobernabilidad, combatir realmente al crimen organizado y establecer estrategias de carácter económico que por el momento fortalecen el consumo interno.
Dejemos de preocuparnos por los efectos negativos del populismo de derecha en la sociedad americana y ocupémonos de no caer en los espejismos de la falsa defensa de la soberanía nacional y del populismo setentero. Alejemos el fantasma de la “Docena Trágica”.