Javier Peñalosa Castro
Desde el principio de la Historia, el ser humano ha buscado el sustento y el bienestar de los suyos por todos los medios a su alcance. En los primeros tiempos, peregrinaban incansablemente en busca de los mejores lugares para cazar, pescar y obtener vegetales para alimentarse.
Con el tiempo, y una vez que localizaron las mejores tierras y los mejores climas para asentarse, aprendieron a cultivar y cosechar frutas, legumbres, cereales y leguminosas.
Ante desastres naturales como inundaciones, sequías y plagas, nuestros ancestros migraron hacia regiones más feraces o menos inhóspitas, sin más límite que el bienestar de ancianos y niños y la convivencia con otros grupos.
Los afanes de conquista de pueblos guerreros de la antigüedad y la mortandad provocada por guerras, epidemias y hambrunas, obligaron a nuestros antepasados a buscar mejores horizontes durante siglos. En parte a ello, y en parte a la ambición, se debió la conquista de nuevos territorios, como América en general y México en particular.
Siglos después de estos descubrimientos, la necesidad y la ausencia de oportunidades orillaron a miles de europeos a migrar hacia Estados Unidos, que creció y se fortaleció como una nación de migrantes. En su afán expansionista, nuestro vecino terminó agenciándose por la mala más de la mitad del territorio nacional, que en muchos casos pasó a su dominio con todo y sus pobladores originarios. Durante el siglo que siguió a las anexiones, la mano de obra emigrada desde México fue muy apreciada para hacer prosperar tanto el campo como las nacientes ciudades y, por supuesto, ni antes ni ahora nuestros trabajadores compitieron por puestos de trabajo con los del país vecino.
Junto con los mexicanos, irlandeses, ingleses, italianos, polacos, rusos y ciudadanos de muchísimos otros países migraron en busca de una vida mejor, y lo consiguieron, al tiempo que contribuyeron de manera decisiva al crecimiento y enriquecimiento de aquella nación.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, los migrantes llegaron en barco a Nueva York, frecuentemente desnutridos, pero colmados de ilusiones, y desde ahí se distribuyeron hacia el resto del país. Empezaron generalmente en los trabajos más duros e ingratos, y con su esfuerzo fueron labrando, para sí y para sus hijos, una vida mejor.
Lo mismo ocurrió, al fin de la Segunda Guerra Mundial en la Alemania Federal con españoles, y más recientemente con turcos, que migraron e hicieron crecer aquella nación sin disputar con los alemanes las plazas de trabajo y contribuyeron con su esfuerzo a la recuperación y el engrandecimiento de aquella nación.
Durante buena parte de su historia —al menos hasta antes de la entronización de los llamados neoliberales en el gobierno— nuestro país acogió a ciudadanos libaneses, sirios, chinos, centroamericanos y sudamericanos que padecieron guerras civiles, dictaduras militares y persecuciones políticas, o simplemente situaciones de miseria, y gracias a la generosa política de asilo que entonces teníamos, como en los casos anteriores, resultó altamente provechosa tanto para quienes adoptaron a México como su nueva patria, como para todos los aspectos de la vida del país. Un ejemplo emblemático de ello es el de los trasterrados españoles, que llegaron al país en época de la guerra civil que llevó al poder al dictador Francisco Franco.
Entonces migraron a México filósofos, escritores, abogados, médicos, arquitectos, científicos, economistas y empresarios destacadísimos que dejaron una profunda huella en las aulas y en todos los campos de la vida del país en los que participaron. Después de ellos, vinieron también numerosos jóvenes de naciones como Nicaragua y Guatemala, que estudiaron aquí y aquí se convirtieron en grandes escritores y artistas plásticos, entre otras actividades.
En nuestros días el fenómeno de la migración es más visible debido a la omnipresencia del internet y las redes sociales, y permite que nos conmovamos con los migrantes africanos que se aventuran en barcazas endebles y sobrecargadas o enfrentan a guardias armados en la frontera con territorio español sólo para buscar la oportunidad de trabajar y resolver sus necesidades elementales de techo y comida, o ciudadanos de países en sempiterno conflicto bélico, como Siria y Líbano, y en el continente americano, venezolanos y hondureños que, muy a su pesar, abandonan su patria espoleados por la desesperación de no poder satisfacer sus necesidades elementales.
Desgraciadamente la compasión y la disposición de ayudar que se veían en otros tiempos han entrado en crisis, y cedido el paso a la indiferencia o al franco egoísmo.
Está en México una caravana integrada por algunos miles de migrantes hondureños que buscan llegar a Estados Unidos en busca de una oportunidad de trabajo. El primer obstáculo que habrán de librar será atravesar México de sur a norte, lo cual de suyo resulta un reto formidable. Quienes lo logren, tendrán que enfrentarse en la frontera estadounidense con el régimen más abirtamente anti inmigrante de los últimos tiempos.
Los hombres, mujeres y niños que integran el contingente no habrán de rendirse y, de una u otra forma, tendrán la oportunidad de trabajar y satisfacer sus necesidades elementales allá. Sin embargo, antes tendrán que hacer frente a la intolerancia y la xenofobia que campea tanto acá como allende el Bravo.