Ricardo Del Muro / Austral
Nueva York es la ciudad con mayor diversidad lingüística del mundo, donde se hablan más de 700 idiomas, muchos de ellos en peligro de extinción, como lo ha constatado Ross Perlin, autor de Language City (La Ciudad del Lenguaje), libro publicado a principios de este año, que de acuerdo a una reseña del New York Times, enseña a escuchar la asombrosa diversidad de idiomas que se detectan en el Metro, en las calles de Manhattan, Queens, Brooklyn y en cualquier lugar de esta metrópoli global.
Más de 70 millones de turistas llegan cada año a Nueva York y aunque muchos de ellos no hablan una sola palabra en inglés, no tienen ningún problema para moverse en la ciudad y ser atendidos en comercios y restaurantes. Seguramente encontrarán a un neoyorkino que hable su idioma; esta metrópoli es hogar y refugio de uno de cada diez idiomas que se hablan en el mundo.
No se diga el español, ya que la población puertorriqueña de Nueva York (casi millón y medio de personas) es la más grande fuera de Puerto Rico, mientras que la comunidad mexicana asciende a un millón 265 mil personas, muchas originarias de Puebla, por lo que Queens también es conocido como “Puebla York”.
Además de ser la ciudad más poblada de Estados Unidos, con 9 millones de habitantes, Nueva York también es conocida como “melting pot”, una metáfora que puede traducirse como “crisol de culturas”, ya que durante muchos años fue el principal puerto de entrada de inmigrantes a Norteamérica.
Así, dicen los antropólogos, Nueva York ha sido formado por esa mezcla de los ingredientes culturales únicos aportados por cada inmigrante y la adopción de los aspectos característicos de la vida americana.
El libro “Language City” de Ross Perlin, codirector de la Endangered Language Alliance (ELA) analiza la rica historia lingüística de Nueva York, desde la palabra Lenape Manaháhtaan hasta las lenguas minoritarias actuales. En el libro, Perlin visitó un edificio de apartamentos de seis pisos en Flatbusch, un barrio de Brooklyn, que ha sido hogar de unos 100 hablantes de seke, una lengua tibetano – birmana que sólo hablan 700 personas en el mundo.
La Endangered Language Alliance (ELA) es una organización sin fines de lucro fundada en 2010 por un grupo de lingüistas y voluntarios para documentar las lenguas menos conocidas en el área metropolitana de Nueva York.
Perlin destaca en su libro que la historia de las lenguas menos conocidas de Nueva York es también la de los traumas de muchos hablantes. Algunos huyeron del genocidio (como los armenios occidentales y los judíos – griegos), otros de la deportación masiva (lenguas del Cáucaso del norte), de la violencia racial o del hambre (irlandeses). Las minorías lingüísticas “han estado sobre representadas en la diáspora”, explica Perlin, porque son “las más afectadas por los conflictos, las catástrofes y las privaciones y, por tanto, se ven obligadas a irse”.
En un reciente artículo, publicado en el New York Times (10 de marzo de 2024), Perlin señala que Estados Unidos nunca ha tenido un idioma oficial y en cambio, tiene cientos de idiomas. Si bien el inglés es la lengua franca de facto, no está estandarizado en la forma en que Francia ha consagrado el francés parisino o China ha promulgado cierto tipo de mandarín.
“Tenemos nuestra propia larga historia de discriminación o trato injusto contra personas que hablan otros idiomas, ya sea mediante la eliminación de las lenguas nativas americanas en las escuelas residenciales o castigos a los estudiantes que hablan español en las escuelas públicas o prejuicios contra el inglés afroamericano. Pero sólo a partir de la década de 1980 los estados impulsado por un movimiento temeroso de los hispanos y exclusivamente hablante de inglés que prefiguraba a Trump, comenzaron a consagrar el inglés en sus constituciones”, indica Perlin.
Nada podría ser más ajeno a la historia y realidad multilingües de Estados Unidos (sin mencionar nuestra libertad cognitiva y comunicativa, señala el lingüista) que la imposición del inglés o de cualquier idioma estándar único.
Al hacer un recuento histórico, Perlin estima que se hablaban unas 300 lenguas nativas al norte del Río Grande antes de la colonización europea. Muchos todavía se utilizan milagrosamente y hoy en día se están reviviendo aún más, incluido Lenape.
Las primeras colonias tampoco eran enteramente de habla inglesa. La isla de Manhattan marcó la pauta multilingüe del país. En 1643, el sacerdote jesuita francés Isaac Jogues escribió que se hablaban 18 idiomas entre las aproximadamente 400 a 500 personas que residían en el puerto dirigido por los holandeses. La diversidad lingüística iba de la mano de la tolerancia religiosa y las oportunidades comerciales.
A lo largo del siglo XIX y principios del XX, los hablantes de lenguas principalmente orales como el irlandés, el siciliano, el yiddish y el taishanés, por nombrar sólo algunas dieron forma a la ciudad y al país de innumerables maneras. Luego, en 1924, el presidente Calvin Coolidge firmó la Ley Johnson – Reed en un intento de congelar el equilibrio étnico del país, alimentado por temores políticos y seudociencia racista.
La ley redujo drásticamente el número total de inmigrantes permitidos cada año, cortó efectivamente toda inmigración procedente de fuera de Europa del Norte y Occidental y estableció formalmente la Patrulla Fronteriza. Las tasas de inmigración colapsaron casi de la noche a la mañana.
“Si es reelegido Trump ha prometido llevar a cabo las deportaciones más grandes en la historia de Estados Unidos y bloquear la entrada al país de más personas de ciertos países, tal vez incluso basándose en el idioma, entre otras medidas. Si se sale con la suya, 2024 podría convertirse en el nuevo 1924”, señala Perlin en su artículo.
El multilingüismo está profundamente arraigado en la historia de la nación. Y sin embargo, advierte el investigador, “nuestra nación no ha construido un proyecto multilingüe coherente como lo han hecho otros países que apoyan más de un idioma oficial. Ahora tenemos la oportunidad de documentar y desarrollar nuestro multilingüismo y la riqueza que aporta, en lugar de recibirlo de forma pasiva o incluso negativa”. RDM