Por José Alberto Sánchez Nava
“En México, ser mujer exitosa no es aspiración: es sentencia; y la bala que mata no siempre es de plomo, a veces se disfraza de prejuicio y silencio colectivo.”
- Introducción: La muerte en vivo
Valeria Márquez, tiktoker, modelo y empresaria de 23 años, fue asesinada a tiros en su estética en Zapopan, Jalisco, en plena transmisión en vivo. La joven pausó el audio del video justo cuando un supuesto repartidor llegó con una entrega, y segundos después recibió al menos dos disparos. La Fiscalía investiga el caso como feminicidio. El hecho, ya de por sí escalofriante, cobra una dimensión aún más perturbadora por lo que vino después: la reacción social que juzgó su vida antes que exigir justicia por su muerte.
- El crimen y el contexto: un Estado que no protege
En un país donde el feminicidio es cotidiano, este asesinato no es una excepción, sino la regla. Valeria fue ejecutada en su lugar de trabajo, en plena zona urbana, a plena luz del día. Jalisco, con sus cifras escandalosas de violencia, impunidad y desapariciones, es reflejo de un Estado fallido en sus funciones más básicas. No hay seguridad pública, ni garantías jurídicas, ni capacidad institucional. El Estado mexicano ha roto el pacto social: ese acuerdo implícito por el cual los ciudadanos pagan impuestos y cumplen la ley a cambio de protección, justicia y dignidad.
- La segunda bala: el juicio social
Más allá del arma homicida, la otra gran violencia se perpetra con la palabra: opiniones, comentarios y juicios que reafirman una cultura de misoginia cotidiana. En lugar de indignarse, miles de personas dedicaron su energía a desmenuzar la vida de Valeria: “¿Cómo logró tanto tan joven?”, “Se metía con quien no debía”, “Viajes, auto, negocio… ¿a los 23?”. Se dictó sentencia moral sobre la víctima, sin pruebas, sin contexto, sin compasión. Como si la muerte fuera merecida por no ser “una mujer común”.
- Éxito femenino bajo sospecha
En México, el éxito de una mujer joven no se celebra: se cuestiona. Si viaja, si tiene auto del año, si tiene un negocio, si es dueña de su tiempo y su cuerpo, entonces debe estar involucrada con alguien o con algo ilícito. La sospecha no se basa en hechos, sino en estereotipos. Esta mentalidad revela una herida cultural profunda: el éxito femenino no es creíble si no está acompañado de sumisión, sacrificio o sufrimiento visible. La independencia de una mujer se convierte en un acto de provocación.
- Violencia discursiva: el eco del crimen
Los feminicidios en México no sólo se cometen con armas, sino también con discursos. El asesinato de Valeria fue replicado, no con exigencia de justicia, sino con un linchamiento moral en plazas digitales y conversaciones privadas. Lo que antes era el chisme de vecindario ahora se expande con velocidad y fuerza brutal. Pero el fondo no ha cambiado: la víctima sigue siendo juzgada más que su agresor. La sociedad actúa como cómplice cuando prefiere el morbo a la justicia.
- Exigir al Estado, no a la víctima
El punto más preocupante de esta tragedia no es únicamente el crimen o la reacción social, sino la completa ausencia de exigencia al verdadero responsable: el Estado. En lugar de responsabilizar al gobierno por su incapacidad para garantizar seguridad, se responsabiliza a una joven por su forma de vida. Es inaceptable que una sociedad que paga impuestos, que vota, que participa, tenga que aceptar vivir bajo riesgo mortal por haber alcanzado la libertad que el Estado no garantiza.
- Conclusión: Dejar de vivir con miedo y morir con culpa
Valeria Márquez no debía morir. Y ningún comentario, rumor o prejuicio justifica su asesinato. Mientras no comprendamos esto como sociedad, seguiremos normalizando la violencia contra las mujeres y validando, con nuestro silencio o sospecha, cada feminicidio que ocurre. La responsabilidad es colectiva, pero el deber es primero institucional: un país no puede llamarse democrático si asesinan a sus mujeres en vivo… y nadie exige justicia por ello.