Historias para armar la Historia
A mis maestras de la licenciatura de Historia en la UNAM, quienes me enseñaron todo esto
Ramsés Ancira
No a Rosa Luxemburgo, militante del Partido Socialdemócrata de Alemania, quien se opuso a la participación en la primera Guerra Mundial por entender que se trataba de un enfrentamiento de intereses imperialistas.
Tampoco a Simone de Beauvoir, quien consideraba que la religión era una manera de subyugar al ser humano y en particular a las mujeres, autora de El Segundo Sexo, nombre que alude a las mujeres como un género de segunda clase entre la especie humana.
Tampoco a Hipatia de Alejandría, directora del museo de esa misma ciudad. Ella fue golpeada, asesinada y violada por un grupo de monjes cristianos radicales que la tacharon de hechicera.
O a Juana de Arco, que a los 17 años encabezó el ejército francés para expulsar a los ingleses, quienes acabaron por acusarla de brujería y hechicería y la condenaron a la hoguera.
Es una verdad histórica que a lo largo de los siglos las mujeres han sufrido violencia, sobre todo mientras más sabias son. Por eso las acusaban de hechicería. Ellas fueron las que hicieron los primeros experimentos de cruza de granos de maíz para mejorar la especie y tener más alimentos; fueron ellas las que observaron los efectos que tenían las plantas para preparar medicinas que aún ahora, en el siglo XXI, son la base de la mayoría de los medicamentos de patente.
Y son precisamente las mujeres quienes más han aportado en la lucha contra la violencia y el sectarismo, quizá una de las primeras fue Lisístrata, cuya historia fue contada por Aristófanes, como la dama que organizó una huelga sexual para forzar a los hombres a detener la guerra.
En 1792 la británica Mary Wollstonecraft escribió el libro Vindicación de los derechos de la Mujer, donde defendió la igualdad de los sexos. Ella fue madre de Mary Shelley, autora de una de las novelas góticas más importantes de la historia, Frankenstein
Hay muchas fuentes que atribuyen a la peruana Flora Tristán (1803-1844) el haber acuñado la frase “proletarios del mundo, uníos”, lema político que fue retomado por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista de 1848.
La violencia contra la mujer en México ha tenido momentos relevantes:
En 1985, la mayoría de las víctimas del terremoto, fueron mujeres que trabajaban en fábricas de la zona de San Antonio Abad. Tan solo en un caso, el de la empresa Topeka, las obreras no pudieron escapar por las ventanas porque estaban alambradas “para que no se robaran los hilos”. De hecho, durante su horario de trabajo no podían ir al baño sin supervisión porque controlaban su salida con torniquetes de metal.
El tres y cuatro de mayo de 2006 “fui torturada sexualmente por muchos policías” declaró una de las 11 mujeres reprimidas por la manifestación de Atenco, durante la gubernatura de Enrique Peña Nieto en el Estado de México.
Doce años después la Corte Interamericana de Derechos Humanos sentenció al Estado Mexicano tras encontrarlo responsable de “violencia sexual, violación y tortura”. En su momento los médicos legistas de Texcoco se negaron a certificar las lesiones.
El 10 de noviembre seis mujeres que realizaban en Culiacán un inventario en la empresa Coppel murieron en un incendio causado por un cortocircuito en la planta alta del inmueble donde todas las salidas estaban cerradas con candados. Las víctimas de entre 22 y 36 años tuvieron tiempo para llamar por teléfono a sus familiares y servicios de emergencia; pero todo fue inútil, no pudieron escapar debido a lo infranqueable de las cortinas de acero.
Pero no, seguramente ninguna de estas reformistas y víctimas de la violencia humana hubiera aprobado que en su nombre se utilizaran sopletes de fuego contra mujeres policías, ni hubieran creído que a pedradas lograrían mejores condiciones para su género.
Como en el caso de los porros en las universidades y de los grupos anarquistas, las mujeres que participaron en estos actos de violencia y vandalismo fueron patrocinadas por intereses políticos y partidistas. ¿De quién? No se sabrá porque como este gobierno “no es como los de antes”, no habrá interrogatorios, ni detenciones, ni investigaciones.
Incluso los cavernícolas colaboraban entre sí para obtener los alimentos y protegerse de las amenazas del exterior. La violencia no es representativa del feminismo; por el contrario, reproduce las actitudes más características del imperialismo, el fascismo e incluso del machismo.
Y por supuesto, los propagandistas de los partidos de oposición, no vieron otra cosa: inventaron francotiradores, justificaron que la “libertad de manifestación” es más importante que los monumentos nacionales. Al final, estas mujeres trabajaron en favor de sus más distinguidos opresores. Que quede constancia para cuando estos hechos sean recuperados como uno de los momentos más vergonzosos para la historia del verdadero feminismo.