Joel Hernández Santiago.
Pues nada, que de pronto se anunció que debido a los recortes presupuestales del año que entra, el Fondo de Cultura Económica, la editorial emblemática de México, va a cerrar algunas de sus librerías: cuatro, para ser más culto y económico.
Según el mismo anuncio hecho el 21 de noviembre, en mero puente y un día después de la celebración de la Revolución Mexicana, que habría de darnos el todo cumplido para todos, el FCE dijo que tendrá un presupuesto de 150 millones de pesos para 2017, o sea 17% menos que 2016.
“Estas restricciones presupuestales no van a alterar significativamente el funcionamiento del FCE” –dijo su director José Carreño Carlón– … Aunque de cierto, cerrará sus filiales en Brasil y Venezuela y en Ciudad de México cerrará las librerías Alí Chumacero y Salvador Elizondo, que están en el Aeropuerto Internacional de la capital del país.
Siempre, en tiempos de crisis –que han sido permanentes años y años en México—uno de los sectores en el que más impacto tiene el fracaso financiero del país es el de la cultura: toda ella, amplia y universal. Es una tragedia porque se deja de estimular a la creación, a la obra y la divulgación de lo mejor del pensamiento y el espíritu mexicano.
Y peor aun si se trata de libros y librerías, que es en donde se concentra el saber humano, la reflexión, la propuesta y el universo del pensamiento en un breve espacio pero que irradia seres humanos pensantes, críticos, inteligentes y sobre todo eso: humanos. Las librerías son indispensables para la subsistencia y para la vida.
Pero esta infausta noticia también invita a reflexionar la importancia de una editorial de Estado.
De un tiempo a esta parte comprar un libro nuevo en México es un lujo extremo que en un país en crisis es prácticamente imposible. Los libros en México –y en muchas partes del mundo—son cada vez más caros. Se entiende si se considera la inversión que tiene que hacerse para el proceso de edición, lectura, corrección, formación, diseño, distribución, administración, papel…
Pero también se entiende que una editorial de Estado está en posibilidades de garantizar que la lectura sea eficiente y fácil de adquirir por la mayoría mexicana, porque a fin de cuentas en gran medida pagamos por esa Cultura Económica. Si. Pero no.
Resulta que de pronto los libros del FCE son caros, muy caros. Y si acaso hay libros baratos y los ponen de tiempo en tiempo en oferta, son o sobrantes o devoluciones o el famoso ‘clavo’ que son los libros que por mala distribución o porque nadie quiere, se quedan en bodegas.
Así que los libros que en verdad importan, definen y son de indispensable lectura son imposibles de adquirir por la gente de trabajo, de a pie, la del salario mínimo y las monedas para el pasaje contadas una a una. Y son ellos los que tienen que leer… y sus hijos que estudian para ‘salir adelante’.
Hace algunos años, la Secretaría de Educación Pública, junto con el Fondo de Cultura Económica, hicieron ediciones de alta divulgación y a precios extremadamente baratos.
Don Jesús Reyes Heroles, un político que además era hombre de libros, impulsó esta idea para crear librerías de esquina, con ediciones de alta calidad en su contenido y dignas en su presentación. “Lecturas mexicanas” con lo mejor de la literatura nacional costaba, por ejemplo, a menos de 10 pesos el ejemplar cada semana. Y el tiraje era de algo así como 90 mil ejemplares promedio.
Y así otras colecciones de gran calado y gran impulso en su distribución. Hoy ya no hay de queso, ni de jamón. Si hay libros caros, de élite, para la élite y en casos verdaderamente patéticos, con obra insustancial e inútil, como cuando fue Director General del FCE el ex presidente Miguel de la Madrid que publicaba textos a sus amigos políticos priístas y que al final nadie leía y están ahí, o por ahí, sin que ni siquiera los ratones quieran devorarlos.
El FCE tiene una larga historia. Casi siempre gloriosa, como cuando le han entregado el Premio Príncipe de Asturias (1989), y muchos más; pero también ha tenido sus asegunes que tienen que ver –como hoy mismo- con la miopía de los políticos mexicanos que no han leído ni tres libros básicos en su vida y lo único que saben es ‘Ler’.
Fue el caso de un gran editor que participó en la fundación de esta gran editorial mexicana, Arnaldo Orfila Reynal, argentino él, pero mexicano por todo lo que aquí hizo.
En 1967 Orfila –durante el régimen de Díaz Ordaz- decide publicar en el FCE el libro de Oscar Lewis “Los hijos de Sánchez”. Es un tratado de la pobreza en México a partir de la historia de una familia que vivía en Tepito. Un excelente alegato en contra de la injusticia y las aspiraciones de un grupo social marginal y olvidado. Pero no: su contenido fue considerado denigrante y agresivo para México. Tal como se acusó a “Los olvidados” de Buñuel. La idea de lo mexicano negaba la realidad mexicana entre muchos políticos y de almas purísimas sin pecado concebidas.
Así que Orfila fue despedido del FCE pero nos enriqueció al fundar de inmediato otra editorial emblemática: Siglo XXI.
El FCE fue fundado en 1934 por don Daniel Cosío Villegas con la idea de dotar a estudiantes de economía de los mejores textos del mundo –baratos- para su formación. Esto luego se extendió a las ciencias sociales, humanidades y literatura: en español.
Pues eso: ojalá que sus directivos den vuelta a la tuerca y regresen al espíritu original de aportar libros –con una menor carga burocrática en su hechura- a precios muy accesibles para todos y con obra importante para todos y para cada uno.
No es mucho pedir, tan sólo que recapitulen y replanteen sus programas editoriales para garantizar que estemos pagando un Fondo que sea para la cultura y que sea económico y para todos aquí. Ni más, ni menos.