* El nuevo modelo educativo no puede permitir que se perciba como un desafío y una minusvaloración de lo mexicano, porque nos lo venden como la gran aventura y el precio a pagar por integrarnos a América del Norte, aunque no ingresemos al Primer Mundo
Gregorio Ortega Molina
Las políticas públicas formuladas mal y de malas, corren al fracaso. Es el destino de los foros para discutir los nuevos, o modernos, o impuestos modelos educativos.
Fueron conceptuados y son promovidos publicitariamente con dos propósitos: que la sociedad perciba que con la destacada participación de los más conspicuos de los educadores e investigadores se propone la reforma, cuando en realidad la decisión está tomada; profundizarán la confrontación entre la CNTE y el SNTE, sindicato que -rescoldo del corporativismo- será presentado como eje articulador de los cambios.
Quieren, necesitan que percibamos que el maestro regresa a ocupar su lugar en la sociedad, cuando en realidad es lo contrario. Hace mucho que dejó de ser el núcleo y promotor de la solidaridad de las pequeñas poblaciones o comunidades. En un momento del desarrollo de México, los tres pilares de autoridad cívica, política y ética o moral, fueron: el maestro, el síndico o presidente municipal y el sacerdote. Hoy son los que cobran el derecho de piso o los que levantan a los “chavos” para darles la oportunidad de ganarse la vida como sicarios o “halcones”, y a las adolescentes o niñas, como celosas guardianas de las casas de seguridad, o para calentar el lecho de esos jefecillos a los que no entibia ni el sol, porque la sangre de sus víctimas les escurre por todos lados.
En medio de este panorama, que es real y verificable, la estructuración del nuevo andamiaje educativo consiste en la desestructuración del nacionalismo que nos caracterizó como mexicanos, y en la reconceptualización de ideas tales como patria, héroes nacionales, corrupción e impunidad (pretenden que se acepten como hechos cotidianos y normales a pesar del SNA, que parte de la suposición de que esos eventos sólo se producen en la esfera de la vida pública, y nunca en las actividades privadas o domésticas), porque de otra manera la aceptación tácita y sin cuestionamientos de la globalización y la integración a América del Norte carecerán de éxito.
Tienen pavor a las mentes críticas, a esa correcta percepción del mundo transmitida por Konrad Raiser, Secretario General del Consejo Mundial de Iglesias: “La crisis actual es consecuencia de la globalización acaecida en casi todos los ámbitos de la vida durante las dos últimas generaciones. Y, sin embargo, esa globalización de hecho, debida sobre todo a la interdependencia económica, no va acompañada de un orden mundial sólido y reconocido. El derecho internacional y las instituciones interestatales se muestran demasiado débiles para encauzar y controlar los efectos devastadores de esa rápida globalización. El final de la Guerra Fría y la ruina del sistema de poder bipolar han prendido la llama de una crisis latente”.
Para nuestro infortunio, todo hace suponer que uno de los escenarios de esa crisis es México, porque será en territorio nacional que se contengan los atentados terroristas contra EEUU y Canadá, con idéntico o peor saldo de víctimas que el dejado por la contención al narcotráfico.
Pero el nuevo modelo educativo no puede permitir que eso se perciba como un desafío y una minusvaloración de lo mexicano, porque nos lo venden como la gran aventura y el precio a pagar por integrarnos a América del Norte, aunque no ingresemos al Primer Mundo.