En una desafortunada pero marcada coincidencia, horas antes de un 2 de febrero, efeméride significativa, pues nos remite a la fecha en que se firmó el funesto Tratado de Guadalupe-Hidalgo, que despojó a México en 1848 de más de la mitad de su territorio, Donald Trump consumó sus amenazas e impuso los anunciados aranceles. La implementación de los mismos es violatorio del TMEC, lo cual nos deja claro que debemos buscar otros horizontes comerciales, así como también que el presidente estadounidense no tiene intención de respetar tratados internacionales.
La medida extensiva a Canadá y a China, no es cosa menor, no solo por los tiempos graves en materia económica que se avizoran, sino por la marcada retórica anti mexicana que no deja nada que envidiar a los discursos en contra nuestra de 1847 o 1914. Son del dominio público los yerros internos, las omisiones o comisiones por parte de mexicanos que no merecen serlo, pero eso no debe regocijar a quienes con justicia se oponen al régimen, los dichos son el fiel reflejo de la sabiduría popular y uno de los más conocidos nos recuerda que “la ropa sucia se lava en casa”.
Pero así como hay mexicanos que se benefician con el crimen y la corrupción, también hay aquellos como Eduardo Verástegui cuya conducta entreguista nos recuerda a los polkos, aquellos muchachos de sociedad que en 1847, en vez de marchar a combatir los invasores, protagonizaron un cuartelazo. Su apodo derivó de su afición a bailar polkas y asociado también al entonces presidente norteamericano Polk.
Ronald Reagan, obligado referente Republicano, manifestó que “nuestros pacíficos socios comerciales no son nuestros enemigos, son nuestros aliados” Ello no lo ha tomado en cuenta Trump, tampoco el grave problema de adicción al fentanilo que existe entre los estadounidenses, mucho menos la corrupción que permite la entrada y distribución de drogas en su país o que las armerías norteamericanas son las que pertrechan a los carteles mexicanos. Sin duda, la medida draconiana no solo afectará a la economía mexicana, sino a la norteamericana particularmente en sus estados fronterizos, no sólo por lo que nos venden, sino por lo mucho que nos compran. Pero eso no debe ser un consuelo para nosotros, pues sin caer en poses patrioteras, sino en un genuino nacionalismo, debemos centrarnos en robustecer nuestras fortalezas.
Las fortalezas de México no son pocas, pero tres de ellas son oportunas en estas jornadas. Los mexicanos debemos cerrar filas en torno a nuestras Fuerzas Armadas, garantes de la soberanía nacional y la única institución que puede restituir la paz y el Estado de Derecho en México. Las policías están rebasadas, los soldados, marinos, aviadores y guardias nacionales en cambio tienen el adiestramiento y el equipo para abatir al crimen organizado. Las Fuerzas Armadas a su vez, son dueñas de una tradición bicentenaria, han sido protagonistas de momentos cruciales en nuestra historia y son depositarias de las más altas virtudes que distinguen a los mexicanos, de lo anterior se da cuenta día a día, en los planteles del sistema educativo militar mexicano.
México debe restaurar el prestigio y eficacia de su servicio exterior, por décadas la diplomacia mexicana fue reconocida en todos los rincones del planeta, nos dio estatura en el teatro internacional y nos constituyó en un líder regional, hoy hay que ceder la primera línea de nuestra defensa en el exterior, a los avezados diplomáticos de carrera. La cancillería debe apoyarse en el juicio y el asesoramiento de los embajadores eméritos o en retiro, tal como lo hace la Defensa con los militares en retiro.
Adicionalmente, no debemos cerrarnos al exterior, a nuestras relaciones históricas. Las fobias de la anterior Primera Dama, no deben marcar él acento en la política exterior. En concreto, debemos consolidar nuestro intercambio con España. Por razones culturales y de identidad, España es un aliado natural de México y nuestra puerta de entrada a Europa. Son más los lazos que nos unen a Madrid que los reclamos extemporáneos y francamente cómicos. De las dificultades se pueden construir oportunidades, este es un momento idóneo para rehabilitar la obligada concordia hispano-mexicana como una fortaleza en todos los campos, incluyendo por supuesto, el económico y comercial.
La respuesta de la Presidenta de la República el pasado sábado, fue digna, su talante mesurado estuvo a la altura de lo esperado, no corrió a Mar a Lago a congraciarse, sino que ofreció colaboración, confianza y coordinación en vez de subordinación. Eso es lo que se espera en el frente exterior, también se espera como ya se mencionó, que sin desatender a nuestro vecino del norte, miremos hacia otros horizontes comerciales, Porfirio Díaz lo hizo con éxito. A todo lo anterior es asignatura apremiante, poner orden en casa, más que por una exigencia de Trump, por la calidad de vida y el porvenir que merecen las familias mexicanas.