(primera parte)
Por: José Murat
La historia no es lineal ni ascendente, ni mucho menos llegamos al final de la historia, como falsamente preconizaba, a fines del siglo XX, el ideólogo del neoliberalismo fundamentalista Francis Fukuyama. No, en el devenir dialéctico hay avances y retrocesos, conquistas de derechos sociales acompañadas de ampliación de libertades públicas, pero también regresiones brutales, pérdidas de lo ganado. Hoy el mundo, en amplias franjas territoriales, mira al pasado y amenaza con arrastrar a todos.
Derechos que se pensaba estaban ganados para siempre, como el respeto a los derechos humanos de todas las razas, de todas las naciones, de todos los estratos sociales y todos los credos, están conculcados o están en riesgo. La xenofobia antiinmigrante es una bandera que aglutina voluntades perversas, erige gobiernos autocráticos y gana parlamentos arcaicos. O, cuando menos, que hace ganar a las mentes más retardatarias espacios impensables hasta hace poco.
Derechos esenciales, como el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, ya no tienen la protección de las cartas magnas ni el resguardo de las cortes supremas de justicia en varias naciones, como ocurre desde hace algunos años en Estados Unidos, antes tierra de libertades y referente de las garantías individuales. Queda ahora a discreción de las legislaturas locales defender ese derecho fundamental o dejarlo a merced y prohibición de la ultraderecha.
El derecho a un debido proceso, que consagran varios instrumentos de derecho internacional, como el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y la Convención Americana sobre Derechos Humanos, ya son una simple incomodidad procedimental que algunos gobiernos de derecha transgreden, cuando se trata de inmigrantes y minorías raciales, despojados de humanidad y garantías esenciales. Pueden ser detenidos y expulsados de manera sumaria, si así lo decide alguna autoridad administrativa, de mayor o menor rango, sin ningún procedimiento jurisdiccional.
El derecho a acceder a servicios elementales de salud, seguridad social y educación, ya dejaron de ser derechos de todas las personas, aunque paguen impuestos y derechos, como ocurre ya, respecto a los inmigrantes, en algunos estados conservadores del sur de nuestro vecino del norte. Los menos es cierto, pero se comienza a normalizar lo que no es más que una actitud abiertamente xenofóbica, lesiva para los derechos humanos.
Los derechos a las preferencias personales también sufren regresiones gigantescas en algunos países de América, Asia y Europa, y ya son un estigma moral y un impedimento para acceder a posiciones directivas de gobierno y a áreas sensibles como las fuerzas armadas. También, con encono y escarnio, su derecho a una identidad específica, fuera del formato binario.
Pero vayamos por partes, en esta ola creciente de involución y fundamentalismo. Primero fue Georgia Meloni, quien en octubre del 2022 se hizo del poder en Italia, al ser nombrada Primera Ministra. Es la primera vez, desde que terminó la Segunda Guerra Mundial, que gobierna una constelación de fuerzas donde varios de sus miembros abiertamente admiran la obra de Mussolini, y siguen soñando con un IV Reich.
Meloni se opone al aborto, la eutanasia, el matrimonio igualitario y a la familia homoparental, diciendo que las familias nucleares deben estar encabezadas exclusivamente por parejas de hombres y mujeres. Entre sus propuestas más histriónicas destaca su apoyo a un bloqueo naval para frenar la inmigración de África.
Después fue Marine Le Pen, quien al frente del Partido Agrupación Nacional fue primer lugar en la primera vuelta en las elecciones presidenciales de Francia, el 30 de junio de 2024, y que sólo pudo ser derrotada en una segunda y definitiva vuelta por Emmanuel Macron, porque hubo una amplia alianza de fuerzas moderadas y progresistas para cerrarle el paso a la ultraderecha neofascista. El discurso xenofóbico y antiinmigrante fue la bandera que le permitió a Le Pen llegar tan lejos, y que la mantiene como una amenaza permanente a la democracia francesa, con una legión de seguidores que aumenta elección tras elección. Hablamos de Francia, cuna de la ilustración y de la carta universal de los derechos del hombre y el ciudadano.
Apenas el mes pasado fue Alemania, cuyo caso analizaremos en la próxima colaboración, junto con otros casos embrionarios en nuestro propio subcontinente latinoamericano.
Solo diremos ahora que la ultraderecha avanza en el mundo y ya dio su primer paso en México. El INE ha autorizado la conformación del Movimiento Viva México, que encabeza el actor Eduardo Verástegui, proyecto conservador que aspira a constituirse en partido político y desde ahí conquistar el poder. Con ello, la extrema derecha en México ha dado un paso significativo. No es un movimiento aislado ni una agenda personal de un excéntrico mediático: es parte de la avanzada global de una corriente ultraconservadora internacional que busca impulsar una involución en la legislación y la cultura mexicanas, en materia de derechos humanos, derechos sociales y libertades individuales.
En la próxima colaboración profundizaremos con lo que ocurre en América y en otros puntos del orbe. Lo que es un hecho es que la humanidad está muy lejos de haber conquistado para siempre los valores de la libertad, la igualdad, la justicia y la democracia ilustrada. Mucho menos cuando se trata de los que emigran, y que son criminalizados sólo por buscar mejores condiciones de vida.