Aunque usted no lo crea, estimado lector, hubo en México una generación de reaccionarios de chistera y postín que, después de más de cien años de muertos, sigue definiendo el modelo político y las prioridades del país.
Para entender a este grupo, habría que recordar que la enorme corrupción de la casta de virreyes, heredados por la casa española de los Habsburgo, no dejaron otro camino a los reyes borbónicos que meter orden en la administración colonial. Ya no les alcanzaban los “moches”.
Los 64 virreyes resultaron muy buenos para la uña. No era para menos, venían desatados, muy estragados y habían llegado al paraíso terrenal. Lo primero que hizo la “reforma borbónica” fue designar intendentes leales al rey –tipo Juan Antonio Riaño, el de la Alhóndiga de Granaditas– para tratar de frenarlos un poco.
Los intendentes se ocupaban de “reportar” a la Corona las ganancias en la explotación minera y los impuestos. Su obligación era lograr que la Nueva España fuera eficiente proveedor de materias primas y gran consumidor de manufacturas españolas. Toda una “reforma administrativa” para sostener a la monarquía.
Obviamente, en todas esas tareas, los grandes consentidos fueron los comerciantes y hacendados peninsulares, los nacidos en España. Ofendidos por las injusticias hacia sus “valedores” criollos y nativos, los jesuitas se opusieron y fueron expulsados, cincuenta años antes de la Independencia.
México nació con la forma republicana de gobierno, porque así lo dispuso la élite del movimiento, pero el sistema nunca se consensuó con otras estructuras y clases. Estas reaccionaron a mediados del siglo XIX. La respuesta todavía hace estragos nacionales.
Las leyes del centralismo representaban las exquisitas aspiraciones de la gran burguesía nacional a la modernidad política. Era también una lógica grupal, igual que la republicana, sólo que reproduciendo una historia de depredación colonial de tres siglos.
Su empeño cerval en imponer el sistema censitario –en el que sólo podían votar los ciudadanos “de posibles”, cercanos a la Corona– cerró las vías de acceso a la permeabilidad social y motivó finalmente que las élites agrarias y regionales se sumaran a los levantados federalistas, alrededor del Plan de Ayutla.
Gobiernos corruptos favorecían al capital foráneo
Los centralistas mexicanos constituían la visión teórica más certera para facilitar la implantación de un modelo de desarrollo internacional hecho a la medida de los explotadores de la época. También a su imagen y semejanza.
Buscaban favorecer al capital extranjero, que de la mano de la monarquía, y después de gobiernos corruptos, ya había sido colmado por canonjías y privilegios sin límite para construir, a como diera lugar, las bases de la “modernidad”.
De inmediato, a construir ferrocarriles, puertos, medios de comunicación, servicios públicos y todo aquello que contribuyera a encajarnos al imperio, a “modernizar” las estructuras comerciales y agrario – exportadoras que nos trababan en la “perfecta” división internacional del trabajo.
Esta división se estableció durante el siglo diecinueve entre productores de materias primas, con desigualdades aberrantes y centros productores de manufacturas y tecnología industrial, un modelo igual que el ejecutado por los intendentes de los borbones, ¡sólo que 150 años después!
Los famosos enclaves de penetración se daban en los renglones de mayor rentabilidad. La finalidad: debilitar al país, negando la integración equilibrada de sectores y clases sociales. Impidiendo cualquier posible aspiración liberal o federalista.
Para el modelo teórico de la reacción mexicana, el objetivo era establecer poderosos nexos de subordinación con el extranjero. La acumulación despiadada conduciría al progreso total, con la condición de que no interviniera ningún otro poder, menos el público.
El reino del mito extravagante “dejar hacer, dejar pasar” como una necesidad histórica del capitalismo industrial moderno, en su período más rancio, el formativo. Por su parte, los federalistas y liberales querían cerrar el paso al libre mercado en la competencia y en la contratación, lo que sólo se consiguió 40 años después, con una revolución.
Siempre han apoyado la regionalización de la miseria
Los reaccionarios, en lo suyo: la explotación al límite de lo agropecuario, para beneficio del industrialismo urbano y sus macrocefalias. Los excedentes del campo, sólo para apuntalar el mejoramiento de empresarios y financieros.
Durante el porfiriato, Limantour propuso una alternativa de visos capitalistas corporativos. Pero el capital internacional los despreció como socios. El teórico del positivismo, Manuel Calero afirmó: “El liberalismo se ha transformado entre nosotros en una religión sin culto y sin templo”, en abierto reclamo al liberalismo de la Reforma juarista , que según ellos había llevado al país la bancarrota.
El famoso discurso de Francisco Bulnes en 1903, ante el selecto círculo de hierro y fuego del Dictador, define el modelo político, vinculado, en cuanto a su futuro, a la vida misma del caudillo, a una biografía personal octogenaria y decadente.
Lucas Alamán, teórico del centralismo; Federico Gamboa, José María Vigil, Francisco Bulnes y Jorge Vera Estañol, los cerebros de cabecera de la dictadura admirando el apogeo inglés de la Revolución industrial alentada por la Corte de Saint James y el florecimiento norteamericano, encabezado por generaciones europeas trasplantadas, justificando siempre la integración campesina al proceso industrial.
Los cinco, en sus momentos, apoyando siempre la regionalización de la miseria. Justificando el hacinamiento poblacional urbano argumentando que sólo constituía “un proceso sencillo de flujos de capital y de fuerza de trabajo que acuden a donde son mejor retribuidos”. ¿Dónde habremos oído y visto eso?
Lanzaron imprecaciones y falacias teóricas a troche y moche, como aquélla de la “superioridad natural” de las actividades manufactureras o fabriles en los centros urbanos, ¡sobre las que se desarrollaban en los campos agrícolas!
El federalismo liberal nunca tuvo qué ofrecer
Para el capitalismo industrial, el modelo planteado por los centralistas reaccionarios locales era inmejorable: concentración del excedente económico y de las rentas en pocas manos; abundante mano de obra menesterosa; bajos salarios; indiscriminada importación de bienes de producción ;adquisición obligatoria en los centros industriales locales; apoyos generosos del poder público para el crecimiento desigual y desproporcionado. País débil, presa fácil.
La filosofía positiva presidía todo esfuerzo en este sentido: el llamado a incrementar cuantitativamente el producto, relegando a último e infeliz término la distribución equitativa de los ingresos. Gabino Barreda y Justo Sierra, educando a las nuevas generaciones. Protasio Tagle, en el garrote.
Frente a lo anterior, el federalismo liberal nunca tuvo otra cosa qué ofrecer. No estaba apoyado financieramente por el establecimiento industrial internacional. El único apoyo que tuvo fue el político, de los republicanos Lincoln y su secretario de Estado, Seward.
Cuando acabó la lucha contra la intervención francesa, se acabó el danzón. A guardar las levitas, las diligencias, la epopeya de la República en el desierto, el hieratismo, los hombres líderes como gigantes, la guerrilla a montañazos, el recuerdo del cerro de las Campanas y el discurso libertario. Había que subirse al tren de la “modernidad”, como fuera.
Hoy vivimos, otra vez, el centralismo “de todos tan temido”
¿Asignaturas pendientes del liberalismo y del período republicano? Todas. Las mismas que definen palmariamente hoy un sistema político, social, cultural, fiscal, financiero, educativo, hacendario, agropecuario, laboral e industrial, concentrado en pocas manos, que se resiste a descentralizarse en beneficio de todos y que culmina siempre en el centralismo, “por todos tan temido”.
Los jilgueros del sistema invocan con tanta enjundia el federalismo y el liberalismo social en los discursos y en las conferencias subsidiadas por el pode , que de tanto sonsacarlos, se aparecen siempre como fantasmas concentradores, al servicio del ogro patrimonialista.
Tal parece que nunca hay mejor receta para los males que esa parroquia. Según ellos, han acostumbrado a los causantes a prometerles el oro y el moro, siempre y cuando se “atraigan” todas las facultades al “fuero federal” del altiplano. Siempre y cuando se concentren todas las fuerzas del Estado en unas cuantas cabecitas ¡y las entidades pasen a ser instancias de tercer talón!
Para muestra, las reformas “estructurales” educativa, energética, laboral y de telecomunicaciones están referenciadas a un poder central y omnímodo. A una lógica antifederalista y antiliberal. Es lo que está de moda.
Aunque sólo puedan tocar a rebato las campanas de la inversión automotriz en las maquiladoras del Bajío, que para eso están. Sirve para justificar las reformas estructurales empantanadas. Aunque no sirva ni para distribuir el ingreso, ¡ni para los bolsillos del ciudadano de a pie!
Como la culebra milenaria que se muerde la cola, los teóricos del modelo conservador siguen ganando batallas. No se conforman con haber derrotado a los grandes generales de la revolución social y sobajado los principios del partido surgido de esos rescoldos litúrgicos.
Los reaccionarios de hoy y de siempre están desempolvando los viejos cuadros de Maximiliano a caballo, en el jardín Borda de Cuernavaca, junto a su “india bonita”. ¡Vienen por lo que resta! Tienen la autorización de los prestamistas, siempre y cuando sea con el mismo modelo de hace dos siglos!
El Banco Mundial dice que somos una “estrella en América Latina”, aunque nunca vayan a dejar de cobrarnos los intereses, porque ¡albricias! ya estamos endeudados por el equivalente ¡a la mitad del producto interno bruto del país!
¡Volvieron a imponerse los de chistera y de postín!
Índice Flamígero: Aún no se enfría el cadáver del recientemente fallecido Sebastián Lerdo de Tejada y en el ISSSTE viven una rebatiña por quedarse con el puesto de director general. El desorden es absoluto. Joel Ayala, el muy enfermo dirigente de los sindicatos burocráticos impulsa a dos personajes: al coordinador de delegaciones del Instituto, el impresentable sinaloense Alfredo Villegas, quien además es su suplente en el Senado; con menos posibilidades a Elsa Carolina Rojas, quien ya fuera subdirectora médica y saliera por piernas tras el escándalo de decenas de recién nacidos muertos por falta de asepsia en los hospitales; ahora es delegada en la región poniente del DF. También busca la posición superior el también sinaloense Florentino Castro, encargado de Pensiones, y quien ante la falta de vigilancia vendía hace un par de días 200 hojas para solicitar préstamos a la institución, a través de uno de sus allegados: Leonardo Méndez Mayor, jefe de departamento de Control y Apoyo Operativo. Pero, ¡mala noticia para estos suspirantes! Todo indica que el Virrey Videgaray nombrará en esa posición a Osvaldo Antonio Santin Quiroz, itamita y ex director general del Instituto de Seguridad Social ¡Estado de México! y Municipios y, claro, de de su propio staff.
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Estoy de acuerdo con José Santibáñez Cantero, requerimos de una visión de nuestra historia que eche abajo todos los mitos y dogmas que nos han querido (y logrado en su gran mayoría) inyectar a la fuerza. Ojalá y se editen en una sola publicación esta serie de artículos.