Claudia Rodríguez
El pasado primero de septiembre como cada año, el presidente de la República cumplió con informar cuál el estado general que guarda la Administración Pública del país, asunto que en estricto sentido, no es lo mismo a una franca rendición de cuentas.
Los mexicanos no deberíamos aceptar el que nos salgan a presumir con publicidad diseñada qué se ha hecho, en escenas apoteósicos como si de verdad fuera un logro plausible; cuando lo que se luce no es más que la misma obligación de la propia Administración en turno.
En México cada Administración de cualquier nivel, decide sus políticas y estrategias de Gobierno –avaladas algunas de ellas por un Congreso a modo–, sin que al final se rindan cuentas de las mismas, y ese podría ser en principio, el meollo de la debacle nacional.
Para el caso de la actual Administración federal, las “llevadas y traídas” –ahora hasta China– reformas estructurales impulsadas por el equipo del presidente Enrique Peña Nieto, pero avaladas con el llamado Pacto por México, signado el mismo 2 de diciembre de 2012 –un día después de la toma de posesión en su cargo de Peña Nieto–, por priistas, panistas, perredistas y claro, los verdes; hasta ahora no han fructificado como mucho se señaló, pero a la vez, ninguno de los responsables ha rendido verdaderas cuentas al respecto.
Lo peor de todo es que decisiones no sólo como el cambio de política hacendaria, sino incluso de la educativa; tienen al país en franca zona de riesgo económico y financiero. No obstante los responsables gozan de impunidad absoluta y siguen con manga ancha en la toma de decisiones presentes y futuras, ahora, al menos hasta el 2018.
La rendición de cuentas que también fue parte fundamental del acuerdo político nacional impulsado por varias fuerzas políticas y que ya no sólo se constriñe a títulos personales, sino a entidades de Gobierno e institucionales; también debe ser un asunto de fiscalización en activo y periódica.
Los mexicanos no podemos permitir más que se apueste el presente y el futuro de todos nosotros en decisiones de quienes sí tienen un poder absoluto y las más de las veces con carácter, absolutista.
La rendición de cuentas no puede ser más el circo de pararse frente a distintos legisladores en donde unos parecieran del mismo bando y otros del bando contrario, y aguantar.
Al final, somos millones de mexicanos los que tenemos que vivir y aguantar por décadas las malas decisiones de nuestros gobernantes y administradores, mientras ellos y sus descendientes viven en la opulencia.
Acta Divina… “Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”: IV Informe de Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.
Para advertir… Así de inconexo se vuelve la rendición de cuentas con la presunción y las disculpas.
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