Luis Farías Mackey
Y no es que no crea en la sociedad civil —cualquiera de ella que sea—, sino que ya no creo en nada.
Ojalá y puedan movilizar a votar, son el último clavo ardiente de la crisis de sistema de partidos.
Esto tampoco va a gustar. Pero, repito, no escribo para agradar; escribo para invitar a pensar.
Lo que aquí plasmo es una hipótesis de trabajo que espero desarrollar y probar a lo largo del tiempo aplicando a los hechos del hoy mi conjetura.
Tengo para mi que el caos democrático electorero que vivimos en todos los frentes: gobierno, instituciones autónomas, partidos, órganos de representación política, ciudadanía, grupos de la sociedad civil, aspirantes, corcholatas, academia, intelectualidad, medios tradicionales de comunicación social y plataformas digitales, es producto de la crisis de partidos y déficit de ciudadanía que padecemos desde hace décadas.
Empezaré por explicar el concepto caos democrático electorero. Experimentamos en lo más profundo de nuestro entender una confusión, desorden y sin sentido de todo lo que tiene que ver con lo político. Lo he expresado ya en varias ocasiones. Lo repito: todas nuestras categorías de pensamiento y juicio, nuestra misma capacidad de comprender y reconciliarnos con la realidad, están rotas e inservibles. No sólo no nos enfrentamos a los viejos problemas y conocidos monstruos del pasado, sino que, como los Taínos cuando por primera vez vieron las carabelas de Colón, no logramos entender qué es lo que se presenta ante nosotros, a veces no alcanzamos ni siquiera a verlo en su totalidad, toda vez que nuestros instrumentos de conocimiento lo revisten de inmediato con los ropajes de lo conocido y dominado, pero, además, porque nuestros instrumentos de comprensión no están hechos para leer, desmenuzar y asimilar lo que hoy vemos y experimentamos. Avanzamos, pues, en la oscuridad tentando a nuestro alrededor su vacío y desmesura, sin elemento alguno que nos permita perfilarnos en ella, descubrir sentido alguno y comprender el fenómeno.
Además, el mundo digital es fugaz y efímero, puntual y dataísta, no es una narrativa que hile pensamientos, sino una catarata de informaciones y datos descontextualizados y mezclados al azar, lo cual hace imposible su entendimiento, la comunicación y la comunidad.
Si bien vemos, estamos ante la paradoja socrática: sólo sabemos que no sabemos nada. Y, claro, como al pobre de Sócrates eso le costo la vida, menor callamos nuestro saber no saber y versamos a los cuatro vientos nuestras ignorancias, profundizando el caos y su ruido.
Este caos tiene su expresión en el ámbito de la democracia que hemos construido, pero la genealogía de nuestra democracia nunca fue del todo demócrata; partió, ya lo he dicho, de dos premisas fundacionales del presidencialismo del nacionalismo revolucionario: la subsistencia por sobre todo del sistema político y evitar cualquier pérdida del poder presidencial en ello. Así, nuestra evolución democrática tuvo mucho de simulación y arreglos cupulares, concerta—cesiones les llamamos eufemísticamente. Por supuesto hubo pulsaciones verdaderamente democráticas, pero las más se perdieron en el arreglo electorero de repartir espacios de poder, presupuesto, patentes y renombre.
No acababa de asentarse la gran reforma del 77, cuando en el 86 Bartlett la mató, abriendo, sin saberlo, los ámbitos propicios para su caída del sistema y el desprestigio de toda nuestra democracia. Vino otra gran reforma, la del 91 y, también, no aprendía aún a caminar cuando la voracidad de los partidos conquistó espacios en el Senado sin un voto de por medio con los senadores de primera minoría. No les fueron suficientes y pronto exigieron los de representación proporcional. El remedo de Senado que hoy tenemos es producto de estas desnaturalizaciones propias de los arreglos políticos de ocasión y sin sentido. No buscaban mayor representación política, sino más huesos a repartir.
Y aquí entran otros conspicuos actores al juego de las sillas: los transistores (de transición) de la democracia que, a través de la ciudadanización, así cobraron sus “aportaciones”, aprovechando, por un lado, las consecuencias de la mala legislación de Bartlett con Miguel de la Madrid, que sobre—representaron el PRI en la entonces Comisión Federal Electoral y, en consecuencia, en el IFE a los partidos se les acotó su representación y privó de voto, voto que quedó en manos de unos consejeros magistrados, a los que pronto los partidos y los “expertos” desplazaron para “ciudadanizar” al órgano electoral, léase: cobrar en espacios políticos. Lo hicieron, por otro, a la luz de la muerte de Colosio, zopiloteando, dirían hoy, la urgencia del régimen de legitimar al instituto en un momento de crisis.
Pero la trama no quedó allí, Molinar, que jugaba en la academia y en el PAN al mismo tiempo, ideó la fórmula perfecta: la “alquimia ciudadanizada” de revestir de ciudadanos, apolíticos, apartidistas, angelicales, personas más allá del bien y del mal, y sin apetitos, ni asomo de poder, a conspicuos militantes y académicos inorgánicos a los partidos: Creel, por mencionar un ejemplo. Ejemplo que pronto siguieron los demás partidos. Y así el cuotismo partidista, la simulación y las componendas partidistas iniciaron el desdoro que hoy ennegrece al INE. Su desdoro tampoco es ajeno a los protagonismos y a la escrituración de la institución a un grupo revestido de imparcial que, entre sus luces y sus sombras, es en buena medida parte del problema actual de la institución.
Llegamos así a la primera alternancia y la casta burocrática de los operadores de los entretelones del poder en los Pinos y en el Club de Industriales, saltaron del barco gubernamental en pique a los salvavidas congresionales, llevando como único conocimiento los arreglos en lo oscurito y el pay per view (pago por evento) al Congreso de la Unión y a las gubernaturas de los Estados. Iniciándose así el mercadeo en lugar del acuerdo político. La era de los mercanchifes en la política, de los moches y del du ut des propia de los cortesanos hechos políticos.
A lo largo de todo esto, desarrollamos reformas políticas sin fin, a través de las cuales los perdedores en las elecciones cobraban a los ganadores la afrenta de su derrota, una legislación partidocrática, esquizofrénica, abigarrada, contradictoria, sobrecargada y paranoica, que permitió a un delirante como López Obrador navegar en automático. Empoderamos a los partidos, redujimos a los ciudadanos en clientelas movilizadas cada tres años e hicimos de la democracia un mercado y una locura.
Así tenemos una democracia electorera, no política y menos ciudadana. Ya no digamos democrática. Misma que aceleró la crisis de los partidos. En algún momento se trató de paliar con las candidaturas independientes y la reelección congresional. A las primeras la legislación y el INE las hicieron imposibles, aún nos debe el INE la auditoria del sistema y operación de la aplicación para levantar firmas en el 2018. A la segunda la mataron dejando en las dirigencias de los partidos la llave para ser reelectos. Pregúntenle a Porfirio.
Así, con partidos en crisis, ciudadanía desencantada, exigente y sin vías de participación, ausencia de liderazgos políticos, de pensamiento e ideas políticas, vacío de deliberación pública, reinado de la política espectáculo y publicitaria, y una sociedad civil pulverizada en agendas puntuales y excluyentes, y en microrrepresentaciones ruidosas pero no del todo legitimadas, tenemos, por un lado, a los morenos en un juego de corcholatas, con el único objetivo genuflecto de saciar el delirio y adicción de adoración de López Obrador. Por otro, unos partidos dirigidos por impresentables que se doblan ante las sombras y, finalmente, políticos y ciudadanos derribando sus puertas para que abran su monopolio de las candidaturas y las compartan. Sobre ello la urgencia de no quedarse atrás de la locura desbocada de López Obrador y su negativa a toda legalidad e institucionalidad: “Al diablo con sus instituciones”.
Todo esto que vivimos y viviremos los próximos meses, a mi juicio, no es más que la consecuencia lógica de la crisis del sistema político y de partidos que sufrimos y que, si se comprueba mi hipótesis, nos servirá para comprender mejor el caos que nos tiene a todos al borde de la demencia generalizada.
Espero que este ejercicio nos permita una ruta de lectura e interpretación que facilite nuestra comunicación y comprensión del mundo que nos está tocando vivir.
Veremos.