Por María Manuela de la Rosa Aguilar.
Hace ya muchos años que llegó a dirigir la Secretaría de la Defensa Nacional un general procedente de las filas del ejército imperial de Los Pinos, un comandante con trayectoria a quien todavía recuerdan muchos militares ya retirados, pero también los que hoy están en la cúpula y muchos jóvenes jefes y oficiales que sólo lo han conocido porque su fama perdura casi como la leyenda de un gran comandante.
Llegó con bríos, como lo hace un verdadero líder y sus logros fueron contundentes, porque antes que se hiciera cargo de esta institución, las tropas se encontraban en una muy precaria situación: un soldado ganaba mucho menos que el salario mínimo, los retirados cobraban el mismo salario con el que se habían separado del servicio activo, con sueldos de 20 o 30 pesos, era normal ver a generales con la ropa desgarrada, viviendo en pobreza extrema, abandonados; los que un día fueron dignos y altivos comandantes, andaban por las calles como cualquier mendigo. Parece un cuento, pero no es así, porque la tropa vivía en condiciones todavía más lamentables. Después de entregar toda una vida al servicio de las armas, el personal retirado sufría la pobreza y el abandono, ante la indiferencia oficial, porque era lema de los funcionarios militares decir que “aumentar el haber del soldado es aumentar sus vicios”. Y así había transcurrido medio siglo, porque además los efectivos militares eran mínimos, lo mismo que el presupuesto de defensa, por debajo del 0% del PIB.
Pero este hombre cambió radicalmente la suerte de sus tropas, una de las primeras acciones fue la de obtener un aumento general para todo el ejército del 75%, una verdadera hazaña histórica. Hoy este hecho está olvidado. Y pareciera una locura, sí, pero más locura es que con este aumento el soldado apenas alcanzó el sueldo mínimo. Y el objetivo era que ganara al menos el doble del mínimo, para tener una vida más o menos digna.
Pero no sólo eso, este general se preocupó por todo el personal retirado; así que, de manera paulatina, porque no podía ser de inmediato, fue equiparando los salarios del personal del activo con los retirados, a quienes tenía una gran consideración, por lo que también fue convocándolos para reunirlos periódicamente y que vieran que no estaban olvidados. Los militares en retiro no podían dar crédito a este magnánimo gesto, porque instituyó además su día, para festejarlos.
Este hombre no sólo vio por los retirados, sino por todo su personal. Por eso muchos lo vieron como un verdadero padre, porque fue comandante para su personal, pero también padre para sus subordinados y un verdadero colega para sus comandantes de zona, porque a diferencia de otros, él los visitaba durante sus giras de trabajo no sólo para supervisar el adiestramiento, sino para apoyarlos en lo que requirieran, equipo, uniformes, vehículos, armamento, para agilizar gestiones, etc.
Era muy conocido que no visitaba los cuarteles de improviso para sorprender a los comandantes, sino que se anunciaba, para dar tiempo de preparar las presentaciones sobre la situación estratégica y principales problemáticas regionales y era típico en él hacer lo siguiente:
A los comandantes preguntarles qué les hacía falta. A los Jefes los reunía por separado para conocer sus inquietudes; lo mismo hacía con los oficiales, a quienes preguntaba si tenían el trato adecuado, si les respetaban sus vacaciones, si necesitaban algo; a la tropa muy aparte para saber si los jefes u oficiales no abusaban del grado, que pidieran lo que requirieran y muchas veces el personal quedaba muy impresionado, porque si el general secretario se deba cuenta o le decían que les hacían falta uniformes o botas, o cualquier otro implemento, la respuesta era inmediata y recibían todo lo que les faltaba.
Muchos recuerdan todavía los días del ejército, porque había entradas al cine gratis, a la plaza de toros, franquicia; y los que presenciaban el festejo, presidido por el presidente de la República, acompañado de los representantes de lo poderes legislativo y judicial, gobernadores, directores de medios de comunicación y principales líderes y figuras públicas, todavía recuerdan la actuación de los artistas más famosos como Vicente Fernández o Lucha Villa. Pero además, rifas de autos, artículos domésticos y hasta una casa. Hoy nadie va y el frugal desayuno va a cuenta del personal.
Hubo una vez un general, que aunque no era hijo del pueblo, como la mayoría de militares, sí se preocupó por el bienestar del soldado, no obstante que era hijo de un distinguido general del ejército federal, ese ejército proveniente de un Colegio Militar donde se daban clases de esgrima, de francés y alemán, de etiqueta y buenas maneras, pero también de estrategia, de historia de la guerra y las virtudes militares estaban por encima de cualquier otra cosa, militares educados para dar su vida por la Patria. Aunque luego con las ideas “sociales” se generó tanto desprecio por estamentos diferentes.
Hubo un Secretario de la Defensa que promovió la labor social en los lugares más alejados del país, que fue el primero en actuar luego de los sismos del 85, encabezando los reconocimientos; pero sobre todo, un militar respetado y querido, que amaba a su ejército y más a sus soldados.
Hubo una vez un general querido y respetado, cuyo recuerdo sigue vivo y ningún otro ha podido superar. Su nombre, lo omito por consideración a los que le sucedieron, pero todos los militares saben quien es él y con eso basta.