Por Aurelio Contreras Moreno
En una romería populachera y populista se convirtió el tema de las llamadas candidaturas independientes a cargos de elección popular. Al cierre del plazo legal, el Instituto Nacional Electoral recibió 85 solicitudes para buscar la Presidencia de la República por esa vía, sin mediar postulación por un partido político.
De aquí al próximo 12 de febrero, quienes sean autorizados por la autoridad electoral deberán recabar 866 mil 593 firmas de ciudadanos que los respalden –el uno por ciento de la lista nominal de electores del país-, distribuidos en al menos 17 estados de la República.
Los aspirantes que cumplan con ese requisito, serán registrados formalmente como candidatos independientes a la Presidencia de México. Para el caso del Senado, la Cámara de Diputados y los congresos locales, el procedimiento será el mismo, sólo que el número de firmas solicitado será proporcional a la lista nominal de la demarcación por la que se busque la nominación.
A todas luces, se trata de una misión imposible para un ciudadano común y corriente. Los requisitos establecidos en la ley representan un muro prácticamente infranqueable para quien no cuente con una estructura política, económica y mediática detrás.
No hace falta ser un genio para darse cuenta de que los principales postulantes para candidatos presidenciales “independientes” representan los intereses de grupos políticos completamente identificables: Margarita Zavala Gómez del Campo, hasta hace pocos días panista con más de 30 años de militancia, en los cuales alcanzó puestos de representación popular por la vía plurinominal y fue primera dama del país; Jaime Rodríguez Calderón, mejor conocido como “El Bronco”, ex priista que ganó la gubernatura de Nuevo León sin el apoyo de un partido, pero con el total respaldo de la oligarquía empresarial neoleonesa; Armando Ríos Píter, senador ex perredista; Pedro Ferriz de Con, ex conductor radiofónico que durante su carrera supo acomodarse bien con los gobiernos del PRI y el PAN, hasta que “equivocó el cálculo” con Enrique Peña Nieto.
Ni siquiera la aspirante indígena María de Jesús Patricio Martínez está libre de filiación a un grupo de interés político. Ella es vocera del Concejo Indígena de Gobierno del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Y de los demás, pues no sólo no pintan, sino que algunos se colocaron abiertamente en el terreno de la chunga, con el objetivo de banalizar la competencia electoral con ridiculeces, como un tal Edgar Portillo, cuya “promesa de campaña” es “hacer” que México “gane” el Mundial de Futbol de Qatar 2022.
Lo cierto es que las candidaturas independientes en México no están diseñadas para estar al alcance de todos los ciudadanos, contrario al espíritu original de la demanda social que dio pie a su creación. Fueron hechas como una extensión de la partidocracia en la que los grupos políticos encuentran una válvula de escape en caso de que en sus partidos no les sea abierta la posibilidad de contender.
Y eso es lo que vemos: aspirantes a candidatos sin partido, pero que de independientes no tienen nada, porque representan a grupos políticos que buscan imponer su agenda e intereses jugando en todas las pistas que les permita la legislación electoral.
Ya ni hablar de la estrategia de pulverizar el voto. El mismo viejo sistema aún funciona.
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