Agradezco los comentarios a mi texto “Creo, luego existo”, todos son bien recibidos y apreciados. Hoy, en especial, me voy a referir a los de Francisco Labastida, con mi respetos y aprecio.
Francisco agrega a mi diagnóstico el de nuestra pobreza en la educación: “en México, dice, no solo es de mala calidad, también está sesgada. Se inventaron mitos, no solo para fomentar el ‘nacionalismo’, también para crear alianzas con los sindicatos y propagar versiones falsas de nuestra historia, el día de hoy, agrega, para adoctrinar, no para aprender a aprender. Los jóvenes no leen, no saben hacer las operaciones aritméticas elementales. Ese diagnóstico me lleva a la conclusión que la solución tomará tiempo y requiere mucha decisión, por los intereses de los sindicatos y la falta del capital humano indispensable”.
Coincido con él, nuestro extravío no es mono causal, sino una ensalada de taras, errores, omisiones, cobardías e intereses múltiples, transversales y multidisciplinarios. Hoy quiero referirme al de nuestro corporativismo.
Al igual que nuestro electorerismo, nuestras organizaciones sociales no surgieron silvestres, dispersas y desorganizadas entre sí. Surgieron desde el poder, orgánicas, monolíticas y como instrumentos de control político. De hecho, fueron paridas como sectores dentro de las filas del partido en el poder. Junto con el militar —que así confinaban dentro y bajo égida del partido— se formaron el campesino y el obrero, después vendría, con la urbanización de México, el popular, y, finalmente, el empresarial, que jamás despegó.
El hecho es que las organizaciones obreras y campesinas nacionales no surgieron de la lucha de clases, sino de la decisión e instrumentación de un gobierno que, aplacadas las rebeliones armadas de los jefes militares, urgía por igual de conducir las nuevas expresiones de un México que se adentraba a la normalidad y modernidad, y, por ende, necesitaban ser controladas.
El Partido de la Revolución Mexicana, antecedente del PRI, fue entonces la vía dúctil y amable del arreglo político: cooptación de liderazgos naturales, sindicaturas, diputaciones, senadurías, becas, empleos y gobernaturas; contratos y “búsquedas” varías, como se les decía. Gobernación, por otro lado, era el control férreo: ferrocarrileros, maestros y líderes campesinos lo sufrieron en carne propia. La familia Jaramillo en su conjunto.
Pero ese arreglo dejó de ser funcional en 1968. El diseño del sistema político mexicano sabía negociar con grupos organizados, cooptar o doblar liderazgos; en el peor de los casos encarcelarlos por el delito de disolución social, pero no estaba perfilado para atender a las nuevas expresiones sociales clasemedieras, de suyo desorganizadas, multifacéticas y contradictorias: ni el PRI, ni el gobierno, ni sus instrumentos de control supieron entender, procesar y resolver el conflicto estudiantil. Supieron, sí, aprovecharlo política y sucesoriamente, pero no explicarlo y menos solucionarlo. Pronto he de publicar un libro sobre el tema, ya está en edición.
A partir de entonces, ese sistema político se convirtió en mito, en un enano del tapanco que cada vez espantaba menos y a menos; en un poder avergonzado de sí mismo y espantadizo: incapaz de constricción y, por ende, propicio al chantaje infinito. Un sistema que prefirió mercar legitimidad, funcionalidad y efectividad gubernamental por pactos en lo oscurito, negocios, favores, cuotas de poder y entregas vergonzosas. Fue entonces que se institucionalizó aquello de que lo más barato es el dinero y, después, el poder. Al fin la Hacienda Pública era todavía suficiente para comprar simpatías, apoyos, socios, enemigos, complacencias, extorsionadores, traiciones y concertacesiones. Cuando se acabó el efectivo, se mercaron licitaciones, concesiones, cargos de elección, descentralizadas, empresas del Estado, procuradurías, gubernaturas. Por décadas muchas delegaciones de los sectores central y descentralizado tuvieron dueños y, con ellas, de sus negocios. Esos tiempos, jamás se fueron.
Y fue así que unos y otros, desde los extremos de la geografía ideológica, aprendieron a bailar tango con ese sistema, a extorsionarlo a discreción, a acariciarlo con embeleso, a aprovechar sus debilidades y montar sus corruptelas, a hacer de la política negocio y del negocio política. En su momento señalé el “Pay per view”, o pago por evento, que llevó a ciertos priístas al pináculo del poder como oposición y, con ellos, a toda una cauda de aprendices variopintos que hicieron de lo público negocio privado y estercolero nacional. La estirpe política fue de un priísmo antipriísta pero aún más corrompido que el original.
Y fue por esa vía que se cambiaron los papeles: las organizaciones sociales y políticas, ya no dependían del gobierno y lo que quedaba de su decrépito sistema político, sino que ambos pasaron a depender de aquellas. Zedillo pensó que asegurando prerrogativas públicas incrementales y constitucionales a los partidos iba a atemperar su apetito: sólo lo desbocó hasta la desmesura.
Los sindicatos mexicanos, bestias mercenarias de poder desde su origen corporativista, prestos y anuentes, prestaron su hombro, financiamiento y militantes a todos los partidos en los momentos cruciales de toda elección, para luego, raudos y exigentes, cobrar en el poder del que llegara y llegue.
Con los medios pasó lo mismo: el 68 mostró a éstos lo indispensables que eran para el poder, luego se asumieron como soldados del PRI, al tiempo que lo esquilmaban de todas las formas posibles. Cuando lo político adquirió el pluralismo que siempre debió tener, pasaron a esquilmar a gobiernos, partidos, gobernadores y candidatos por igual.
Muchos todavía creen que el gobierno y el titular de su rama ejecutiva son del todo poderosos, pero frente a ciertos sindicatos llámenosle “patronos”, algunos medios de comunicación, empresarios y políticos del “Pay per View”, estirpes del poder y otros poderes fácticos —hoy, por ejemplo, la facción radicalizada de Morena— y asociados incómodos —Verde, PT, Cuauhtémoc Blanco, Yunes y Murats— son todo menos libres, independientes y poderosos.
Sumémosle a la ecuación la misma dinámica de “apoyo extorsión”, pero ahora desde el crimen organizados y aderecémoslo con sus vasos comunicantes con sindicatos, gobiernos, medios, agencias internacionales y delincuencia global, de cara a la impotencia del Estado—Nación y entenderemos lo que hoy tenemos por eso que llaman transformación de la vida nacional.
Por eso coincido con Francisco Labastida que el diagnóstico y la solución deben ser multidisciplinarios, sistémicos y transversales; que nos habrá de llevar mucho tiempo, que se requieren acuerdos y voluntad políticos, y seriedad y honradez de todas las partes; con el agravante de una acentuada ausencia de capital humano, de vergüenza pública y de compromiso con la verdad.
No, no es cosa de festejar en el Zócalo ni vender frijol del bienestar. Si lo producen. Nuestro extravío es muy superior a su insignificancia personal, histórica y política.