Joel Hernández Santiago
A la mayoría de los muchachos mexicanos de hoy les vale gorro la política y los políticos; de hecho les repudian. Miran a distancia lo que hacen y dicen los hombres del poder y del dinero; no se entienden con ellos, no hay comunicación y tampoco quieren involucrarse en ese espacio público.
El 2 de diciembre de 1972, Salvador Allende, entonces presidente de Chile lo dijo en Guadalajara, México: “Ser joven y no ser revolucionario, es una contradicción hasta biológica”. Lugar común, ya, para referirse a las obligaciones políticas de los jóvenes en todo el mundo…
Allende se refería a la responsabilidad primera de los muchachos para entenderse como revolucionarios: el estudio como punto de partida de la exigencia política y la comprensión social.
Digamos que en lo que se refiere al estudio, en México se cumple; los muchachos que pueden y tienen suerte de acceder a las universidades públicas estudian en su mayoría, a pesar de que el sistema educativo básico y profesional es uno de los más ineficientes, según la OCDE y la ONU.
Muchos jóvenes mexicanos que no pudieron acceder a los estudios profesionales en instituciones públicas buscan alternativas de formación, y cuando no es así, se ocupan de actividades que les permiten subsistir en un sistema de mercado como es el de México.
Los muchachos que sí accedieron a universidades públicas se esmeran en su mayoría; estudian, se forman, adquieren sensibilidad y conocimientos para construir su futuro. Se titulan si pueden, a otros les atrae la vida por otros rumbos; otros más procuran hacer posgrados o carreras alternas.
Pero en la mayoría de los jóvenes mexicanos de hoy predomina el pesimismo por su futuro.
Un estudio reciente del Primer Encuentro Iberoamericano de la Juventud (EIJ) dice que los muchachos mexicanos son de los menos optimistas respecto de su futuro. Los ubica en el lugar 16 de 20 países, siendo los primeros Ecuador, Costa Rica, Nicaragua; y los últimos Guatemala y Brasil.
¿Por qué? En gran medida por el estado de inseguridad que predomina en México; enseguida la falta de empleo para todos, tanto para quienes estudiaron como quienes estudian o no estudiaron. País de puertas cerradas para dar acceso a los muchachos en distintos espacios de la creación, competencia, productividad y salario…
… Políticas públicas a cuentagotas para los jóvenes mexicanos, e incomunicación entre gobierno y jóvenes de 12 a 29 años de edad: no hay conexión entre ambos, en su mayoría.
Y sin embargo los muchachos saben lo que hacen. Y ya comienzan una revolución silenciosa.
Como sin proponérselo han decidido ese rechazo y hasta repudio de los políticos y su política: y esta ya es una forma de revolución.
En una encuesta reciente hecha por un periódico nacional se preguntó a jóvenes –hombres y mujeres- de 12 a 29 años de toda la República respecto de sus importancias vitales:
La primera: la familia; la segunda la escuela –que es decir, su futuro, aun de forma pesimista–, luego el trabajo; la pareja; los amigos; el dinero y al último, muy al último, la religión y la política.
Y visto así, la pregunta que siguió fue sobre su participación política: la respuesta: “sólo cuando es obligación”. A la pregunta ¿Con qué tendencia te identificas?: “No me interesa la política” como respuesta primera y de más alto porcentaje.
Esto es: no se entienden en con la religión y rechazan el estado político del país. Dicen que ‘los políticos son corruptos y que mienten’. Les queda claro lo que ven y se saben fuera del espacio político y de partidos. Se marginan y al mismo tiempo se construyen a su aire y a su modo.
Esto que pareciera una frívola dejadez no es otra cosa que una forma revolucionaria de querer cambiar las cosas. Es una revolución silenciosa de los jóvenes en contra de la decadencia del sistema político mexicano. Es una rebelión en contra de lo que los ha excluido y en contra de la adversidad de la inexistencia de políticas de desarrollo para ellos.
Viven aparte y quieren un mundo distinto, sin la monserga y el estorbo de los políticos, de los partidos políticos y de sus políticas.
Están ahí. Dispuestos, ya, a dar la batalla por su vida y por México. Según la misma encuesta, se sienten profundamente orgullosos de ser mexicanos… a pesar de todo y en contra de todo. Lo que sigue es ver qué harán por su país y cómo. Y eso debería preocuparnos y ocuparnos a todos.