Horizonte de los eventos
Vivimos las consecuencias violentas de los desequilibrios socioeconómicos, producto del desmantelamiento del Estado Revolucionario, que, pese a sus enormes desvíos, hizo derecho positivo los postulados constitucionales de la clase trabajadora.
“Jornal de 8 horas laborales, seis días de trabajo por uno de descanso y 5 pesos de salario” (1906). El lector debe registrar que pese a haber “triunfado” el ideario de la Revolución Mexicana y sofocada la asonada de Huerta, El Chacal, en 1913, con que toda la reacción porfirista quedó sepultada para siempre, pasaron años antes que los postulados se convirtieran en ley vigente y muchos más para que se aplicaran:
Los revolucionarios quedaron al frente de los tres Poderes de la Unión, aun así, las resistencias de los poderes reales, impidieron que se incorporara al texto constitucional (1917, derecho vigente), la exigencia de los mineros de Cananea, de 11 años antes. Y 20 más, para que un patrón, por primera vez en México, aceptara los principios constitucionales en un contrato colectivo de trabajo (se cumpliera: derecho positivo).
Corresponde el honor histórico a Cananea, haber hecho esas demandas, entregar el primer mártir de la Revolución (1906) y también suscribir el primer contrato colectivo de trabajo al que hago referencia (1935). No omitiré decir que, en 1906, simultáneamente a Cananea, todo el país estaba hasta el hartazgo, contra de los abusos de la explotación y como hojarasca seca, listo para arder.
Brincan punzantes dos observaciones: Primero, lo poderosos que son los factores reales de poder y hasta dónde son capaces de resistir al Poder estatuido, impidiendo se elevara a rango constitucional, las demandas de la Revolución, aun triunfando ésta, y que una vez vigentes en la Constitución ¡pasaran otros 20 años! para que se aplicaran en la vida diaria; Y, segundo, las condiciones sociales anteriores a 1910, que llevaron al pueblo de México a levantarse en armas, aun contra tan poderosos enemigos y ofrecer mártires indefensos. Así como los alcances inhumanos de quienes detentaron el Poder y el comportamiento asesino, propiamente, de los extranjeros al frente de la minería nacional.
El Estado Revolucionario logró sortear dichos obstáculos, hizo que se cumplieran los anhelos populares, que armonizó con el sector productivo y el país encontró cauce vigoroso para esa nueva realidad en lo económico, en lo social y cultural. En unas décadas, el país era visto en vías de desarrollo, acariciando la autosuficiencia, alcanzando metas significativas en salud, vivienda, elevando permanentemente los grados de estudios promedio. Alcanzando tasas de crecimiento del 8% por 20 años, durante el período del llamado “desarrollo estabilizador”, constituyó el epítome de aquel Estado, que enfrentó la grave crisis de 1968 y principios de los 70’s, década en que el modelo fue perturbado por el descubrimiento de las grandes reservas de petróleo en México, que justificó la exigencia de la llegada de los economistas a la Presidencia de la República, a través Miguel de la Madrid Hurtado.
Ese desarrollo descansó en varios pilares-candados puestos en la economía, entre los que destaca haber sido una economía cerrada, con una estructura jurídica bien congruente para ello: limitaciones a la inversión extranjera, tanto en la ley específica, como en las adyacentes, la de sociedades mercantiles, en las que limitaba el monto proporcional del capital social a extranjeros, así como que la mayoría corporativa debía ser nacional. Limitó también la propiedad de extranjeros en zonas limítrofes del Territorio Nacional. El monto del capital extranjero en obras y proyectos, siempre debió ser menor al del capital nacional, aunado a controles y regulaciones en todas las áreas de inversión en México.
Asimismo, destaca la intervención dinámica del Estado en la economía, tanto como promotor activo en diversos sectores industriales, abasteciendo en algunos rubros, más del 30% del mercado nacional, con lo cual, las empresas del Estado fueron determinantes en el control de precios, garantizando utilidades razonables a la iniciativa privada. La secretaría de “industria y comercio”, también de “industria paraestatal”, que ejercieron las atribuciones de la actual secretaría de Economía, fue celosa con el Sector Productivo, para que no tuviera manos libres a la hora de fijar los precios finales al consumidor, en “un estira y afloja” negociado y permanente.
La liberalización de la economía fue iniciada por Miguel de la Madrid, al aplicar por primera vez en Iberoamérica el neoliberalismo (1982), para integrar a México al mercado mundial (de EEUU, realmente), quitó los candados que el régimen revolucionario estableció para regular los desequilibrios del ingreso, que genera el capitalismo, que controlaba la avaricia de los dueños del dinero.
Los derechos sociales contenidos en nuestra avanzada Ley Federal del Trabajo, también fueron revocados poco a poco, de la misma forma que fue relegado el protagonismo de los sindicatos, actores y muros de carga del régimen revolucionario-priista, que inició así, su desmantelamiento definitivo.
A 40 años cumplidos, de aquel diciembre que MMH, “constitucionalista”, reformó la Constitución, implantando la “Rectoría Única del Estado”, que redujo las áreas de intervención del Estado a un 30% de las actividades en las que intervenía, haciendo la “Reconversión Industrial”, que dio pie al “adelgazamiento del Estado”, que significó vender las industrias paraestatales (con lo que el Estado dejó de participar en la satisfacción de la demanda del mercado) y quedó imposibilitado para regular los precios.
También reformó la legislación financiera de inversión extranjera, quedando el Estado mexicano (en 1982), como todos los Estados que accedieron al Liberalismo democrático del “Estado Gendarme” dos siglos antes (1789), en los que las leyes del mercado, propiciaron riquezas sustentadas fundamentalmente -y como en la Edad Media-, en una explotación desmedida de la mano de obra, por parte de nacionales y extranjeros, tal como México vivió hasta 1911, en la dictadura de Porfirio Díaz: Así quedó, y para peor cada vez.
Se inició así un proceso que nos ha llevado de nueva cuenta a la situación de 1906: más de 12 horas de trabajo, sueldo insuficiente para la canasta básica y SIN DERECHO A HUELGA. Pero tampoco existe seguridad social, que fue preocupación fundamental del gobierno revolucionario. El 65% de la población carece de servicios médicos. El IMSS, al igual que el ISSSTE, han dejado de ser la garantía de salud que alguna vez fueron y que fue el propósito de su existencia.
La economía informal, llamada así porque vive y se desarrolla al margen de las instituciones formales, toda vez que no esta registrada, no paga impuestos ni otorga prestaciones legales a sus trabajadores, quienes no tienen ningún tipo de garantía por su trabajo, tal como fue el estatus de la SERVIDUMBRE de la Edad Media y de la Colonia en la Nueva España.
Es grave, gravísimo. En Europa, fue hasta el Código Napoleónico, que reguló contractualmente, POR PRIMERA VEZ, la relación laboral. A los estudiantes de derecho, de los 80’as. inclusive, que veíamos el derecho laboral como una muestra de México al mundo, sobre cómo proteger a la Clase Trabajadora, que ya era una cultura aceptada por los patrones, prestaciones y todo lo mandatado en la ley, nos parecía demasiado elemental reducir la relación laboral al marco de lo civil y los maestros nos destacaban que YA ERA POR ESCRITO LA RELACIÓN LABORAL Y NO DE HECHO, COMO HASTA ENTONCES (¡!).
Hoy en día, el presidente acepta como empleo (aunque no encuadra en el definido por la Constitución), el trabajo que devenga en la economía informal, lo considera y lo suma para integrar nuestra Población Económicamente Activa (PEA), cuando no alcanzan el logro mínimo de una relación contractual y mucho menos beneficios, también derechos en la ley (que no se aplican): jornada máxima de trabajo, salario mínimo, tantos días a la semana, vacaciones, reparto de utilidades, de embarazo, etc.
Al contrario, nos anuncia que tenemos empleo pleno (¡!). En tanto, las condiciones nacionales verifican de nuevo, las prevalecientes en el México pre revolucionario, más allá de los indicadores económicos, en las condiciones sociales, cada vez más desintegradas, culturales, cuyo alcance y posibilidad se atomizan, de educación, con un analfabetismo creciente, en la salud, con la reaparición de enfermedades ya desterradas, con un Estado con un vigor reducido, cuya incapacidad se palpa en la inseguridad y cuyo imperio, en lo físico, no alcanza ni la mitad del Territorio Nacional: Pregunto ¿Somos conscientes del lugar en donde estamos?
Queridos lectores, estamos en LA ANTESALA DE LA HOJARASCA SECA.