EL SONIDO Y LA FURIA
MARTÍN CASILLAS DE ALBA
La maja desnuda pintada por Goya entre 1797 y 1800.
Ciudad de México, sábado 29 de febrero, 2020. – La maja y el ruiseñor es una pieza de Enrique Granados, parte de Goyescas escrita originalmente para piano (1911) y, luego, convertida en ópera (1915). Es una de las piezas más populares de este compositor español que, por fortuna escuchamos el domingo pasado en la Sala Carlos Chávez de la UNAM con Arturo Uruchurtu al piano. La interpretación fue inesperada, fuera del programa, por eso, estuve atento a la cadena de eventos que se despliegan cuando algo imprevisto sucede como en la vida misma.
Muñoz Molina dijo a propósito de La vista de Delft de Vermeer, que “lo infernal no desaparece, pero, la belleza nos ofrece sustento y consuelo”. Convencido de esta propuesta, decidimos ir al concierto de piano el domingo por la tarde para quedar cautivados por la pieza de Granados que, en verdad, ofreció “sustento y consuelo”.
Después de esa interpretación, el azar, relacionado con la música de Granados se hizo presente: cuando llegamos a casa estaban pasando en Film&Arts la vida de Granados (1867-1916). De esta manera lo inesperado se concatenó con el azar “el más meticuloso y exigente de los notarios”, como decía Félix Pita Rodríguez en el Elogio a Marco Polo.
En ese programa nos enteramos del amor que Granados le tenía a la obra de Goya, tal como se le dijo a su amigo Joaquim Malats: “de su psicología y de su paleta, por tanto, de su maja (desnuda), señora; de su majo aristocrático de él y de la duquesa de Alba; de sus pendencias, de sus amores, de sus requiebros… aquellos cuerpos de cintura cimbreante, manos de nácar posadas sobre azabaches; me han trastornado, Joaquim. En fin, tu verás si mi música suena al color de aquel.”
La pieza La maja y el ruiseñor está dedicada a Amparo, su esposa, en donde narra musicalmente hablando, la historia de una muchacha, maja, que le canta a un ruiseñor que casi al final le responde –como el que vendrá a visitarme ahora en primavera–, antes de irse volando.
Resulta que, con esa pieza se inspiró Consuelo Velásquez (nacida en Zapotlán el Grande) para componer su famosísimo Bésame mucho –les sugiero que lo tararen antes de escuchar la versión de Alicia de Larrocha en YouTube, para que reconozcan los acordes y la melodía dónde se pudo haber inspirado Consuelito.
Lo que cantan en la ópera viene de una cancioncita que Granados escuchó cuando la cantaba una chica en Valencia:
Una tarde que me hallaba
en mi jardín divertida,
oí una voz dolorida
que un pajarillo cantaba.
Y como a mi me gustaba
del pajarillo la voz,
seguí su paso veloz
oí que estaba cantando:
Ay!, y en el árbol del Amor.
Granados, acompañado por su mujer, regresan de Nueva York en marzo de 1916, en plena Guerra Mundial (1914-1918). Había logrado un éxito sin precedentes con la ópera Goyescas en el Metropolitan Opera House y estaba feliz de saber que ahora podría vivir más desahogados, pero, el destino, como ya sabemos, muchas veces lleva a cabo otras cosas: después de haber tomado el trasatlántico llegaron a Inglaterra donde toman el transbordador Sussex rumbo a Dieppe, Francia. Cruzando el Canal de la Mancha, un submarino alemán disparó un torpedo que dio en el barco. Los Granados no le hicieron caso al Capitán que aseguraba a gritos que el barco no se hundiría; pero ellos, desesperados, se lanzaron al agua para morir ahogados, tal como lo había presentido antes de ese viaje el compositor.
El lamento es algo íntimo, sobre todo si la maja está perturbada por ciertos augurios hasta que, de pronto, escucha el trino de un ruiseñor, insistente y rápido, antes que vuele y desaparezca.
La tarde del domingo fue completa: la belleza de la pieza de Granados que escuchamos inesperadamente, se completó con otros eventos que nos permitieron confirmar, una vez más, que la belleza, entre el azar y lo inesperado, efectivamente puede ofrecernos sustento y consuelo.