Luis Farías Mackey
¿Será que alguna vez pisamos el camino correcto y lo extraviamos o abandonamos? De ser así, ¿cuándo y cómo? ¿O será que siempre hemos avanzado a ciegas, sin rumbo ni destino, enajenados y delirantes?
A veces pienso que desde siempre pusimos la carreta frente a los bueyes. Algo muy propio de nuestra inclinación a negarnos y denigrarnos, prefiriendo ser algo más y diferente, un ideal maltrecho como los fracs de Juárez y de Díaz.
Me retrotraigo a 1976 y aquella campaña en solitario con un cierre de sexenio polarizado, un presidente extraviado entre revisar personalmente los pupitres de las escuelas primarias rurales y salvar al Tercer Mundo, con una economía que experimentaba sus primeros estertores, una candidatura no sólo hegemónica, sino única que, además, se saltaba -dejaba fuera de la jugada y desechaba- a una generación completa por primera vez desde la Revolución. Recordemos que entre Echeverría y López Portillo, por un lado, y De la Madrid, del otro, la generación de Moya, Ojeda y tantos otros se perdió entre el “Arriba y Adelante” y “La solución somos todos”.
López Portillo, sin embargo, supo leer bien su circunstancia: México urgía de una verdadera apertura política y tenía al mejor hombre para ello: Reyes Heroles. La reforma era más que urgente, pero una cosa es el apremio y otra la aquiescencia, no es lo mismo reconocer la necesidad y otra obligarse para con ella. Y creo fue en esa tensión entre lo necesario y lo admisible que vestimos el frac de una democracia moderna con calzones de manta.
Hijos al fin y al cabo del corporativismo cardenista, los demócratas en el PRI -que siempre los hubo, aunque no se crea- optaron por la comodidad de un arreglo cupular entre partidos, movimientos y corrientes, por sobre la forja de ciudadanía. Era más fácil sentar y negociar con los panistas, ellos mismos en crisis interna, y sacar de sus catacumbas y rivalidades de siempre a los comunistas, que reconocer el deficit ciudadano e intentar caminos jamás transitados, más aún desde un poder que cargaba sobre sí un 68 no resuelto, grupos guerrilleros en boga, una economía endeble y una desigualdad endémica y creciente.
Tal vez algún día conozcamos de los detalles que llevaron finalmente a Reyes Heroles a renunciar a Gobernación, hoy lo que conocemos es que las urgencias de una administración y burocracia especializadas y ávidas de poder, desplazaron la sabia paciencia de lo político y -quiero suponer- truncaron en buena parte su visión de reforma política. El hecho es que nuestra apertura a la democracia se hizo con los partidos, por los partidos y para los partidos. Tal vez aquellos hombres pensaron cándidamente que las estructuras partidistas tenían en su naturaleza la vocación formativa de ciudadanía, pero, en México al menos, no ha sido así, para ellas y sus dirigencias los ciudadanos son botín, objeto de control político y audiencia necesaria para el culto , el espectáculo y las palpitaciones tiránicas de todo espíritu pequeño.
Y claro, en nuestra proverbial fuga hacia adelante, diseñaron entonces una democracia para ciudadanos completos de jure, pero minusválidos de facto. Sí, representación proporcional, pero con dominante de mayoría relativa; sistema de partidos, pero con control electoral de Estado, pluripartismo acotado y partidos rémoras en contrapeso de los no alineados. Pareciera que la negociación fue para con el PRI, cuánto poder estás dispuesto a compartir sin peder hegemonía; con el PAN, cuánto espacio de poder crees merecer y aceptas pelear con unas izquierdas que siempre se habían negado al juego democrático y les habían, por igual, negado su derecho de admisión. Con ellas, las izquierdas, la negociación era si se abrían al juego y a los tiempos de la democracias o se obstinaban a seguir jugando el todo por el todo por la vía de los hechos. En su seno, como sea, pululaban apetitos de poder fáciles de cooptar y corromper, ambiciones desmedidas similares y tal vez mayores a las del propio PRI, como la de Pablo Gómez que hizo de ser oposición no sólo un personaje y un papel, sino un modus vivendi y un feudo familiar. Un poco más tarde llegaría el financiamiento público a los partidos políticos, lo que mezcló la búsqueda del poder con el manejo de los dinero, su manejo y financiamiento y, claro, con sus señores y sus rémoras.
La prueba más cercana la tenemos hoy, cuando las instituciones de la democracia nacional están bajo acecho desde el poder -y no sólo las de la democracia, pregunten si no a Piña y a Laynes- ha sido harto azaroso enderezar una defensa ciudadana y mantenerla en pie de guerra, porque esas tareas eran propias de las dirigencias partidistas. ¿Dónde están los nuevos liderazgos ciudadanos que debieron surgir en esta ya larga defensa de las instituciones democráticas? Haciéndole un grave daño a ellas, enarbolaron primero a Córdoba y a Murayama que, al hacerlo, solo engrosaron las sospechas y argumentos enderezados desde el poder en contra el INE y sus personas. Hoy el INE en el imaginario nacional son ellos. Cuando en unos días se vayan, sin ellos, el INE simplemente se va a difuminar y con sus nuevos personeros quién de los que ahora lo defiende lo hará, si ya no están allí Córdoba y Murayama, como si en ellos solos radicara su consistencia y valor institucional y democrático. No demérito su valor y coraje, pero creo que jugaron el papel que López, conociéndolos bien, supo jugarían para él, aún en contra de él.
Para la marcha de noviembre desempolvaron a Woldenberg y su ganado prestigio, pero ni ellos fueron suficientes para darle aliento al movimiento y terminó opacado por la siempre inoportuna y oportunista presencia de personajes como Fox, Elba Esther, Creel y Alito que fueron hábilmente utilizados en la mañanera presidencial para desprestigiar a millones de mexicanos en todo el País. Ahora, para la concentración de febrero aprovecharon la consistencia jurídica de Cossío y la rijosidad de Beatriz Páges, ambos opados por el protagonismo mitinero de Belauzarán. Cossío habló a la Corte, Páges a López. No demérito tampoco la acción ciudadana, pero la pregunta prevalece: ¿dónde están los nuevos liderazgos ciudadanos?
¿Por qué los jóvenes no están interesados en política, por qué las agendas son sobre causas de identidad y derechos personales en detrimento de la cosa pública; por qué los partidos se secan y momifican ante nuestros ojos y, sin embargo, seguimos esperando de ellos frutos que nunca dieron, alianzas que nunca honraron, ciudadanos que jamás forjaron en defensa de su control y supervivencia?
¿Por qué nos es tan fácil embaucarnos en una discusión sobre corcholatas o tapados, pero rehuimos a discutir aquellos temas que afectan nuestra vida diaria, cercenan nuestro futuro y amenazan el de nuestros hijos?
La verdad es que diseñamos democracia y partidos para ciudadanos de tiempo completo y lo que tenemos son ciudadanos de urna y sólo cada tres años; de café y, cuando mucho, likes; que, además, han sido convertidos por los partidos políticos en adictos a la política espectáculo y a la democracia pay per view: pago por evento, sea por asistir a un mitin, por votar o por no votar, o por marchar o por quemar judas politizados en la Plaza de la Constitución, o por aprobar una ley.
¿Será que a nadie le interesa la política ni el País, o que nuestros intereses particulares siempre están por delante a los de México?
En fin, conformémonos con vestirnos de verde cuando juega a perder la selección o a cantar el Cielito Lindo cuando en el extranjero nos entra la nostalgia y nos ganan los tequilas.
Nuestro problema es que hasta esa ciudadanía de ocasión y postín está en camino a la extinción. Pronto de nuestra partidemocracia solo quedarán recuerdos deformados por la historia oficial de panfleto marca Marx Arriaga.
El hubiera no existe, lo que sí sabemos es que cuando la historia nos dio la oportunidad de ser ciudadanos y hacer democracia, optamos por ser militantes y clientelas y vivir la democracia desde la comodidad de nuestra casa a trasmano de los partidos, mientras duraron.