Rúbrica
Por Aurelio Contreras Moreno
Casi sin asomo de duda se puede afirmar que si las elecciones presidenciales fueran hoy, Morena las ganaría sin problema, independientemente de quien fuese la o el candidato.
Y no porque los aspirantes conocidos representen grandes opciones para el país, ni porque Morena gobierne bien. Es totalmente claro que son dos los factores que influyen en esta tendencia. Y uno especialmente.
Por un lado, la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador, de la cual depende completamente todo el régimen que arribó al poder en 2018. Sin su figura, la gran mayoría de quienes hoy ocupan gubernaturas, alcaldías, senadurías y diputaciones simplemente jamás habría soñado siquiera con llegar a esas posiciones.
López Obrador fue el catalizador del descontento social por la violencia y la corrupción de los sexenios anteriores. Y a pesar de proponer un discurso simplista y limitado sobre la manera de combatir ambos problemas, encontró un campo fértil en una sociedad hastiada y decepcionada, que decidió en su mayoría darle una oportunidad a una opción que se presentaba como de izquierda, progresista y de algún modo “justiciera” y “honesta”.
Cuatro años después han demostrado ser todo lo contrario de lo que decían ser. La violencia es mucho mayor que en los sexenios de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, la pobreza ha aumentado –todo ello soportado con cifras oficiales del propio gobierno-, los servicios de la administración pública son cada vez más deficientes, la inflación azota a la economía familiar y la corrupción de la nueva-vieja clase política es monumental. Por mencionar solo algunos rubros.
Sin embargo y a pesar de lo anterior, la popularidad del presidente es tan alta como al principio del sexenio y su partido tiene amplias posibilidades de mantenerse en el poder. Y eso nos lleva al segundo factor.
El reparto de dinero a diversos sectores sociales a través de los “programas sociales” clientelares del gobierno ha logrado que una buena parte de la sociedad, la que es beneficiada directa o indirectamente, cierre los ojos y hasta le “perdone” al régimen sus múltiples yerros y corruptelas, sin quererse enterar de todo lo que se ha destruido para sacar el dinero que se anuncia como “apoyo de López Obrador”, como si lo pusiera de su bolsa y no de los impuestos de todos los contribuyentes.
Esta suerte de coacción social masiva no ha encontrado ninguna respuesta coherente desde los partidos y movimientos opositores al lopezobradorismo. De la estridencia a la histeria, ninguna iniciativa ha logrado realmente hacer mella en un gobierno-movimiento-secta que tampoco tiene logros reales que presumir –más que un aeropuerto sin vuelos, una refinería que no produce gasolina y un tren que devasta el ecosistema del sureste mexicano-, pero que con el carisma de su líder y el dinero que reparte –mientras haya de dónde sacarlo- le alcanza para mantener una delantera en las tendencias electorales que se ve difícil –no imposible- que pierda.
La oposición política y los sectores de la sociedad civil lo más que han logrado articular ha sido la defensa del árbitro electoral para evitar que se lo engulla el régimen.
Y aunque lograron una convocatoria destacable, finalmente se quedó en un esfuerzo de coyuntura, que no trasciende al nivel de una propuesta de gobierno que signifique una alternativa con posibilidad de competir contra la maquinaria del gobierno, que sin pudor opera electoralmente en favor de Morena desviando recursos para ese fin. La especialidad de la casa.
¿Esto quiere decir que habría que darse por vencido y resignarse a que el morenato se perpetúe en el poder, como la continuación histórica del priismo hegemónico que dominó autoritariamente durante el siglo XX? Sin duda que no. Pero la atención debe concentrarse, además de en el Ejecutivo, en la renovación del Poder Legislativo.
La elección de 2021 dejó en claro que México es un país plural y diverso política e ideológicamente. Y también demostró que Morena no es imbatible y que el equilibrio de fuerzas en el Congreso es fundamental para evitar que el país dependa por entero de los caprichos y delirios sexenales.
El lopezobradorismo es lo que es porque en 2018 el electorado que votó en su favor le entregó todo el poder, dándole la Presidencia y la mayoría en las cámaras de diputados y senadores. Si Morena gana la Presidencia en 2024 pero no el Congreso de la Unión, la historia sería muy distinta a la del actual sexenio, pues quien llegue se vería obligado a negociar con todos.
Justo lo que hoy se niegan a hacer, envalentonados y ensoberbecidos por unas supuestas imbatibilidad y unanimidad que ya se demostró no son tales. Pero en la oposición no parecen darse cuenta de ello y siguen ocupándose de simplemente no extinguirse.
La clave está en el Congreso. ¿Será tan difícil de ver?
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