* Cuando Spota y Maldonado dieron rienda suelta a su imaginación, la narco política ni siquiera era un mal sueño; la idea de sumar en 12 años de gobiernos civiles un cuarto de millón de muertes violentas, o un poco más, rebasaba cualquier fantasía; los miles de desaparecidos, la trata, la extorsión, las fosas clandestinas, no cabían en nuestro registro histórico
Para Amparo y Gloria
Gregorio Ortega Molina
EPN dejará México peor que los establos de Augías. Repetir la dosis del voto del miedo dejó de ser estrategia electoral, ahora es estupidez política. Si en 2006 los agraviados bloquearon Reforma y dividieron al país con mentadas y resorteras, hoy cientos de miles de mexicanos están sobre armados; además de los particulares, las policías comunitarias, las autodefensas, los movimientos guerrilleros y la delincuencia organizada.
A caballo sobre la hipocresía y la desinformación, el presidente constitucional de México y su candidato, José Antonio Meade, transforman la contienda política en una guerra de odio. Atizan el descontento, el rencor social, el agravio; fomentan la posibilidad de escalar la división de los mexicanos para confrontarlos en una contienda civil.
Tengo frescos en la memoria los finales de dos novelas. Luis Spota, en La víspera del trueno, concluye: “Tampoco permitieron los censores informar que en cientos de muros de la metrópoli estaban apareciendo pintas en las que es exhortaba al pueblo a combatir a los insurrectos y a levantar barricadas para la resistencia. Pese al toque de queda, y a la rigurosa vigilancia, después de la medianoche aparecieron sobre la fachada de piedra oscura del Palacio Nacional las grandes letras blancas de una leyenda que nadie acertaba a explicarse cómo pudo ser escrita allí, casi a la vista de los centinelas: EL
REMEDIO ¿PEOR QUE LA ENFERMEDAD?”
Víctor Alfonso Maldonado, quien obtuvo el premio primera novela de Plaza y Valdés con La noche de San Bernabé, en el párrafo final, en el paroxismo del descenso de los precaristas y muertos de hambre desde el Cerro del Judío hacia San Jerónimo y Periférico, narra lo siguiente:
Anguiano hizo girar la torrecilla de su carro de asalto y el cañón de 30 milímetros, que desde su posición aparecía amenazador, interminable, con un ruido seco de ajuste perfecto terminó su traslación, para quedar apuntando hacia el centro de las Galerías.
Levantó su espadín dispuesto a dar la orden de abrir fuego. Reflexionó una última vez. Dudó. Un ruido extraño, metálico, llamó su atención, a la vez por el rabillo del ojo percibía un movimiento inesperado.
Volteó a su izquierda.
La ametralladora del otro blindado le estaba apuntando al pecho…
Presupone el narrador, y quizá presupone bien, que es muy posible que los juanes decidan defender al pueblo por sobre la disciplina debida a los superiores. Imposible saberlo, pero ¿para qué lo averiguamos? Hacerlo me recordaría un cuento de Horacio Quiroga, porque no se trata de jalarle los bigotes al tigre, sino de joderle los testículos.
Cuando Spota y Maldonado dieron rienda suelta a su imaginación, la narco política ni siquiera era un mal sueño; la idea de sumar en 12 años de gobiernos civiles un cuarto de millón de muertes violentas, o un poco más, rebasaba cualquier fantasía; los miles de desaparecidos, la trata, la extorsión, las fosas clandestinas, no cabían en nuestro registro histórico; la desaparición del proyecto de país surgido de la Revolución, ni pensarlo…, pero hoy, la mala idea de un golpe de Estado o la militarización del gobierno, ronda las cabezas de todos los que comparten el poder económico y el político.
Obvio que nadie sabe lo que ocurrirá la mañana del 2 de julio, pero quienes mandan y quienes aspiran a mandar, sí pueden saber, y de cierto saben, qué es lo que no debe suceder después de las elecciones, porque el tobogán de violencia y muerte por motivarlo unas elecciones de odio, nadie lo detiene.
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