* Si se procede a revisar la nómina de los funcionarios públicos locales y federales, se descubrirá que desarrollaron un innato cuerpo de familia, donde los apellidos se identifican con hijos, primos, tíos, hermanos. Era obvio que así sucediera, pues la exigencia de la lealtad a toda prueba sólo puede garantizarse (con sus bemoles) como virtud familiar, porque las traiciones en ese entorno suelen ser cruentas
Gregorio Ortega Molina
Durante el sexenio de Miguel de la Madrid Hurtado, un grupo de amigos competíamos por haber leído temprano, muy temprano, el artículo de Lorenzo Meyer. Incluso lo bautizamos con un apodo adecuado a su trabajo: la pluma de vomitar del presidente de la República.
Sé de muy buena fuente que el entonces titular del Ejecutivo hacía berrinche con la lectura de esos textos, y se desahogaba con el colaborador a la mano, pero de ahí nunca pasó. El caso de Manuel Buendía no puede cargarse a su cuenta, corresponde a lo que queda de ética y conciencia de Manuel Bartlett Díaz, a quien José Antonio Zorrilla Pérez respondió como leal escudero. Supongo que Ignacio Morales Lechuga lo sabe bien.
Pero algo ocurrió con Lorenzo Meyer, pues de ser un crítico metódico y sistemático de los errores de su presente anterior, hoy se sirve de su conocimiento del pasado político para atrincherarse profesional e ideológicamente, en esos procederes políticos y administrativos de los que siempre se alejó, de los que abominó.
Supongo que Lorenzo Mauricio Meyer Falcón cumple hoy idéntica función a la que asignaron a Pablo Daniel Taddei Arriola como director fundador de Litio-Mex. Es el fusible de control de Guadalupe Taddei, y ese papel también le es asignado a Lorenzo Meyer, quien debe ser puntual en el cuidado de la chuleta de su pipiolo, por más desaguisados que cometa en su desempeño administrativo y político, sobre todo ahora que quienes gobiernan decidieron anclarse a un pasado que debió superarse hace muchos sexenios, pero permanece como fuerza cohesionadora de los verdaderos usos y costumbres del quehacer político en México. El poder dejó de ser un oficio y un desafío a la inteligencia, para desempeñarse como mero trámite.
Si se procede a revisar la nómina de los funcionarios públicos locales y federales, se descubrirá que desarrollaron un innato cuerpo de familia, donde los apellidos se identifican con hijos, primos, tíos, hermanos, sobrinos, comenzando por Andrés Manuel Andy López Beltrán, y no cesará nuestra asombro con los Taddei en Sonora, los López en Tabasco, los Monreal en Zacatecas… Administrar al país se convierte en un negocio de familia.
Era obvio que así sucediera, pues la exigencia de la lealtad a toda prueba sólo puede garantizarse (con sus bemoles) como virtud familiar, porque las traiciones en ese entorno suelen ser cruentas.
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