* Es cierto, ayer es el hoy constante, el presente es un anticipado futuro que, de una u otra forma nos remite al día anterior, tan simple como que somos producto de nuestra historia, personal, familiar y social
Gregorio Ortega Molina
Las palabras carecen de pasado, lo escuchado ayer fue dicho hoy, y lo oiremos mañana. Lo mismo sucede con los textos. Los hay que perduran, otros se olvidan, pero regresan al presente y se proyectan al futuro en el momento que la historia personal o la construcción colectiva de la patria lo requieren.
¿Podemos desdecirnos de lo que aseveramos, de lo asegurado en contra de la razón, a pesar de nuestros sentimientos íntimos, más que personales? La palabra dada no tiene regreso, las promesas -sean políticas, de amor o financieras- tienen consecuencias, una vez cumplidas, o no. “Te doy mi palabra de hombre”, solía decirse ante el amigo, la mujer, los hijos adultos. ¿Cuál es la de la mujer, hay equivalente?
Supongo que entre las féminas es sencillo asumir el compromiso. Con un “te lo prometo” les es suficiente para saber que ha de tenerse confianza en lo que ofrecen, dicen, aseguran. Sin embargo, en hombres y mujeres parece haber desaparecido esa figura del compromiso por la palabra, el de la palabra dada, como si fuera estrecharse las manos como lo hicieron los comerciantes y especuladores durante mucho tiempo, sin importar los documentos firmados. Era, pues -insisto-, la importancia de la palabra dada.
Leo las Memorias de Joseph Fouché. En ellas intenta dejar constancia de lo acordado entre el Primer Cónsul, primero, y el Emperador, después. Los compromisos asumidos son de palabra, nada hay que deje constancia de que así fue, sólo lo escrito por su ministro de seguridad, su perro guardián. La otra versión estará en el Memorial de Santa Elena, que en su tiempo estudiaremos, tan solo para constar que ayer es hoy.
La historia es una repetición incesante de nuestras debilidades humanas, de las que se deja constancia por la palabra. Homero es el verbo de lo que repetimos, y la Biblia, que es primero una transmisión oral en la que la divinidad se dirige a los profetas en sueños o desde la zarza ardiente, después se convierte en un Evangelio que se esfuerza por recordarnos nuestro presente y posible futuro.
Es cierto, ayer es el hoy constante, el presente es un anticipado futuro que, de una u otra forma nos remite al día anterior, tan simple como que somos producto de nuestra historia, personal, familiar y social.
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