* Si el Concilio Vaticano II intentó ser una respuesta que todavía no es completa, y fue el detonante del aviso de los cambios, 1968 debió advertirnos que las sociedades deseaban algo más que lo recibido hasta entonces -y también hasta hoy-; si no mayor participación, sí más satisfactores, mejores condiciones de vida, educación, salud empleo, para lograr un bien morir
Gregorio Ortega Molina
Es momento de hacer un alto y evaluar hacia dónde encaminamos a las sociedades, o preguntarnos cómo es que permitimos que gobiernos, poderes económicos, el narcotráfico y la pandemia nos descolocaran, para guiarnos a un cambio en la conceptualización de los paradigmas fundamentales, esos que nos convierten en humanos.
Vayamos a las señales que debieron advertirnos de las inquietudes y el resentimiento causado por las necesidades siempre insatisfechas. ¿Qué motivó a Juan XXIII a convocar al Concilio Vaticano II? Supo que algo se movía en el espíritu de los fieles, pero los prelados -en su lenguaje más críptico que espiritual- no fueron lo suficientemente claros como para que desde los días de su conclusión comprendiéramos que el mundo empezaba a dejar de ser lo que fue.
No soy historiador de las religiones, pero por la respuesta de cierto sector de la Iglesia vaticana al Concilio -cuya mayor notoriedad alcanzó con la actividad de monseñor Marcel Lefebvre en Francia-, supongo que el fundamentalismo católico o cristiano surgió antes que el islámico. Desapareció el latín del rito y de los oficios, y el celebrante dejó de dar la espalda al pueblo, para verlo de frente y solicitar, con humildad, la transubstanciación frente a ellos. Empezamos a poder ser testigos de cómo funciona el misterio. La incineración dejó de ser mal vista y aparecieron los primeros signos para considerar la muerte asistida como ayuda para salvaguardar la fe. Tanto de los que se van, como de los que permanecen fieles a la tierra.
El poder espiritual inició su transformación antes que las diversas manifestaciones de los poderes terrenales, que son herméticos, oscuros, crueles, sangrientos, y sólo se abren cuando la sociedad los cuestiona, como cuando se celebran sesiones de los comités senatoriales de Estados Unidos, con el propósito de esclarecer abusos y/o toma de decisiones.
Si el Concilio Vaticano II intentó ser una respuesta que todavía no es completa, y fue el detonante del aviso de los cambios, 1968 debió advertirnos que las sociedades deseaban algo más que lo recibido hasta entonces -y también hasta hoy-; si no mayor participación, sí más satisfactores, mejores condiciones de vida, educación, salud empleo, para lograr un bien morir.
“Está prohibido prohibir” no es un grafiti hueco y sin sentido, su significado permanece vivo. También está claro que las libertades que se reclamaron entonces y todavía se exigen ahora, pueden cederse junto con ese cúmulo de responsabilidades que significa disfrutar de ellas.
También durante esa década sucedieron hechos que son indicadores claros de que el mundo se transforma sin pedir permiso, porque efectivamente está prohibido prohibir. Me refiero a la lucha por los derechos civiles, al asesinato de Martin Luther King, al claro anuncio de que Estados Unidos perdería la guerra en Vietnam, y la derrota de Francia en Argelia y la de lo que fue la URSS en la carrera espacial.
En este contexto se redimensionan las pugnas ideológicas. Pasaron a segundo plano. Ernesto “Che” Guevara fue el último ícono de la guerrilla y las revoluciones en América Latina. Es significativo el nombre del lugar donde fue derrotado en Bolivia: La Quebrada.
Seguramente hubo muchos avisos, pero serían menores; es a partir de esa década que debió iniciarse la reflexión en torno a los valores éticos y morales que hemos considerado inmarcesibles, pero que perdieron significado y no se han reconceptualizado. ¿Se puede?
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En Medida por medida, de William Shakespeare, leemos en su diálogo inicial.
Duque. – Pretender descubriros los principios de gobierno parecería por mi parte pura afectación y pura charlatanería, puesto que he tenido motivos para conocer que todas las instrucciones que podría daros mi autoridad quedaría muy por debajo de vuestra propia ciencia. No me queda, pues, sino remitir mi poder a vuestra capacidad, y dejar a vuestra virtud el cuidado de hacerles obrar de acuerdo. En cuanto al carácter de nuestro pueblo, a las instituciones de nuestra ciudad, a las formas de nuestro derecho común, poseéis de ello una información tan completa como el arte y la práctica hayan podido dar nunca al hombre de quien guardemos mejor recuerdo…
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