* Abrir la puerta a las delaciones, la colaboración y/o el colaboracionismo, es ceder el espacio de las reglas del juego jurisdiccionales al caos y al sálvese el que pueda, porque entraremos a un período en el que para permanecer en el puesto de la manteca (dixit Ricardo Garibay) todo estará permitido
Gregorio Ortega Molina
Me gustaría tener la oportunidad de preguntar a Judas acerca del epíteto que prefiere para que nos refiramos a él: ¿delator o colaborador? E insisto en epíteto, porque en términos políticos, de lealtad, afecto y amistad, ninguna de las dos palabras da para más.
Ambas están a la moda. Políticos y analistas de toda laya las usan para referirse a la condición judicial y jurídica de Emilio Lozoya Austin. Para puntualizar, es preciso asentar mi opinión: cuando Judas extendió la mano para recibir 30 monedas, adquirió de inmediato la condición de delator, que implícita lleva la traición, por ser de los cercanos al Maestro.
El colaborador o colaboracionista está más próximo a los asuntos de corrupción política, ya sea ésta pecuniaria, ideológica o por manera de ser, carácter, incluso debida a la debilidad adquirida durante la formación recibida en el hogar.
Norberto Bobbio y Nicola Matteucci recuperan con exactitud lo que implica ser colaborador, colaboracionista. Dice la entrada del Diccionario de política: Colaboracionismo. – “Actividad de colaboración con un Estado enemigo e invasor o con una clase social adversaria.
La acusación de colaboracionista fue dirigida en Italia por la corriente de izquierda del PSI contra aquellos parlamentarios, capitaneados por Turati, que se declaraban dispuestos a una participación de los socialistas en el gobierno. Un ejemplo clamoroso de este tipo de colaboracionismo lo da la actitud asumida por los diputados del SPD (Partido Socialista Alemán) el 4 de julio de 1914, con motivo de la votación para el financiamiento de los créditos de guerra. Por medio de esta decisión, el SPD inauguraba una política de colaboración con las fuerzas más reaccionarias del militarismo prusiano que habrían de llevar a las grandes masacres de la Primera Guerra Mundial y que, visto en perspectiva, favorecieron el advenimiento del nazismo.
El término colaboracionista se volverá común en la segunda posguerra…”.
En lo aportado por el Diccionario de política constatamos que la condición del PRI es absolutamente clara… son colaboracionistas y, además, traidores a lo que fue el mejor proyecto de nación que jamás se haya construido para México. El de la Revolución. Ellos lo traicionaron, sepultaron y rompieron la lápida que pudo haber tenido. Los despojos se los repartieron los carroñeros políticos.
Emilio Lozoya Austin no tiene escapatoria. A estas alturas, cante o permanezca callado, su extradición lo ubica perfectamente en el lugar que le destinaron sus actos y su descuido. Me recuerda el berrinche de Manuel Camacho Solís, que rompió su complicidad con Carlos Salinas de Gortari porque éste lo pretirió a Luis Donaldo Colosio. ¿Qué le sabría el entonces presidente a su contlapache del grupo Los toficos?
Abrir la puerta a las delaciones, la colaboración y/o el colaboracionismo, es ceder el espacio de las reglas del juego jurisdiccional al caos y al sálvese el que pueda, porque entraremos a un período en el que para permanecer en el puesto de la manteca (dixit Ricardo Garibay) todo estará permitido, en tanto las fuerzas armadas no asuman la responsabilidad que creen la suya.
Para concluir. ¿Se cuestionará, Lozoya Austin, sobre las lesiones anímicas y morales entre él y su familia, notoriamente su esposa y sus hijos, porque los padres perdonan todo? Su futuro será el de un leproso apestado, literalmente un apestado; tendrá que andar con su campanilla donde quiera que vaya.
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