* Durante el esplendor del presidencialismo mexicano la expresión de máximo poder residió en el nombramiento unipersonal del sucesor; oponerse a esa decisión -si así ocurrió- fue la causa de lo ocurrido el 8 de julio de 1976
Gregorio Ortega Molina
Los participantes -accidentales todos- de esta posible versión de lo ocurrido entre el Poder Ejecutivo y el Cuarto Poder, cuyo desenlace fue el 8 de julio de 1976, nos ofrecen la auténtica importancia de la fuerza que puede adquirir la prensa, a pesar de los compromisos y las presiones ejercidas sobre propietarios y periodistas.
Julio Scherer García me invita a su casa de Gabriel Mancera durante la segunda quincena de diciembre de 1982. Me halaga, festeja, envuelve en confidencias para fortalecer nuestra “amistad”. Todo debido a que Javier Wimer, recién nombrado subsecretario de Comunicación Social en Gobernación, me invitó como secretario particular.
Sin venir a cuento, el director de Proceso me hace una breve narración de su rompimiento con Fausto Zapata Loredo, porque el entonces subsecretario de Información de Presidencia de la República le advirtió que en la lealtad también hay niveles, y la suya estaba con Luis Echeverría Álvarez, no con el periodista.
Años después, en las inmediaciones de las oficinas del delegado de Coyoacán, de buenas a primeras me topo con Zapata Loredo. Abrazos, sonrisas, promesas de afecto y el conejo fuera de la chistera: me cuenta de su rompimiento con Julio, precisamente por requerimientos de una lealtad que únicamente corresponde al presidente de la República, me sostiene Fausto, y afirma: No quiso entender las reglas. Le pido me aclare, pero ya mantiene la boca cerrada.
Luego, mediada la década de los 90, Ricardo Garibay cuenta, durante uno de los desayunos en casa de Enrique Mendoza, que tanto Fausto Zapata como Luis Echeverría le pidieron que conversara con Julio Scherer para que entendiera las razones por las cuales el candidato sería el secretario de Hacienda y Crédito Público, que no era el del director de Excélsior.
Imposible razonamiento alguno con Scherer, enfatizó Garibay.
Lo anterior me regresó a la memoria por la relectura de Los periodistas, donde Vicente Leñero cuenta del proyecto y gestiones de hacer otro diario con el apoyo del presidente José López Portillo, quien trajo a Scherer y su grupo a la vuelta y vuelta, hasta que se toparon con la negativa absoluta.
¿Azoro? ¿Desengaño de los periodistas? Quizá de casi todos, pero en su fuero interno Julio Scherer García debió meditar acerca de cómo se opuso a la candidatura del breve secretario de Hacienda, a quien llamaba primo. Con toda certeza López Portillo sabía, y en su momento cobró la factura.
También me permitió recordar que conocí y escuché a Echeverría cuando era niño, luego de adolescente y finalmente de adulto. Era capaz de soportarlo todo por el poder, no dudo que junto con el director de Excélsior haya tejido la urdimbre del engaño de su absoluta libertad y respeto a la libertad de expresión, incluido el boicot publicitario, precisamente para ser rescatado por el gobierno de la apertura democrática.
Imposible saberlo con exactitud. Lo que sí fue cierto, es que durante el esplendor del presidencialismo mexicano la expresión de máximo poder residió en el nombramiento unipersonal del sucesor, y oponerse a esa decisión -si así ocurrió- fue la causa de lo ocurrido el 8 de julio de 1976.
www.gregorioortega.blog
@OrtegaGregorio