* Sembrar inquietudes, propiciar, en la duda, zozobras comiciales, favorecer la formación de una opinión propia, impulsar el disentimiento, son actividades periodísticas de mayor peligro que la abierta denuncia, porque ésta puede o no resolverse por el cauce legal, pero contener la disensión sólo se soluciona enterrando las ideas
Gregorio Ortega Molina
Absolutamente desconcertado desde el martes 31 de octubre. ¿Amenazar de muerte a mi hija y su hijo? ¿Con el pretexto de mi desempeño periodístico? No checa. ¿Será que retrocedemos a la barbarie social y política?
Soy ajeno a la denuncia que propicia líneas de investigación, como las notas e investigaciones que abrieron los expedientes sociales de la Casa Blanca, Malinalco, las toallas de Los Pinos, la formación de la Corriente Democrática…, tampoco estoy en abierta confrontación con la delincuencia organizada. Soy ajeno a la diatriba, al prejuicio. Nunca tuve la constancia de Rogelio Hernández López ni la de Sergio von Nowaffen. ¿De dónde, entonces, esa desproporcionada reacción?
Mi azoro crece, lo comparto con amigos y familiares con el propósito de conocer su opinión; lectores y amigos me cuestionan, dudan de la autenticidad del suceso. “¿Tú? Si tu fuerte es la reflexión, el intento de crear opinión”. Así resuelven para ellos mismos la desazón que a mí me acongoja. ¿Por qué?
No fue sino hasta ayer, 5 de noviembre, que un amigo de la primera juventud y que sabe de estos menesteres de la seguridad pública, de las amenazas y su contexto político, de las que sólo son formuladas para intimidar, o de las que pueden cumplirse, que encontró tiempo para sentarnos a conversar.
-Sabes que soy tu fiel lector, me dice al momento que me indica me siente en la silla frente a él.
-Lo sé, respondo. Por eso quiero que me ayudes a comprender qué sucede.
-No te hagas, que a nuestra edad no te va. La denuncia queda en eso, y se pierde, o cuando mucho se convierte en sentencia. Propiciar que se abra una carpeta de investigación debido a un reportaje, a un artículo, a una investigación. ¿Cuándo?
-¿Entonces?…
-Las ideas, dice y fija sus pupilas en las mías. Tienes ideas, las compartes, las propones. Éstas inquietan, son motivo de reflexión, siembran dudas, favorecen el descontento y el desconcierto.
“Sustentan las ideologías, las propuestas de cambio, la manera de modificar lo que hasta el momento hace daño y se vende como democracia, pero es el brazo extendido de la dictadura perfecta, es el regreso del autoritarismo después del corto verano de libertades propiciado por los crímenes políticos de 1993 y 1994, por el neozapatismo, por el debilitamiento económico de las instituciones”.
Abro una pausa, pido otro café, siento que me desbordan las ganas de regresar al tabaco después de 15 años de haberlo dejado.
-¿Y? Es la única respuesta que acierto a articular.
-No peques de ingenuidad. Cometes el delito de ideas, afirma. Sembrar inquietudes, propiciar, en la duda, zozobras comiciales, favorecer la formación de una opinión propia, impulsar el disentimiento, son actividades periodísticas de mayor peligro que la abierta denuncia, porque ésta puede o no resolverse por el cauce legal, pero contener la disensión sólo se soluciona enterrando las ideas.
Considero que mi amigo exagera, en nada me tranquiliza su opinión. Permanezco con el Jesús en la boca desde que me levantó hasta que cierro los ojos, pero no duermo.
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