* Los caudillos gobernaron como lo hizo Díaz. De democracia, nada, se trata de mandar en línea vertical, y que obedezcan en silencio. De allí la necesidad de mantener en el imaginario nacional la idea de que la Revolución es un proceso en constante renovación, sin importar que cada sexenio las metas avanzan a la disolvencia cinematográfica, aunque parezcan estar más próximas que nunca
Gregorio Ortega Molina
La validez de la no conclusión de la Revolución mexicana está más allá de la imaginación y de cualquier fantasía. Es una impostura genial, pero distante de El consejo de Egipto.
La trama de la novela de Leonardo Sciascia es un retrato de la sociedad de Palermo. La confrontación entre la monarquía renovadora y la nobleza feudal conservadora, entre los primeros iluministas y los guardianes inquisitoriales de la ortodoxia; en medio surge, como único héroe posible de esta historia, la figura del abogado Di Blasi, cabeza de una revolución fallida contra los poderes establecidos.
En nuestro caso son los propios protagonistas que se adueñan de la Revolución, los que se dan cuenta de la imposibilidad de llevarla a buen término, porque en su estado de ánimo pesan más los compromisos con las oligarquías que con los intereses legítimos de los que fueron carne de cañón en el movimiento armado.
Por primera vez en la historia del país (y también del mundo) los derechos de los obreros a mejores condiciones de trabajo y de los campesinos a poseer la tierra tenían acogida en un texto constitucional. Naturalmente, la institucionalización de los problemas y de las demandas de las masas populares no implicaba su solución instantánea ni mucho menos: la forma en que fueron recibiendo satisfacción demuestra con meridiana claridad que, aparte el haberse convertido en derecho, tales reformas eran, ante todo y sobre todo, armas políticas en manos de los dirigentes del Estado […] En la práctica, las reformas sociales fueron empleadas como instrumento de poder.
José Manuel Cuéllar Moreno toma el párrafo anterior de La formación del poder político en México, y apunta que dicha reflexión se constituye en complemento de la formulada por Uranga:
[En México] se transigió no una sino muchas veces con los poderes antiguos, y la Revolución se hizo permanente por la sencillísima razón de que siempre se quedó agraz, como fruta verde, incompleta, inacabada.
Esta percepción de Uranga está en Los modelos de la Revolución mexicana. La acotación del ensayista Cuéllar Moreno esclarece el panorama político que tenemos enfrente, aunque le falta profundizar en sus efectos en el presidencialismo y en el PRI, pues de haber quedado concluida histórica, política y socialmente la Revolución, nadie se hubiese interesado en dar vida “al partido de las mayorías”, y el presidencialismo si hubiese visto efectivamente balanceado con los otros dos poderes.
Pero eso no fue posible, porque los caudillos gobernaron como lo hizo Díaz. De democracia, nada, se trata de mandar en línea vertical, y que obedezcan en silencio. De allí la necesidad de mantener en el imaginario nacional la idea de que la Revolución es un proceso en constante renovación, sin importar que cada sexenio las metas avanzan hacia la disolvencia cinematográfica, aunque parezcan estar más próximas que nunca.
La lucidez de Adolfo Gilly durante su encierro en Lecumberri, le permitió escribir La Revolución interrumpida, del que tomo tres párrafos para cerrar el círculo que dio vida a la tesis de la Revolución inconclusa.
La lucha armada, el reparto de tierras desde 1911 en adelante, el triunfo militar sobre el ejército federal, la derrota del Estado burgués de Díaz, Madero y Huerta y la ocupación de la capital del país, dieron a las masas campesinas de Morelos, en un proceso ascendente de cuatro años, una gran seguridad histórica, la seguridad y la confianza de que podían decidir. Eso fue lo que aplicaron en su territorio.
Entonces, la detención y el comienzo del retroceso de la marea revolucionaria en escala nacional a partir de diciembre de 1914, se combinó aún con una etapa de continuación del ascenso en escala local. Se había roto el impulso nacional, pero continuaba por sectores, aunque forzosamente no podía ser por mucho tiempo. Pero esto no podían saberlo, ni siquiera sospecharlo, los campesinos y obreros agrícolas que se pusieron a reconstruir la sociedad de Morelos sobre la base de sus propias concepciones.
Este desajuste es un fenómeno típico de la revolución campesina. Su empirismo, la limitación o la ausencia de una concepción nacional de la lucha, altera los tiempos de la revolución, los desacompasa por regiones.
Pero todas las conjuras para evitar el buen fin de la Revolución, para que quedara inconclusa, se conjuntaron al amparo de la reforma constitucional exigida por el caudillo del norte, Álvaro Obregón, para asegurar su reelección y conculcar, así, ese principio fundamental que empezó a perder su valor ideológico y su validez legal en los sindicatos, esas organizaciones obreras que debieron vigilar su cumplimiento.
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