* De la tienda de raya a la deuda externa. Dejamos de ser peones acasillados, para transformarnos en vasallos del Imperio.
Gregorio Ortega Molina
¿Qué tuvieron en la cabeza nuestros gobernantes, y cómo es que se los permitimos?
Transitamos de la dependencia de los hacendados y la Corona, y del puño cerrado de los caudillos y los jefes, a la sujeción que nos impusieron los especuladores de Wall Street, las instituciones financieras internacionales y el Salón Oval -en complicidad con los gobiernos de la República que se sucedieron entre 1970 y el actual-. De la tienda de raya a la deuda externa. Dejamos de ser peones acasillados, para transformarnos en vasallos del Imperio.
La analogía no está tirada de los cabellos. Si los súbditos de los “señores” les debían incluso la vida, hoy los mexicanos trabajamos siempre para saldar una deuda que, a todas luces y por la manera en que fue contratada, nunca cesará. Es peor que el neocolonialismo que impulsó la conceptualización del Tercer Mundo, porque -otra vez- nos marcan como si fuésemos de la propiedad de nuestros acreedores, como en su tiempo lo hicieron con los que huían de las haciendas.
La deuda externa dejada por Gustavo Díaz Ordaz rondó los cinco mil millones de dólares; Luis Echeverría Álvarez la hizo crecer a 25 mil; José López Portillo la llevó a los 75 mil millones, y Miguel de la Madrid Hurtado la condujo a la cúspide de 150 mil millones. Desde entonces pagamos su servicio, el año que entra cumplirá 30 años. Tendríamos que sumar Fobaproa e IPAB y lo que debió solicitar Ernesto Zedillo Ponce de León a William Clinton, para sortear el error de diciembre: 40 mil millones de dólares que pagamos en un sexenio, seguramente con petróleo.
Y luego está el costo de la corrupción. ¿Debe tolerarse? ¿Debe seguir así por la eternidad? ¿Debemos permitirlo en silencio? ¿Esa perversa actitud política que destruye a un procurador general de la República y a un fiscal contra los abusos electorales, debe seguir mangoneando en México?
Roberto González Amador, de La Jornada, hace entrevista a Simón Levy-Dabbah, con motivo de la publicación de su libro Crecer sin deuda. Del Estado despilfarrador al Estado generador de riqueza pública. Allí se afirma: “México vive con una deuda pública que es, comparativamente, igual a la mitad de la riqueza que el país produce cada año y que se ubica en el nivel más alto en dos décadas y media. Son datos públicos y expresión de un sistema económico caduco e imposibilitado de generar alternativas de desarrollo y bienestar para la población.
“Este año, la deuda total del sector público -incluidas la externa e interna, así como el costo de rescates financieros, como los de la banca y carreteras concesionadas- llegará a 48 por ciento del producto interno bruto (PIB), unos 9.4 billones de pesos, de acuerdo con datos de la Secretaría de Hacienda. Comparativamente, en 1994, antes del estallido de la crisis de finales de ese año, era equivalente a 28 por ciento del PIB”.
Se destaca en la entrevista: “Hace algunos años decían (lo hizo el actual senador panista Ernesto Cordero, entonces secretario de Hacienda) que la gente podía vivir con 6 mil pesos y eso es absurdo. El que crea que ha nacido una clase media porque las familias tienen un ingreso de 8 mil o 10 mil pesos está mal. México tiene que dedicarse a generar sólidos fundamentos sociales, de desarrollo urbano y de cohesión social. Y eso requiere un nuevo contrato social; este régimen ya caduco debe transformarse, ya no da para más”.
Vamos a las elecciones presidenciales el año que entra, y nadie presenta un proyecto distinto al de continuar viviendo como peones acasillados, con un remedo de clase media y con la continua falsa afirmación de que la economía nacional va muy bien, pero no especifican quiénes y cuántos son los beneficiarios de ese desarrollo sustentado en la corrupción, que lo mismo deja sobre el asfalto edificios mal construidos, que socavones, que todo tipo de corrupción garantizada por la impunidad.
¿Hasta cuándo?
¿Será que en julio del año 2018 decidan sacudirse la modorra y cambiar? Lo dudo, no hay líderes, ¿o sí?
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