* Las consideraciones religiosas deben resolverlas los teólogos, pero sin perder de vista que su solución debe descender a la altura de lo humano, porque así lo puntualiza el Génesis, donde se lee que fuimos creados a imagen y semejanza, de ninguna manera podemos compararnos con la divinidad
Gregorio Ortega Molina
Los eufemismos para conversar sobre este tema son pocos. Estoy de acuerdo con el de muerte asistida, porque todo creyente, todo católico, todo cristiano sabe que, si así lo desea con fervor, morirá asistido por Dios, fortalecido por el Espíritu Santo.
Si los familiares son organizados, llegarán a tiempo los santos óleos, los rezos. Los que acuden a la cita desde una unidad de cuidados intensivos, o atrapados en el lugar del accidente, o encontrados por la violencia y las balas perdidas, no necesitan morir como perros si su fe es permanente… pero siempre está presente la duda.
En cuanto al sufrimiento, el devastador dolor físico, tan fuerte que se convierte en riesgo moral, en renuncia, reniego, rechazo de todo lo creído hasta el momento en que el cuerpo es la única presencia porque desplazó a la razón y al alma, es el momento de meditar, con seriedad, en el auxilio de la eutanasia, la solución parcial, aunque definitiva.
Arriesgo la hipótesis de que la solución es parcial, porque lo que se ayuda a bien morir es al cuerpo, puesto que para un creyente el alma es inmortal. Naturalmente está el castigo eterno, que en un sentido amplio equivale a la muerte al supuestamente perderse la pureza de ese espíritu que es el hálito de la razón, de ese discernimiento que construye civilización y familia, lo mismo que las destruye debido a sus muy particulares debilidades: codicia, concupiscencia por el poder, violencia… y toda esa cauda de comportamientos que destruyen el entorno y matan a las familias, los amigos, los compatriotas.
El tema de la eutanasia debe analizarse con seriedad jurídica, social, religiosa, porque a pesar de ser cada día mayor el número de humanos en el planeta, por eso mismo crece exponencialmente la posibilidad de fallecer sin el consuelo de una mano amiga, una mirada de amor cómplice, un auténtico sentimiento de pérdida por parte de los deudos… las discordias hacen lo suyo, lo mismo que los males peligrosamente contagiosos, o el desmesurado deseo de oficiar un poder sin límites, o cuando por hambre debido a la imposibilidad de adquirir la canasta básica, se fallece en silencio y con vergüenza.
Precisamente el hambre produce un daño de doble filo, porque lo mismo transforma a quienes la padecen en seres inútiles y vergonzantes, que los convierte en depredadores y asesinos con tal de encontrar qué llevar a las bocas de sus hijos y de ellos mismos. Siempre me topo con esas dolorosas y amargas historias de madres de familia que, los fines de quincena o del mes, se prostituyen para evitar caer en la indignidad de no llevar víveres a la mesa.
Las consideraciones religiosas deben resolverlas los teólogos, pero sin perder de vista que su solución debe descender a la altura de lo humano, porque así lo puntualiza el Génesis, donde se lee que fuimos creados a imagen y semejanza, de ninguna manera podemos compararnos con la divinidad.
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“Que nos esperen que nos toque a todos”, frase que muestra un gran egoísmo, un profundo desagradecimiento, esa idea mezquina del sálvese el que pueda.
¿Qué tal que los propietarios de los hospitales privados se hubieran mostrado reacios a unirse a la lucha contra el Covid-19? ¿Dónde la respuesta de esos empresarios para defender a los médicos de los nosocomios donde entregan sus vidas para que ellos hagan negocio?
Se muestra así la dimensión moral del gobierno de la Cartilla, así como su complicidad complicada y de doble intención con ciertos grupos empresariales y mediáticos. Cuando el Televisa fueron sensibles e inteligentes, separaron a Jacobo Zabludovsky, primero, a Guillermo Ortega Ruiz después. Hoy reparten alegremente los millones de la recaudación fiscal, para nada que beneficie al pueblo bueno y sabio.
Pero sí, ¡que se aguanten!, total qué, ellos no son los del poder.
En homenaje al recién fallecido Hans Küng recuerdo dos de sus obras que me resultan confortantes e invaluables. Morir con dignidad, un alegato a favor de la responsabilidad, y Credo, de la que les comparto lo siguiente:
“Quien corre peligro de tomarse a la ligera la infinita seriedad de su responsabilidad personal, recibe la advertencia de que es posible un doble final: su salvación no está garantizada de antemano.
“Quien, por su parte, corre peligro de perder la esperanza debido a la infinita seriedad de su responsabilidad personal, recibe ánimos al saber que cada uno de los hombres puede hallar la salvación: la gracia de Dios no tiene límites, ni siquiera en el infierno”.
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@OrtegaGregorio