* Se crearon instituciones, se modeló y remodeló la educación pública para que los mexicanos nos formáramos profesionalmente con el respaldo de nuestra propia historia, cultura y mitos fundacionales, y adquiriéramos ese sentido de pertenencia que hoy brilla en el mundo
Gregorio Ortega Molina
Entre algunos millones de mexicanos pertenecer al PRI fue un pendón. Desde el partido se ensanchaba la posibilidad de servir a la comunidad, al municipio, al estado, al país. Era una manera de insertarse en la historia patria.
En el quehacer político, en las tareas de la administración pública, en los cargos desempeñados en las empresas del Estado, estuvo la puerta de la movilidad social. Hubo un equilibrio, pero los “arribistas” lo distorsionaron, hasta que el proyecto de la Revolución para hacer de México un país distinto al heredado del porfirismo y las luchas entre los caudillos, se pudrió.
También hubo destellos, se crearon instituciones, se modeló y remodeló la educación pública para que los mexicanos nos formáramos profesionalmente con el respaldo de nuestra propia historia, cultura y mitos fundacionales, y adquiriéramos ese sentido de pertenencia que hoy brilla en el mundo en los concursos internacionales de matemáticas, robótica, o a través de la cocina, que es motivo de orgullo y destello de lo mexicano, salvo el fútbol de competencia mundial.
Existió el milagro mexicano, se fundaron instituciones insustituibles, la UNAM y el POLI funcionaron como abrevadero de lo que fue la función pública.
Sin embargo, desde el salón oval vieron con recelo lo que parecía ser la eclosión de un país atrasado en otro en vías de desarrollo y con paso firme encaminarse al Primer Mundo, sin regalar sus riquezas no renovables. Vendiéndolas, industrializándolas, sí.
La ideología era clara y sencilla. Sólo una diferencia con los mexicanos creyentes, católicos, practicantes. El Estado mexicano fue laico, y hubo separación Iglesia-Estado.
Estaba claro, al menos para Emilio Uranga y los estudiosos de lo mexicano: “La autognosis del mexicano expresa la índole reflexiva del mexicano. No queremos solo vivir, sino saber, si es posible simultáneamente, lo que vivimos comprenderlo. La reflexión es un intento de recuperación del ser que la acción irreflexiva dispersa y divide. La reflexión no es el intento de enmendarle la plana a la acción, sino el esfuerzo por lanzarse a ella plenamente conscientes de nuestras finalidades”.
Pero hoy parecen, nuestros dirigentes, no tomar lo anterior en cuenta, porque lo que se persigue no son nuestras finalidades, sino las del Imperio. Pareciera que actúan a tontas y a locas, pero no hay tal. Tienen un proyecto definido, que no es el mexicano, y mucho menos el del <<homo>> priista, hoy especie en extinción.
Para comprenderlo hay que recurrir a la sapiencia del renacimiento, cuando Michel de Montaigne advirtió: “… ese hermoso dicho con el que se encubre la ambición y la avaricia: que no hemos nacido para la privado sino para lo público, remitámonos a los que están en el cotarro, y que rebusquen en su conciencia a ver si por el contrario no persiguen las dignidades, los cargos y todo ese ajetreo del mundo, más bien para sacar derecho privado de lo público”, pues en eso consistió la alternancia.
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